Circula por las redes un video en el que John Milton le dice a Petro: "A mí no me llame fascista". En la intervención el hombre de la Colombia Humana no usa esa palabra en alusión al pastor de Justas Libres. Con tono de locutor, Rodríguez se despacha en insultos contra el senador. Usa palabras como "fariseo", terrorista y secuestrador.
Las capacidades exegéticas, narrativas y descriptivas del pastor son patéticas. Solo tiene cambios de tono para pasar de la calumnia al Dios los bendiga. Su relato sobre sus orígenes populares es paupérrimo y su relación de los actos de beneficencia que realiza su organización es torpe. Hasta el tenor y las capacidades de un líder religioso sirven de evidencia de las pobrezas dominantes en una sociedad como la colombiana.
Piensa uno en la belleza de imágenes como la de "los unánimes juntos", en la excelsa oratoria de un Martin Luther King, en la comprensión del amor y la piedad que hiciera Frederick Douglass, en las letras excepcionales de los cantos de alabanza, en la preciosa endecha de David por la muerte de Saul, en la magnífica poesía que leyera Amanda Gorman en la posesión de Joe Biden, en el tono afecto de Jeremías en medio de la soledad de la verdad.
La voz de John Milton parece perder toda la potencia de las voces dadas para la cristiandad desde que fuimos expulsados del edén. Sus argumentos están dados a la medida de quienes creen que el Paraíso es una caravana de escoltas. Otro índice de nuestras miserias. Ante lo escaso, en él el respaldo de Dios no parece hermosear. No hay belleza en las elaboraciones discursivas de Rodríguez. A pesar de ser incapaz ante la metáfora, de no tener ningún talento en la elaboración de las parábolas, de sus desgraciadas intervenciones, él representa a una congregación y se hace llamar apóstol.
No hay nada ni de angélico ni de humanista en su manifestaciones. Todo es señalamientos y torpeza. No se evidencia ninguna clave de la doctrina, no se hacen presentes los dones en su intervención. Sus palabras no sanan, sus frases no enseñan, sus párrafos no profetizan, su actitud no mueve ni a la fe ni a la esperanza. Solo advierte y ruega a los jóvenes que no se dejen "engañar por embusteros".
Cuando lo que generó la reacción de ellos no fueron las mentiras de nadie, sino la crudeza de sus realidades —basta con recorrer la Simón Bolívar en Cali para entender el porqué de los levantamientos; el sector parece una zona de guerra—. Su voz no exhorta, parece una letanía de esas que usara la Inquisición para colgar San Benitos en el pecho de los por desposeer.
Incluso, hay más gracia en la voz de los escribanos de esas cortes, que ante el condenado eran capaces de plasmar frases como "alma en boca, costal de huesos". La única imagen de la que es capaz Rodríguez es la de sí mismo. En medio de las cosas que dice declara que fue ateo y comunista y que una experiencia lo llevó por el camino de la fe.
Un camino en el que seguro nunca escuchó hablar de los Cátaros, de los perseguidos de Éfeso, de los cristianos primitivos, de las versiones que de los seguidores de Jesús hicieran los historiadores romanos. Él casí que sitúa el inicio de la cristiandad en las condiciones de su infancia. "Llena de carencias y de dificultad". En él, el pretendido resumen de las vivencias de todos los mártires. Se expone, sin que se constituya la elaboración del testimonio, para pedir que entendamos las bendiciones por medio de su propia semblanza.
Después se declara víctima —¿cómo votó el senador las curules para las víctimas? ¿Acaso no ignoró a las víctimas del Estado al votar negativamente la moción de censura contra Diego Molano?—. En su victimismo, quien preside la sesión le permite el uso de la palabra sin límites, asume frases inconexas. Amenaza con acciones legales y se aleja cada vez más de la gracia divina y del carácter de Cristo.
Tras escucharlo, estoy cada vez más convencido de que la cristiandad es una cosa que más se estudia que se declara. Al escuchar a este tipo de líderes se piensa en que el cristianismo en Colombia no se puede dejar meter en el molde del uribismo. Y se lamenta, profundamente, que las iglesias cristianas tomen la decisión de ir en una lista única en la próximas elecciones. Dios nos libre, nos dé entendimiento y sabiduría. Porque para eso son la regla de oro y el Sermón de la Montaña, para entender el hecho de pedir al creador que habite la luz en el corazón del otro.