Pues a mí me gustó. Con el atrevimiento que resulta de ver las escenas desde una butaca de general —entiéndase por “general” la montonera de quienes vivimos la tecnología sin fervores religiosos y usamos los iProducts (iPhone, iPod, iPad) sin pertenecer a la secta del iPower, y admiramos a Steve Jobs sin ser idólatras de su imagen y, además, lo mejor, disfrutamos (o no) del cine sin la obligación que tienen los críticos de decir después cosas inteligentes—, desde esa deliciosa perspectiva, repito, JOBS me gustó. A pesar de la frialdad que precedió su llegada a la cartelera nacional y, por sobre todo, a pesar de que la reencarnación del personaje se llame Ashton Kutcher, el eterno figurín de cuanta comedia rápida produce Hollywood.
Ciento veintiocho minutos —ocho con crispetas y ciento veinte a palo seco— en los que no me atrevía a espabilar. En parte porque la película no es una historia lineal, sino una colcha de retazos que recrea episodios de la vida de Jobs que, de alguna manera, marcaron sus aportes geniales a la historia de los computadores personales. (Si uno se descuida, “pailas, hermano”, decía mi vecino a su acompañante, porque los retazos no empiezan, no acaban y no están hilados entre sí). Y en parte —hablo de mi caso—, porque JOBS me absorbió el seso como lo hizo esa bola verde que, de niña, me fascinaba y me asustaba: el Grinch. Grinchóloga sí que soy. De ahí mi autoridad al afirmar que SJ, al menos el de la película, y el antihéroe de aquellos años maravillosos se parecen.
No en los rasgos físicos, el ganador del reality “buscando un doble para el Grinch”, cuya foto circula por internet, está por encima de cualquier discusión:
En los rasgos vitales que los hacen, a los dos, ser tan adorables para la causa que persiguen y tan detestables para los seres que los rodean. Más adorable la criatura de la montaña, rellena de ternura, que el creador de Apple, relleno de hielo raspado. Desadaptados ambos. Solo que el Grinch no es egoísta, ni ególatra, ni energúmeno —apenas gruñón—, ni traicionero, ni déspota —hoy podrían acusarlo de bullying con sus subalternos—, ni desaseado como lo fue Jobs (el de la película, repito). Tampoco es innovador, visionario, negociante, trabajador incansable y brillante, como lo fue aquel hombre que, potenciando inventos ya existentes, aportó tanto al desarrollo del mundo actual. Hipnotizándonos con su ambientada presencia de estrella de rock y con la burbuja misteriosa que lo rodeaba. Ahí quedan para la posteridad los videos de sus esporádicas y exitosas apariciones. De hecho, la cinta que nos ocupa, arranca con la representación de la inolvidable presentación del iPod en 2001:
He leído muchas diatribas, provenientes de adoradores y conocedores en profundidad de Steve Jobs, sobre JOBS. Que hay que verla con mucho cuidado, que tal escena no existió, que tal diálogo es inexacto, que Joshua Michael Stern (el director) trata al genio como a un corriente peatón, que… Y qué. Si es así, qué. No entiendo por qué la necesidad de despojar de su humanidad a los semejantes que alcanzan algún reconocimiento. (¿No es, pues, que las poesías más iluminadas brotan de los momentos más oscuros de los poetas?). Pero si es que todos estamos llenos de virtudes y miserias, y reconocerlo así no solo no se constituye en atentado contra ningún logro, si no que nos libera de las constantes decepciones que sufrimos por cuenta de estar descabezando estatuas de barro. Todos, sin excepción, entérense los miembros del club de fans de Steve, todos somos estatuas —la mayoría en miniatura— deleznables. Y no pasa nada, la Historia se sigue escribiendo. Además, JOBS no se trata de un documental basado en una biografía autorizada, estilo el mamotreto firmado por Walter Isaacson; se trata de una pe-lí-cu-la. Con una música… Y con un Kutcher reivindicado que logró darle un vuelco a su edulcorada trayectoria de galán.
(Para que no quede duda de que JOBS es una simple película, y para adelantarse a la polvareda que podría levantarse y que se levantó, los realizadores incluyeron, junto a la tabla final de créditos, esta explicación: Aunque esta película esté inspirada en eventos reales, algunos personajes, caracterizaciones, incidentes, localizaciones y diálogos son ficticios o inventados con el objetivo de dramatizarlos. Con respeto a esa ficción e invención, cualquier similitud con el nombre, el personaje, historia o cualquier persona, viva o muerta, o cualquier producto, entidad o incidente está creado con el objetivo de dramatizar y no tiene la intención de reflejarse en ningún personaje, historia, producto o entidad).
Pues sí, a mí me gustó. No más que Cómo El Grinch robó la Navidad, pero me gustó.
COPETE DE CREMA: Para complementar, ¿se acuerdan de aquel memorable discurso que pronunció Steve Jobs en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford (California) en el 2005? No sobra refrescarlo: