Jesús de Nazaret, la revolución espiritual que necesitamos

Jesús de Nazaret, la revolución espiritual que necesitamos

"En tiempos de angustia e incertidumbre solo en Él podemos encontrar la paz que el mundo no da"

Por: Juan mario sánchez cuervo
febrero 01, 2021
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Jesús de Nazaret, la revolución espiritual que necesitamos
Foto: Pixabay

Jesús fue y es un revolucionario, pero del Amor; porque nunca apoyó las vías de hecho o cualquier asomo de violencia, como la vez en que le ordenó a Pedro guardar la espada. Por el contrario, pronunció una frase que hasta la fecha pocos entienden y practican: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen”. Afirma que amar a los amigos, a los que piensan igual que uno, a los que nos aplauden y quieren, no tiene ningún mérito, pues es lo que hace todo el mundo, incluso los peores asesinos. La verdadera grandeza en la caridad consiste en tolerar al que nos resulta molesto, en amar al que nos odia y en perdonar al que nos hace daño. No conozco una revolución más extraordinaria que esa, y nos la enseñó con su ejemplo de vida. No tiene ningún asidero sustentar que Jesús fue, en términos políticos, un revolucionario: caen en una falacia terrible y en un error gravísimo los que pretenden justificar la lucha armada tomando a Jesús como modelo de rebeldía o de revolución. Repito: su revolución tiene que ver con el Amor y jamás con la violencia. Por otra parte, y en detrimento del cristianismo, en distintos periodos de la historia sanguinaria de la humanidad, se usó y se usa perversamente el nombre de Jesús para imponer la verdad, x religión o determinado sistema político. Gandhi, que adoraba a Cristo, dijo alguna vez: yo sería cristiano de no ser por los cristianos. Sobra decir, quizás, que la verdad no se debe imponer, la verdad brilla por sí sola, y ninguna religión tiene la última palabra, y todo sistema político se sustenta no en el amor, sino en la gula insaciable de poder, y en la mentira, y Jesús es la Verdad, la Verdad que hace libre al ser humano, como Él mismo lo dijo.

Jesús fue, hasta su muerte, auténtico y digno. Si dijo algo, lo sostuvo; si hizo algo, lo reconoció; si predicó mensajes hermosos, los coronó con su ejemplo. Ser digno y ser auténtico son dos virtudes que hacen a un verdadero ser humano. Hoy por hoy, pocos son dignos y auténticos, pues ponen por escudo a la mentira. Pocos hombres reconocen que han robado, que han cometido un delito o crimen, que se han degradado como seres humanos al matar a un semejante. Todo es mentira y engaño en un mundo que no valora la verdad. Jesús es la Verdad misma. Y su dignidad, autenticidad y Verdad fueron extendidas en la cruz del calvario: nunca huyó cobardemente de su compromiso y responsabilidad, ni le pidió compasión a los poderosos, como los sumos sacerdotes y Pilato: por el contrario, dio testimonio de todo lo que había dicho y hecho, y de lo que Él realmente era y es. La pregunta de Pilato fue estúpida: “¿Y qué es la verdad?”. Tenía la Verdad delante de él y no la reconoció, por eso el Maestro guardó silencio. La verdad tiene luz propia.

Debemos redescubrir a Jesús de Nazaret, o mejor dicho, conocerlo por primera vez: el que tiene miedo, no lo conoce; el que es devorado por el cáncer del odio, no lo conoce; el que es cobarde, no lo conoce; el que va a misa y comulga, y sale después a matar y a robar y a destruir al prójimo, no lo conoce; el católico rezandero y camandulero que con una mano pasa las pepitas del rosario y con la otra empuña un revólver, no lo conoce; el que lleva escapularios para que la virgen lo proteja cuando comete sus fechorías, no lo conoce; el que es amigo de la venganza, no lo conoce; el que siente envidia, no lo conoce; el hipócrita, no lo conoce; el que practica la doble moral, no lo conoce; el que lo busca solo para pedirle favores, no lo conoce; el que lo sigue para escapar de las llamas del supuesto infierno, no lo conoce; el que cumple los mandamientos tan solo por la ambición del cielo, no lo conoce; el mentiroso y el injusto y el soberbio y el opresor, no lo conocen; la mojigata, el puritano, el moralista a ultranza que en todo ve pecado e impureza, no lo conocen.

Empieza a conocerlo el hombre humilde y sencillo; el hombre justo, el misericordioso, y el sincero; el que ama a los enemigos, el tolerante y paciente, el amoroso, el hombre sereno y ecuánime; el que defiende y respeta a los animales; el que en toda criatura ve a Dios y cuida y protege la naturaleza. Empieza a conocerlo también el que siempre perdona al hermano (si es necesario setecientas mil veces siete)… Jesús de Nazaret quiso decir con la metáfora del setenta veces siete, que siempre había que perdonar a nuestros hermanos, y no juzgarlos y más bien ponernos, así sea por un instante, en los zapatos del otro. Que en este tiempo de incertidumbre, de angustia para la humanidad, Jesús la Luz del mundo les conceda la gracia suprema de experimentar la paz, a través del perdón y la tolerancia. Si el anhelo de paz, hermandad y solidaridad no ha logrado unirnos; sino, por el contrario dividirnos cada día más, que Jesús el Señor y Divino Maestro realice el milagro de sentirnos hermanos a través de su inmenso Amor demostrado en la cruz. Y que Dios les conceda, y me conceda, el regalo inefable de empezar a conocerlo, pues sólo el que conoce en Espíritu y en Verdad a Jesús de Nazaret puede afirmar sin mentir que lo ama, amén.

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