Ahora que se habla de los supuestos plagios del Joe, es importante considerar que más allá de los títulos enunciados en diferentes informes como; A mi Dios todo le debo, Mini Mini, Teresa Vuelve, Yamulemau, Bolobomchi, la Rebelión, Tal para Cual, y Musa Original, que no superan diez canciones, la obra de Arroyo es extensa y abarca géneros como el chandé, la maestranza, el porro, el fandango y la salsa ,entre otros a los que le dio brillo con su calidad interpretativa.
Los denominados himnos del Joe no son precisamente los mencionados en las notas- denuncias y se debe advertir que célebres números de este cartagenero son de la firma autoral del inolvidable Isaac Villanueva para las canciones El Ausente, El Árbol, El Cocinero Mayor, La vi partir o Los Patulecos, cuando Arroyo conformaba al lado de Wilson Saoco, la exitosa pareja vocal de la orquesta de Julio Estrada Fruko.
Los seguidores del Joe tenemos entre canciones icónicas, la dedicatoria que le hizo a Barranquilla (En Barranquilla me quedo), el que se inspiró en los bailadores, ( Pal bailador) el pregón de los trasnochadores (Centurión de la noche), el que le regaló a su viejo (El negro chombo), la melodía para su esposa (Mi Mary), también los cantos maravillosos a su hija Tania (Tania y Tania dos). De su calidad como cantante dan testimonio las grabaciones de obras espléndidas como Hasta amanecer, El Barbero, Amerindio o el Son Apretao.
Joe fue quien puso en el panorama musical del mundo cumbias, chandés y maestranzas, la vorágine musical de un alquimista, que se cansó de cantar éxitos salseros con el maestro Julio Estrada y volvió al Caribe para reinventar la rumba, para develar arcanos y antiguos sonidos afros, para verter en un mismo caldero los cantos antillanos, los lamentos brujos lucumís y los pregones de zafra, rebeldes, azarosos , con rumor marino, con ropaje de marimba y tambora.
¿De qué está hecho el Joeson?; ¿dónde reside el hechizo de las canciones del señor Arroyo?; ¿qué se fumó para proponer esta inverosímil ecuación musical?; ¿Cómo se rompió el coco para lograr la perfecta convivencia de un guache, un sintetizador, un clarinete y un güiro?; ¿ Cómo se pudo internar en los aires ancestrales para devolvernos una música tan frenética y sensual, pero a la vez vernácula y sagrada, tan gozada por rumberos, incansables habitantes de la noche; a la vez aplaudida en recintos y estudiada por sesudos investigadores exegetas de la corchea y la semifusa.?
Esta música que trajo Joe en los ochenta era otra cosa. De salitroso efluvio cartagenero, cobriza y con tibios hálitos de sudor de mula, de patio calcinado, olorosa a Sincelejo, a boga, a boñiga, a gaitero, pero al mismo tiempo, insular, de rítmicos acentos antillanos, de piel densa y oscura, habitada por noctámbulos duendes mulatos, burlones y obscenos que se fugaron entre flautas dulces y bombardinos, que aceptaron la invitación de Arroyo para pasearse en cumbiones, calipsos y champetas, en porros y fandangos.
El rey del carnaval
La poesía de este negro cartagenero enamoró a Barranquilla, con sus canciones de barberos y amerindios, a bailadores y rumberas, sones apretaos, escuchados hasta el amanecer, hasta tumbar el techo en casetas calurosas, atestadas de sedientos bailadores y perfumadas de licores rancios. La marimonda y el congo tuvieron cómo expresar la policromía de sus almas gozosas, los canutillos y las piedras titilantes abandonaron los disfraces y caretas para mutarse en la sustancia, en la savia de sus cantos paganos.
En la noche lo visitaba la musa, lo acompañaba en el eterno desvelo, en ocasiones le soplaba milenarios trabalenguas, fragmentos de añejos dialectos mandingas, hurtados por bucaneros y corsarios que los escucharon a orillas del Níger y en las costas de Senegal, trasladados en sigiloso desembarco por musculosos bantús hasta la ciudad de mohosas murallas, para que Joe los reinventara en las partituras invisibles que le surgían como dibujos pintados con sinuoso humo de cigarro sobre el éter salpicado de locura que precedía sus amaneceres.
Así nacieron sus Tumanyes, Si So Goles y Matiaguas, música acuosa que dormitó oculta en cofrecitos perlados de óxido y olvido, que llegó con su rumor marino, de golpeteo de ola contra roca vestida de corales verdes y magentas, sonidos que el Joe reprodujo con su voz de fauno en celo, imitando la alegría contenida en las notas altas de una trompeta, las voces tribales que esconde un tambor y, por supuesto, los profundos dolores que atesora un piano.
Sobre la simétrica sonoridad de su inseparable clave, aventuró sonidos improbables hasta ahora, pero fue respetuoso y ortodoxo en el chandé y la maestranza, su voz libertaria gobernó a su antojo en el vasto territorio de la rumba afroantillana, en el fragor de los carnavales curramberos, de las verbenas picoteras, de Palenque al Jorge Eliécer, de la plaza Majagual al Madison Square Garden.
Nos quedó la impronta de su música irrepetible, el recuerdo de golpe de clave, la leyenda del hombre que murió tres veces y que en la madrugada del 26 de julio de 2011 se elevó convertido en sortilegio de gaitas, sobre el cielo caribe, tachonado de nubes incendiadas, al lado de los alcatraces que observaron en su vuelo el encanto de un puñado de barcos adormecidos sobre una bahía que desnudó los más crudos silencios.