Él tiene la veta de la rebeldía heredada de aquel mayo de 1968 que, por decir lo menos, sacudió las conciencias de una Europa que vivía entre los resquemores que avivaba la Guerra Fría. Eran jóvenes que estaban sobre los 20 años, con la vaga idea de la autogestión, algo así como destruir toda posibilidad de poder. A eso se aferró Joseph “Joschka” Fischer, un joven dispuesto a contestar al establishment, batiéndose a palos y pedradas contra la policía alemana, a finales de los sesentas.
Conoció a otro joven inquieto de esos años, Daniel Cohn-Bendit, conocido como Dany, el rojo, quien le transmite el fervor por el cambio. ¡Cómo? ¿de qué manera?, son las eternas preguntas de los insatisfechos, pero que merecen plantearse. Joschka ni siquiera terminó el bachillerato. Dicen que solo hizo un curso de fotografía que no terminó. Trabajaba en cositas aleatorias de poca monta. Hoy se diría que se rebuscaba la vida en lo informal. Había crecido en la Alemania de los cincuenta, donde la cuestión nazi planeaba como un moscardón inquieto y molesto. A los padres se les hacía una y otra vez la misma pregunta sobre su pasado nazi. En 2006, el premio Nobel de literatura, Günter Grass reveló que fue llamado, con 15 años al ejército de Hitler, las SS. Esto causó escándalo. En su descargo manifestó que era obligatorio. Pero también dejó claro que nunca disparó un arma.
Joschka no se quedó atrapado en la polémica. Siguió adelante, leyó muchas cosas por su cuenta. En 1998 se encontró gobernando a Alemania como Vicecanciller y ministro de Asuntos Exteriores, a nombre de Los Verdes (Die Grünen), gracias a la coalición que hizo con el Canciller, Gerhard Schröder, SPD de los socialdemócratas. Antes, en 1985, Fischer fue el primer miembro de Los Verdes, en asumir una cartera en un gobierno alemán, la del Medio Ambiente en Hesse. Ese día asumió su cargo vestido de bluyines y zapatillas deportivas. Los rotativos germanos ignoraron el discurso y sí centuplicaron sus fotos y dirigieron los comentarios a la vestimenta de Fischer. Típico de los sesentayochistas que habían renunciado al traje y la corbata, su aspecto desarreglado, barbas de siete días. Y con un lenguaje rarito: el mismo Fischer, en 1984, siendo diputado en el Bundestag, en un debate bastante agitado y ruidoso, de pronto la asamblea se sumió en un silencio atortolante luego que Fischer soltó: “Con todo respeto, señor presidente, usted es un imbécil”.
El 26 de mayo en las elecciones europeas Los Verdes han llegado a su madurez, convirtiéndose en el segundo partido más votado de Alemania, superando al SPD de Willy Brandt y Helmut Schmidt. Pasó de ser un pequeño partido de protesta a ser un partido mayoritario. Cuando Los Verdes nacieron en enero de 1980, su gran preocupación era el peligro de la guerra y el desastre nuclear. Cuarenta años después, el gran tema que se plantea es el cambio climático. Vale, el clima, sí el clima es muy importante, pero hay problemas de hace cuarenta años que ha seguido avanzando y hasta han empeorado. Trayendo mucho sufrimiento a muchas poblaciones. Sería hipócrita reducirlo todo al cambio climático. Joschka al analizar el triunfo del 26 de mayo, admite en el Corriere della Sera, “los cambios en la sociedad alemana y europea son tan vastos y profundos, que todo el sistema de partidos tradicionales ya no es adecuado; estamos en medio de un proceso de transición”. Claro que hay un cambio generacional y hay que estar atentos a los temas que dominan a la opinión pública y mueven a los electorados.
El politólogo Gero Neugebauer piensa que “el votante verde es la típica persona que no tiene problemas para pagar el alquiler y piensa: voy a votar a Los Verdes porque es un partido moderno, mientras que la CDU (el partido de Merkel) no sabe cuál es el Zeitgeist de nuestro tiempo”. La clave de Los Verdes es que saben olfatear e identificar el aire que corre por entre las rendijas y los zócalos de los seres humanos. “Se trata de identificar —dice Fischer— las respuestas a los problemas que mueven a la opinión pública: como el clima, luego la revolución digital, las nuevas jerarquías del orden mundial. Mi grupo puede y debe demostrar que puede hacerlo y tener a las personas adecuadas".
En esa década de 1980 cuando Los Verdes daban sus primeros pasos, lo que era necesario decidir era el cómo modificar la sociedad de posguerra de forma radical, qué caminos recorrer para llegar a posiciones pactistas e incluso oportunistas. Surgieron dos posturas: los fundamentalistas que deseaban una ruptura total (teoría de darse un tiro en el pie) y los realistas, una integración en el sistema de partidos alemán (cómo conservar la dignidad de los nobles principios iniciales). Fischer tiene algo que a muchos les es desconocido y su ausencia provoca mil obstrucciones: el arte de transar, haciendo que lo imposible se torne viable. A veces es difícil distinguir cuando ceder es deponer las armas, o cuando conceder es un monumento a la inteligencia, para dejar ganar al otro. Joschka logró dar a Los Verdes el sentido del pacto.
Tejió distintos gobiernos de coalición con SPD y CDU. Fue muy delicada la decisión que tomó a finales de los 90 cuando era ministro de exteriores de Los Verdes. Joschka Fischer autorizó el envío de los bombarderos alemanes a Yugoslavia, aun en contra de las raíces pacifistas del grupo. Quizás sabe distinguir sus tiempos existenciales —como lo hizo otro alemán en su momento: Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, tuvo el valor de decir, hasta aquí llego yo, y dejó el papado—, porque en junio de 2006 anunció: Cambio el poder por la libertad.
Dejó la política hasta octubre de 2018. Doce años después reapareció en Frankfurt para darle una mano a la nueva generación de verdes y afirmar que los estados nacionales no son la respuesta a los desafíos que enfrentamos, como el cambio climático, el terrorismo, las desigualdades: "Solo juntos podemos enfrentarlos". Pero volvió no para quedarse. Un joven militante le preguntó que por qué no regresaba a la política. “Todo tiene su tiempo. La mía ha pasado. Hay nuevas fuerzas y grandes habilidades entre Los Verdes”.