Ayer mi hijo y yo nos enteramos por una publicación de un medio de noticias que Lucas Villa tenía muerte cerebral. No lo conocíamos, pero nos sentimos impotentes y con mucha tristeza, porque este personaje es fiel reflejo de un Estado que ha abandonado a sus jóvenes y que no los protege, mucho menos a los defensores de los derechos humanos.
De hecho, según la ONU, las violaciones de los derechos humanos en Colombia se han incrementado de forma exponencial y notoria. En consecuencia, es apremiante priorizar proyectos y programas que garanticen el goce efectivo de los derechos humanos, tanto de jóvenes como de todos los habitantes en el país, en los planes de desarrollo.
Ahora bien, yo, madre de un joven, me pregunto lo siguiente y sé que muchos hacen lo mismo: ¿cómo es posible que los jóvenes de nuestro país no puedan reclamar los derechos que se le han venido vulnerando por tanto tiempo y encontrar esperanza en sus palabras de clamor?, ¿cómo es posible que en Colombia mostrar empatía y solidaridad hacia los demás sea un acto de rechazo?
Jóvenes, no desfallezcan. Todavía hay esperanza para quien lucha. Todavía hay esperanza para quien sueña. Todavía hay esperanza para quien persevera. Todavía hay esperanza por una Colombia en paz. Que nuestros actos nos lleven a la unión, el amor y la verdad.