Contaba Facundo Cabral en un recital que en Katmandú (Capital de Nepal) era tal la pobreza, que las madres perforaban con alambre caliente los ojos de sus hijos recién nacidos para así poder generar la compasión necesaria al momento de salir a pedir limosna.
Según la UNICEF, 8.300 niños mueren de hambre diariamente en el mundo, es decir unos 360 cada hora; mientras escribo esto, solo en Yemen están muriendo 10 niños.
Esta navidad, como el resto del año, en America Latina 43 millones de personas seguirán padeciendo hambre y nuestro accionar se ha de limitar a darle un “me entristece” con el pulgar a la imagen de cualquier niño o anciano hambriento publicado en redes sociales.
Dicen que cuando el escritor ruso Fiódor Dostoyevski, contempló en Basilea (Suiza) el cuadro de Cristo en la tumba del pintor Hans Holbein llegó a un estado de estremecimiento que lo marcaría para siempre; no era el Cristo glorificado y de imagen perfecta que nos han acostumbrado a ver, era un Cristo martirizado, en estado de descomposición, con heridas desgarradoras; el verdadero sufrimiento y el dolor se habían plasmado con crudeza, era un Cristo humano como nosotros.
Deberíamos pensar que hoy la navidad ya no solo es desempolvar el pesebre cada año o salir en estampida a comprar cacharros a veces inútiles; dicen que Holbein para alcanzar la imagen perfecta sobre el padecimiento y dolor de Cristo, tuvo que usar un cadáver extraído del Río Rin; nosotros para presenciar el alumbramiento de Jesús lo podemos hacer simplemente logrando la sonrisa en un niño, o cultivando en los demás seres humanos la solidaridad y la generosidad.