La campaña de José Luis Jaramillo, que para la soberbia de muchos empezó como una burla a la política tradicional quindiana, podría ser hoy la alternativa más seria a la gobernación del Quindío, ante un escenario de absoluto descontento de la ciudadanía por la política y los políticos tradicionales.
En medio de una corriente de indignación donde la desconfianza hacia la clase dirigente es total, un departamento sitiado por los deshonrosos escándalos de corrupción —con una vergonzosa cuota de dirigentes en la cárcel, mientras otros sin dolo alguno transitan las escalinatas arriba y abajo— tiene una salida que al parecer nadie quiere ver.
¿Podría este candidato, un hombre criticado por no poseer títulos universitarios, orgulloso de su origen montañero y convencido como ninguno de tener la fórmula para salvar el departamento de la carnicería social y política que vive, tener algún chance de alcanzar el primer cargo del departamento?
Su filosofía y principio rector es su capacidad de servir, por eso bajo el eslogan un gobernador que sí sirve afirma: “el que no vive para servir… no sirve para vivir”.
Es así como a través de la Corporación Visión Quindío da fe de llevar cerca de dos décadas de servicio ininterrumpido a las comunidades del departamento, trabajo social que ha impactado cerca de doscientos mil habitantes, sin la intervención de políticos y menos de politiquería alguna.
Aparentemente, sitiado por las deudas y los compromisos de campaña, contradictores y opositores han visto una oportunidad para reducir a su mínima expresión una campaña que tal vez no se destaca ni se ve con el poderío y la experticia de las demás, que corre casi de manera silenciosa como un leve sigilo por la conciencia colectiva de un electorado seguro de lo que no quiere, que en medio de la oleada de información mediática y el accionar a veces arbitrario pero siempre aplastante de la maquinaria y los gamonales políticos tampoco sabe qué es lo que quiere.
Allí este personaje pintoresco, atravesado, sincero y honesto, que mira de frente aunque en ocasiones con demasiado desdén, considerando que es su inicio en la política dominada por los políticos de siempre —esos que tienen maquinaria, discurso y recursos para impedir que una nueva alternativa una del pueblo, de la gente, de la ciudadanía se imponga en un departamento donde pasa de todo pero al final nada cambia—, quiere lograr su cometido.
Este Jaramillo, el que se hace llamar el que sí sirve, pregona que el problema de la enquistada corrupción obedece a que los gobernantes olvidaron su principio fundamental: el servicio al prójimo, el servir a todos y no solo a quienes pagaron por subirles a un falso poder.