Al padre Jonathan Marín nunca le ha gustado quedarse callado. No teme a las consecuencias de sus palabras. Tampoco les tiene miedo a los poderosos. Tiene 33 años. Encontró en las redes sociales el mejor púlpito para decir lo que piensa, cree y quiere. Twitter fue el escenario que lo hizo visible.
Todavía hace eco la contundente y directa respuesta a la senadora María Fernanda Cabal que se hizo viral. La senadora del Centro Democrático tildó a sectores de la iglesia, incluidos los jesuitas, de comunistas y malévolos.
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“Los sacerdotes comunistas de la teología de la liberación son jesuitas, claretianos y redentoristas. Expertos en movilización de masas. Qué vergüenza cómo instrumentalizan colegiales. Curas malévolos que enaltecen la violencia como forma de lucha”, fue el trino de la senadora.
El padre Jonathan Marín le respondía sin pelos en la lengua y con mucha ironía: “Camarada María Fernanda Cabal: nosotros estamos muy contentos de poder educar a sus hijos en nuestra ‘castrochavista’ Universidad Javeriana”. Se refería a su hijo Juan José Lafaurie, quien estudia Derecho en la universidad donde el padre Marín es a su vez profesor.
El contrapunteo con la senadora del Centro Democrático no terminó allí. Marín publicó una imagen de una olla comunitaria botada en el suelo lo tildó con un comentario: “pecado social”.
El trino de María Fernanda Cabal no se hizo esperar: “Pecado social es usar la sotana para engañar feligreses, promover secuestro de civiles y policiales, impedir el acceso a urgencias médicas, bloquear la llegada de elementos vitales de supervivencia, de oxígeno, de comida. Sin olvidar aquella práctica horrenda de la pederastia”.
Llegó la respuesta del cura:
“Se les olvida a algunos que quienes conspiraron para ASESINAR a Jesús fueron los que se creían mejores, buenos, puros y santos: la “gente de bien” de aquel entonces. Así me digan “mal sacerdote”, ¡no importa! Comprendo mi ministerio en las coordenadas de la Cruz de Jesús”.
La intensa actividad del padre Marín, significó, como era de esperarse, un llamado de sus superiores jerárquicos. En la compañía de Jesús, como en cualquier institución, se mueven distintas líneas de pensamiento, y fue así como la llamada le llegó del sacerdote Hermann Rodríguez. No se trataba de prohibición alguna a seguir trinando ni mucho menos opinando. El mensaje fue claro: no cazar peleas y llevar las diferencias con altura. Con esta venia, el padre Jonathan Marín, quien desde hace dos años trabaja la localidad de San Cristóbal, en el sur de Bogotá, ha continuado con su púlpito virtual.
El padre Jonathan Marín sigue el camino de su fundador de la compañía San Ignacio de Loyola, y del también jesuita Papa Francisco: la apuesta por los pobres y más golpeados. Y los acompaña en sus luchas, muchas de ellas por pequeñas causas en sus barrios.
Tiene muy presente la petición del Papa cuando le pide a los jóvenes “hacer lío”; palabras que para el padre Jonathan son un espaldarazo a sus convicciones, que lo alejan cada día más del escritorio. Su convicción no tiene pretensiones distintas a las de seguir el evangelio, pero en la Colombia polarizada, estas terminan politizadas como lo muestran los trinos de la senadora del Centro Democrático –uno de los múltiples ejemplos.
En Twitter le dicen guerrillero, comunista, mamerto, izquierdoso. A veces, por picar la lengua –o los dedos— respondía los calificativos. Ahora solo le para bolas a los mensajes que le ayudan a construir ideas. No le interesa la política electoral. Lo que sí le interesa son los problemas reales de la gente que tiene menos oportunidades. Pero entiende que las soluciones de los problemas pasan por la política.
El padre Jonathan Marín es un paisa, bien paisa. Conversador y gracioso. Nació en Cocorná, sur de Antioquia. En su familia está casi que proscrito hablar de política para evitar choques en la mesa del comedor. Su papá, su mamá y varios de sus hermanos son uribistas por tradición y convicción. Él también lo fue. La realidad del país lo cambió. –Soy un uribista arrepentido— dice antes de soltar una sonora carcajada. Aclara que tampoco es petrista.
A los 16 años conoció la obra de los jesuitas. Se interesó por la forma en que predicaban, acompañando a los más necesitados. Ese tal vez fue el llamado. Se unió a los 17 años. Entró al seminario noviciado en Medellín. Dos años después estaba estudiando teología en la Javeriana. También estudió Filosofía en Chile. Y otra vez en la Javeriana hizo la maestría en Teología. Se ordenó sacerdote en 2019. 14 años después de iniciado el camino.
Como buen jesuita, empezó a conocer de primera mano las necesidades reales de las personas. Fue voluntario en misiones jesuitas en las regiones más azotadas por el enfrentamiento entre guerrilleros, paramilitares y soldados. Se metió al fondo del Chocó, de Buenaventura, del Magdalena Medio.
Conoció de primera mano y vivió las historias de campesinos, indígenas, negros, homosexuales, de las mujeres y de los niños. Entendió qué es tener hambre, qué es no tener casa, qué es quedarse sin familia, qué son violaciones masivas de hombres llenos de armas que acababan de matar al esposo o al hijo o al papá o al hermano. Entender qué fue la parapolítica y darse cuenta que se estaba gobernando junto con los paramilitares lo asqueó. Las realidades de país le cambiaron su manera de ver el mundo. Tenía 20 años. Era el 2008.
Desde entonces Jonathan Marín cambió el ‘chip’ de su ministerio sacerdotal. Se volcó hacia las necesidades de los pobres, de los jóvenes, de los homosexuales, de los extranjeros que llegaban al país con una mano adelante y la otra atrás. Esos temas que son un problema para los gobiernos se convirtieron en su agenda. Twitter, donde está activo desde 2010 y donde hoy tiene 11 mil seguidores, muchos de ellos logrados en los últimos días, se convirtió en la plataforma para exponerlos. Con y sin sotana habla de ellos con la misma fuerza.
También es crítico con la iglesia católica. Reconoce que ésta ha estado ciega ante las realidades de los pobres y de las comunidades no favorecidas. Dice que algunas de las comunidades religiosas, en las que también incluye a jesuitas, han sido silenciosas y se han alejado del pueblo. Asegura que la iglesia también necesita una reforma.
En mayo, en medio del paro nacional ha salido en distintas ocasiones a acompañar las manifestaciones con vecinos de su barrio. Grita y pide cambios sociales junto con los jóvenes. Trina sobre las agresiones a manifestantes y a policías. Lloró cuando en Cali agarraron a bala a los indígenas del Cric.
Este trino lo escribió el padre Jonathan Marín cuando se conocieron las noticias de los enfrentamientos entre los indígenas del Cric y la "gente de bien", al sur de la ciudad de Cali. Hechos ocurridos el pasado 9 de mayo.
No le importa que le digan guerrillero, hereje, comunista o que de trino en trino le echen un madrazo. Cree que el hacer ruido en las redes sociales –donde hoy está el grueso de los jóvenes— es una forma de hacer comunidad y de evangelizar a su manera.
El padre Jonathan Marín quiere seguir haciendo ruido. No por egos. Cree que las redes sociales son una buena manera de que la iglesia se acerque a la juventud. Cree que es la oportunidad para mostrar lo que quiere mostrar: que Colombia no es un país feliz y que el discurso de los políticos está muy alejado de la realidad.