Cuando nació John Fetterman, el 2 de enero de 1969 en el Reading Hospital de Pensilvania, su papá, George, tenía 16 años. Su mamá 15. El temprano embarazo convirtió a los dos muchachos en proscritos. Tenían que pedir en una casa de beneficencia ropa de invierno y leche para el recién nacido. Eran extremadamente pobres. Pero George Fetterman encontró su camino, instaló su familia en York, Pensilvania, y armó un emprendimiento que terminó siendo una exitosa empresa en el negocio de seguros. Su hijo John tendría una vida más acomodada.
Con casi dos metros y su fuerte contextura física se convirtió en una figura popular en el colegio como gran jugador de futbol americano pero también como buen estudiante. Estaba predestinado a seguir con el negocio fundado por su papá, pero una tragedia le cambió el rumbo.
Fetterman estaba camino de obtener una Maestría en Administración de Empresas en la Universidad de Connecticut. Tenía una beca por su desempeño en las canchas de fútbol. Un amigo lo llevó una mañana al gimnasio y cuando estaban de regreso tuvieron un accidente. Su amigo murió y a Fetterman le vida le dio un giro definitivo.
Atrás quedaron sus intereses por el mundo empresarial y los negocios, se volcó definitivamente a trabajar por la gente y por los problemas sociales de las comunidades. A los 24 años se unió Big Brothers, Big Sisters of América, una fundación que buscaba apoyar a niños huérfanos. Se topó con la tragedia de un niño de ocho años que recién había perdido a su papá victima de SIDA y su mamá luchaba por salvarse; Fetterman le juró que cuidaría su hijo, como en efecto lo hizo.
A los treinta años, después de graduarse en una Maestría en Políticas Públicas en Harvard, tomó otra decisión radical: se traslado a vivir a Braddock, atraído por la “belleza maligna de la ciudad”, como él la describió. Fue elegido alcalde, un cargo en el que sostuvo durante 18 años y que le permitió conocer al detalle el mundo urbano de Filadelfia y sus alrededores.
Hace trece años conoció, a través del trabajo social con las comunidades a su esposa la brasilera Gisele Barreto, quien tenía nueve años cuando llegó con su mamá y su hermano a Nueva York. Vivieron diez años como indocumentados, unas circunstancias que l volvieron una activista defensora del programa DACA firmado por Obama que protege de deportación a quienes llegan niños y crecen en Estados Unidos y que Donald Trump intentó tumbar. La presión en el congreso lo obligó a desistir pero mostró un talantes que radicalizó en contra suya a personas como Barreto quien tiene tres hijos con Fetterman.
El trabajo de Fetterman como alcalde de Braddock le dio resonancia nacional. Fue efectivo en la recuperación de una ciudad en el pasado industrial pero sumida en la depresión económica y la desesperanza juvenil, traducida en delincuencia y altas cifras de suicidio, fue la de recuperar espacios que estaban completamente abandonados, edificios en ruinas, hundidos en el olvido, los escombros y dueños que esperaban en vano alguna vez especular vendiéndolo a precios muy altos. Él los recuperó y allí hizo varios centros comunitarios. Con dinero de su propio bolsillo compró una vieja iglesia presbiterana por USD 50 mil y se trasladó a vivir al sótano durante cuatro años. Él ayudó a la reconstrucción, la reformó y hoy es albergue de jóvenes que antes vivían en la calle. Braddock se transformó en un centro artístico y de esperanza a donde llegan jóvenes de todas partes del país, atraídos por propuestas únicas como sus granjas comunales.
En sus inmensos brazos tatuados se nota su conexión con la ciudad. Ahí, entre sus venas, está un número, el 15104, que es el código postal de Braddock. En su brazo derecho están las cinco fechas de asesinatos de jóvenes que ocurrieron mientras él fue alcalde. Ser mandatario no le impidió meterse en líos. En el 2011 estuvo preso por encabezar una protesta contra el hospital para presionar por lograr apoyo del gobierno federal para la dotación. Al mismo tiempo, siguiendo los principios del reciclaje útil, remodeló un antiguo concesionario de carros donde vive con su esposa y sus tres hijos.
Conocedor del trabajo con las bases y comprometido con sus problemas hace cuatro años intentó llegar al Congreso de Estados Unidos alineado con Bernie Sanders con quien se identificaba como un socialista democrático. Tuvo un buen resultado electoral, aunque los votos no le dieron, la siembra fue productiva y dos años después en 2018 logró ser elegido vice-gobernador de Pensilvania con el apoyo de Bernie Sanders en fórmula con Tom Wolf –el tiquete ganador del Partido Demócrata en Pensilvania- y en esta elecciones cruciales del 2020, conseguir derrotar a Donald Trump y llevar a Joe Biden a la Presidencia de Estados Unidos.
La lucha palmo a palmo en estas elecciones presidenciales por los 20 votos electorales que entregaba Pensilvania pusieron fueron un verdadero voto finish, del que pendía la presidencia de los Estados Unidos. El conocimiento al centímetro de la población urbana de Filadelfia, Fetterman pudo delinear una estrategia que le resultó: no pretender ganarse las localidades completas, que se habían apartado del Partido Demócrata y le habían dado los votos a Trump en el 2016 y buscar trabajar en los márgenes, dirigiéndose a sectores que el conocía bien, insatisfechos con las políticas de la Casa Blanca, identificando poblaciones vulneradas como los afroamericanas, los desprotegidos de la atención de salud, desempleados y excluidos de la educación. Las localidades donde trabajó, manzana por manzana, casa por casa le dieron muchos de los votos que entraron en el conteo final y marcaron la diferencia de más de 40 mil votos.
Igual que John Fetterman, un antisistema que se opone visceralmente a Trump y los republicanos, radical en sus convicciones incluso más al ala de izquierda del partido de Demócrata, buena parte de los Progresistas liderados por Bernie Banders,, entendieron que no era el tiempo para las divisiones internas y que solo había una consigna posible: sacar a Donald Trump de la Casa Blanca. Y lo lograron.