El pronóstico de los médicos era claro: la niña había perdido parte de su masa encefálica y algunos huesos del cráneo y no parecía posible que salvara su vida. Su familia invocó el nombre del médico venezolano José Gregorio Hernández y en el hospital juraron que días después ella se recuperó al punto de que no parecía la víctima de un balazo en la cabeza.
Ese milagro de José Gregorio Hernández, el médico, científico y religioso venezolano que falleció hace 100 años y al que se le atribuyen varios hechos como el de la niña, por lo que está actualmente en proceso de beatificación por parte de la Iglesia católica.
Diariamente, una vez regresó de formarse en varios claustros educativos de Europa, el médico salía de su casa a asistir a misa, a dictar clases y a atender enfermos. Durante sus recorridos a pie se le veía rezar el rosario y recitar lo que sería su clase.
Y es que José Gregorio Hernández diseñó varias cátedras sobre medicina en la Universidad Central de Venezuela, marcando una clara influencia suya en la educación en su país. Representó a Venezuela en el primer congreso panamericano de medicina en Estados Unidos, con un estudio sobre los glóbulos rojos, investigación que terminó gracias a elementos que él mismo trajo de Europa.
Su influencia, además de estar en la medicina, está también en los milagros que, dicen los creyentes del poder sanador del médico, incluso han salvado vidas que parecían perdidas sin esperanza alguna.
Por esto, desde 1949, entonces, se inició el proceso de beatificación de José Gregorio. En septiembre de 1985 se aprobó el expediente sobre José Gregorio Hernández, momento en el cual fue declarado “Venerable” por el Papa Juan Pablo II.
Los intentos por lograr su beatificación no se han detenido desde 1949 continúa y la fe alrededor de Hernández parece no ceder. Sin ir muy lejos, al recorrer la Avenida Caracas se puede encontrar con la una casa en la que está el ‘Consultorio del Doctor José Gregorio Hernández – Médico de los Pobres’, a donde llegan devotos de su figura a pedir por su salud o la de sus seres queridos. Y ese es uno de los cientos de sitios de adoración al médico con los que cualquiera se puede topar caminando por ahí.
El día que José Gregorio Hernández falleció, arrollado por el único automóvil que había en Caracas en 1919, estaba comprando unos medicamentos para una paciente suya que no tenía cómo pagarlos. José Gregorio tenía 54 años.
Él iba a ver una paciente que sabía que no tenía cómo pagar sus medicamentos y en esa salida fue que lo atropellaron y se fractura el cráneo. Murió en el hospital Vargas, en donde trabajó.
Ese era el carácter de José Gregorio. Solía pedir su sueldo en monedas, para poder hacer donaciones a las personas que se encontraba en la calle.
Y todos los días, de 1:00 a 3:00 p.m., se dedicaba a atender a los pacientes más pobres. Esta idea le habría venido de su madre, a quien el médico perdió cuando apenas tenía 8 años. Ella fue quien lo inició en el catolicismo y cuando ella falleció fue un punto de inflexión en la que sería su vida futura de medicina y servicio.
De una inteligencia feroz y curiosidad insaciable, los profesores del pequeño José Gregorio recomendaron a su padre trasladarlo desde la pequeña localidad de Isnotú a Caracas, para que lo formaran docentes con más experiencia para responder sus continuos e insistentes porqués.
A los 13 años ya estaba seguro de que quería ser un siervo de dios, como lo llaman algunos de quienes admiran su vida y obra. También estaba convencido de que al crecer sería médico, porque quería ayudar a las personas que no podían pagarse uno, como había visto que ocurría en su natal Isnotú.
Años después, y con una beca, viajó a París para aprender sobre Bacteriología, Microscopía, Histología, Fisiología Experimental y otras áreas. También se formó en Berlín y Madrid, con apenas 27 años.
Al regresar a Venezuela empezó a consolidar su legado médico: fundó el Instituto de Medicina Experimental y el Laboratorio del Hospital Vargas. Además, se le atribuye la fundación de la anatomía patológica en su país. Y, también, fue el responsable de llevar el primer microscopio que tuvo ese país.
Pero fue al mezclar la medicina científica con lo que hoy podría llamarse medicina alternativa cuando alcanzó su legado más amplio. Dedicaba mucha parte de sus citas con pacientes a hablar con ellos, a conocerlos y a acercarlos a dios. Todo esto sin jamás cobrar un solo peso.
Incluso, solía dejar monedas en la puerta de su consultorio, por si alguno de quienes lo visitaban necesitaba llevarse un poco de “sencillo”, como le decía él.
Esa vocación de servicio a los pobres y su profunda creencia en dios y la religión católica hicieron de él una figura mística, legendaria que aún desde el más allá continuaba curando enfermos a través de otras personas.
Y aunque esas historias de milagros y curaciones imposibles se hicieron tradición y parecen contarse desde hace generaciones, a partir de este jueves se contará una vez más, pero esta vez en la pantalla gigante.
La Medium del Venerable, de la directora Celmira Zuluaga cuenta la historia de una mujer escéptica que termina conectada en un plano espiritual con el médico venezolano.
Cien años después de su muerte, el Venerable sigue vivo, ahora en el cine.