“Mataron a José”, fueron las palabras que retumbaron en la casa de los Antequera en Bogotá. El líder de la Unión Patriótica se había formado en las juventudes del Partido Comunista y tras la creación de la Unión Patriótica en 1984 se convirtió en uno de sus más reconocidos dirigentes en la capital y en la Costa Caribe. El 3 de marzo de 1989, había llegado al aeropuerto El Dorado para tomar un avión que lo llevara hasta Barranquilla, su tierra natal. En la entrada se encontró con el entonces senador Ernesto Samper, y mientras se estrechaban la mano, un hombre se acercó por la espalda de Antequera y le descargó el proveedor de su ametralladora ingram: 28 disparos acabaron con la vida del dirigente de la UP, mientras que Samper recibió otras 11 balas.
María Eugenia Guzmán, su esposa, tuvo que enfrentarse a la dolorosa tarea de identificar a su esposo en la morgue. Solo le bastó ver la palma de sus pies para saber que era él quien estaba acostado en aquella mesa fría. “Pepe, mira cómo te dejaron”, le dijo mientras sacaba una peinilla para organizarle el cabello, como siempre se le había visto en público.
Las calles de Bogotá se atiborraron tras la noticia y la ciudad se convirtió en un hervidero. En el popular barrio Policarpa se escuchó el grito constante de los trabajadores: “¡Antequera, podrán cortar la flor, pero no la primavera”. Solo cinco días después de su muerte el cuerpo de Antequera pudo salir de la funeraria, pues el entonces alcalde Andrés Pastrana había prohibido las manifestaciones por la muerte del dirigente de la UP. Sin embargo, la gente no acató y desde el Concejo de Bogotá salió una inmensa caravana encabezada por su esposa María Eugenia y sus hijos, Érika y el pequeño José, que acompañaron el ataúd hasta el cementerio. Las banderas de la UP, del Partido Comunista y los pañuelos blancos hondearon sin cesar mientras las trompetas entonaban la marcha fúnebre. Ni siquiera la presencia non grata de los militares o el implacable aguacero que cayó aquel día dispersaron la multitud.
José Antequera se convirtió en la víctima número 721 el exterminio de la UP, la organización surgida del acuerdo de paz entre las Farc y el gobierno de Belisario Bentacur, que para 1993 el registro alcanzaba más de 3.000 homicidios de militantes en todo el país, 19 masacres, dos candidatos presidenciales asesinados, otros 13 diputados, 11 alcaldes, 70 concejales y 8 congresistas, el último de estos fue su gran amigo Manuel Cepeda.
José Antequera Guzmán, el menor de los dos hijos, hoy tiene 35 años. Su padre, un héroe para él, es su inspiración y ejemplo de vida. Y no es para menos. En Barranquilla el dirigente de la UP se afilió al Partido Comunista, una vena política que había dejado ver desde que tenía 14 años. Su liderazgo como estudiante lo llevó a ser secretario general de las juventudes del partido —JUCO— y presidente de la Unión Nacional de Estudiantes Universitarios.
Pero su carrera no estaba en Barranquilla, sino en Bogotá, donde se enfiló con la dirección nacional del partido y participó activamente en los diálogos de paz con las Farc. Antequera era un convencido en hacer política sin armas, y sabía que las guerrillas en Colombia nunca podrían alcanzar el poder con la guerra.
En Bogotá fue ascendiendo velozmente dentro del Partido Comunista hasta convertirse el enlace con la UP. Antequera era un convencido de que se podía hacer política sin armas, y su labor estuvo enfocada en fortalecer la Unión Patriótica, que se convirtió en una militancia de alto riesgo desde las primeras elecciones cuyos resultados fueron alentadores para la recién nacida organización.
Las amenazas contra Antequera llegaban constantemente a su casa y junto a su esposa aprendieron a dormir con un ojo abierto y uno cerrado. Coronas fúnebres, cartas amenazantes, llamadas y seguimientos se convirtieron en el pan de cada día: “al propio establecimiento se le salió la guerra sucia de las manos”, se le escuchó decir a Antequera en repetidas ocasiones cuando denunciaba la alianza entre el Estado y los paramilitares, que llevaron a cabo dos operaciones para exterminar a la UP: la operación Baile Rojo y la Operación Cóndor, como las mismas Autodefensas Unidas de Colombia le advirtieron en una amenazante carta que encontró María Eugenia dentro de sus libretas de apuntes.
Pero Antequera no quería vivir preso del miedo. Mantuvo su vida bohemia en el centro de Bogotá y sin falta se encontraba con sus amigos del Partido Comunista y la UP, como Manuel Cepeda, en los bares de salsa. Era un costeño alegre y cariñoso que inventaba cuentos para entretener a quienes lo acompañaban y sacarles una sonrisa a sus hijos, a quienes siempre les traía increíbles anécdotas de sus viajes por la Unión Soviética.
José Antequera hijo tuvo la suerte de cumplir con su sueño: trabajar para recuperar la memoria, no solo la de su padre sino la de miles de víctimas del conflicto. Una tarea que le encomendó la alcaldesa Claudia López. Y se preparó para ellos. Se formó como abogado de la Universidad Externado y durante las negociaciones de paz entre el gobierno Santos y las Farc viajó hasta La Habana en la primera comisión de víctimas. Durante su intervención, les exigió a los negociadores de ambos bandos crear una comisión de esclarecimiento histórico para saber la verdad de la guerra. Ahora, desde el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, entidad que encabezará durante los próximos años, tiene el reto de materializar esta obsesión desde que su madre lo agarró de los hombros aquel 3 de marzo de 1989 y le dijo con voz pausada pero contundente en medio de la sala de su casa: “a tu papá lo mataron”.