Jovencitos suicidas, la cruel arma de Escobar y sus socios para asesinar a sus enemigos

Jovencitos suicidas, la cruel arma de Escobar y sus socios para asesinar a sus enemigos

No podían ser mayores de 16 años como Orlando quien metió la bomba en el avión de AV o Jerry el que baleó a Carlos Pizarro en pleno vuelo

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enero 16, 2021
Jovencitos suicidas, la cruel arma de Escobar y sus socios para asesinar a sus enemigos

El 30 de abril de 1984 Byron de Jesús Velásquez, un joven de 16 años, conducía la moto que entre el tráfico eludió autos hasta llegar al Renault 18 blanco en donde iba hacia su casa Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia que desenmascaró a Pablo Escobar. Le habían pagado $ 600 mil de la época por llevar al pistolero que descargaría un proveedor sobre Lara Bonilla. Después de asesinar al más valiente de los enemigos de Escobar dentro del gobierno de Belisario Betancur fue detenido por la policía, y condenado a 16 años de cárcel. Apenas pagó nueve. En 1995 salió de la penitenciaria del Barne. Byron había viajado desde un barrio de invasión en Medellín donde el capo reclutaba a peladitos que no nacieron para semilla. Él fue uno de los primeros Suizos.

Ese terminó se lo inventó el jefe del Cartel de Medellín. Según el periodista norteamericano Steven Dudley, Suizo era el término utilizado por los paramilitares colombianos para describir a una especie de suicida bomba. De ahí el término, Suizo. “Eran principalmente adolescentes con problemas personales que llegaban a la mafia atraídos por una palabra de ánimo y unos cuantos pesos”. Un mafioso se lo describió en estos términos a Dudley: “el suizo solamente piensa en el dinero y cómo lo va a gastar. Nunca piensa que puede morir y no ver ni un centavo”.

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Eran desechables. Como Orlando, el muchacho hijo de recolectores de basura del barrio Zamora de Medellín, que contrató Dario Uzma, el hombre que diseñó el atentado,  para que cargara la maleta que llevaba el explosivo en el avión de Avianca. Le habían prometido un sueldo, una vida diferente en Cali cuando se subió, disfrazado de ejecutivo y con cédula falsa, al Boeing 727-21 el 27 de noviembre de 1989. Antes de subirse al avión le dijo La Quica, el experimentado sicario de confianza de Pablo Escobar y quien lo acompaño en el aeropuerto, que abriera la maleta sólo cuando el avión estuviera en el aire. A los cinco minutos de vuelo el avión estalló en el aire matando a 109 personas. Le habían pagado al suizo dos millones de pesos. Sólo le entregaron 500 mil.

Suizo también fue Jerry, el peladito de 16 años que mató en un avión también de Avianca a Carlos Pizarro, líder del M-19 y candidato presidencial. Ahí, en pleno vuelo, fue baleado por los escoltas de Pizarro. Le habían dicho que fresco, que disparara que otros dos hombres lo iban a cubrir, pero nada de eso pasó. Lo dejaron solo. Murió solo.

Otro peladito que no valió nada fue el que puso la bomba que acabó con las instalaciones de Espectador también en 1989. Le dijeron que, una vez dejara la camioneta llena de explosivos frente al periódico, tendría 5 minutos para salir del lugar y ponerse a salvo. Apenas estacionó el auto explotó con él adentro. Otro que murió ese año, esta vez dentro de un bus, fue el niño indigente que condujo el bus con 600 kilos de dinamita que voló el edificio del DAS.

Un pelado de 16 años, llamado Andrés Arturo Gutierrez, fue usado por Fidel Castaño, uno de los amigos más cercanos que tenía Escobar a comienzos de 1990, para matar al líder de la UP y también candidato presidencial Bernardo Jaramillo, en pleno Aeropuerto El Dorado. Le pagaron 500 mil pesos, le dieron un pasaje en avión para que volara Medellín-Bogotá y se quedara en el Hotel San Diego. Jaramillo Ossa, el 22 de marzo de 1990, estaba tranquilo, animado. Tres meses atrás el ejército había matado al principal enemigo de la Unión Patriótica, Gonzalo Rodriguez Gacha. No se veían nubarones en el horizonte. A comienzos de 1989 había podido encontrarse con Pablo Escobar en una de las fincas que tenía el capo en las afueras de Medellín.

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El trato fue cordial y le había dado la palabra -la palabra de un asesino- de que nadie lo tocaría. A las 7:30 de la mañana, antes de pasar a la sala de esperar, Andrés Arturo Gutierrez disparó sobre el líder de la UP. Jaramillo, retorciéndose en el piso del dolor, alcanzó a decirle a uno de sus guardaespaldas “Estos HP me mataron, no siento las piernas”. Andrés sobrevivió a las balas de los escoltas de Jaramillo Ossa, fue mandado a un reformatorio y cuando salió se fue a vivir con su papá. Una vez salió con el señor a tomarse una cerveza. Nunca más volvieron. Fueron encontrados en un potrero. Abaleados, silenciosos.

Todo sicario, contratado a los 14 años, era considerado un suizo en potencia. Escobar los convencía con su voz suave, su palabra firme, sus promesas vanas. Fue el inicio de una pesadilla que aún hoy azota las calles colombianas.

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