Palizas, fajazos, rigores y abusos sexuales. Una obsesión lo poseía: la letra con sangre entra. En este caso: la música. Exprimió hasta el tuétano a sus nueve hijos, cegado por la avaricia y el éxito.
Quiso alcanzar la gloria por los dos únicos caminos abiertos a un negro: el deporte o la música. Probó con el boxeo y fracasó. Intentó en una banda de blues y falló. Acabó como operador de grúas en una fundición en Indiana.
Para rumiar su frustración decidió engendrar hijos con Katherine, su segunda esposa. De 10 embarazos –uno tras otro como en una línea de montaje– sobrevivieron seis hombres y tres mujeres.
Cuando nada salía bien, descargaba su furia contra ella y los pequeños; eran tiempos difíciles y costaba llevar la pitanza al hogar, aún más si los sueños de grandeza superaban la cruda realidad.
Nació y creció en la Gran Depresión. Joseph Jackson comenzó a trabajar desde la niñez con sus padres Samuel Jackson y Crystal Lee King, que iniciaron con él su familia de cinco retoños, un 26 de julio de 1928, allá en Fountain Hill en el beatífico estado de Arkansas.
Celebró los 12 años con la noticia del divorcio de sus padres y Samuel se lo llevó a Oakland, California, donde pasó su juventud; a los 18 años regresó a Gary, Indiana, para vivir al lado de su madre. Ahí, conoció a su mujer y comenzó a repoblar el planeta.
Los vecindarios de negros pobres en Indiana eran semilleros de pandillas y criaderos de carne de presidio; por eso, Joseph impuso en su hogar el estado de sitio permanente y lo rigió con un guante de púas.
El primero en probar la pesada mano del “pater familias” fue Tito, el primogénito, cuando osó tocar la guitarra del patriarca. Lo azotó como a un esclavo. El resto: Jackie, Jermaine, Marlon, Rebbie, La Toya, Randy, Janet y el benjamín, Michael, entendió el lado oscuro del amor.
Dado que ninguno tenía la menor habilidad para el boxeo, Joe decidió convertirlos en músicos y cantantes, para lo cual instauró un régimen draconiano de ensayos y actuaciones, combinado con gritos, insultos, humillaciones, golpizas y manoseos, cuando el demonio de la carne lo atizaba.
La picardía de los mayores les permitió desarrollar mecanismos de defensa y algunos trucos para librarse, de tanto en tanto, de la férula paterna y disfrutar de un poco de libertad, sobre todo cuando Joe salía de cacería nocturna.
Una suerte distinta corrió el menor, Michael, que construyó un mundo de fantasía para escapar del infierno hogareño; el futuro rey del pop confesó a Oprah Winfrey: “Mi padre se burlaba de mí y lo odiaba, me hacía llorar cada día. Era muy estricto, muy duro, muy severo. Había veces en que venía a verme y yo me ponía enfermo, comenzaba a regurgitar”, aseguró el cantante.
La versión de Joe era distinta y negó todas las acusaciones. Admitió que a Michael “lo azotaba con un cinturón, pero nunca lo golpié”. Randy Taraborrelli escribió, en Michael Jackson: la magia y la locura, que las excentricidades de la estrella del pop radicaban en el desprecio paterno.
*Especial de La Nación.