Jesús Abad Colorado, testigo mayor de la historia nacional de la barbarie

Jesús Abad Colorado, testigo mayor de la historia nacional de la barbarie

"Me dijeron que no levantara la cámara y respeté esa petición. Pero luego dije: tengo que hacer esto [...] Sin estos testimonios no se conocerían esos hechos"

Por: Ricardo Rondón Chamorro
octubre 25, 2018
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Jesús Abad Colorado, testigo mayor de la historia nacional de la barbarie

Si Jesús Abad Colorado no hubiese levantado la cámara en su momento, y en los innumerables capítulos cruentos del conflicto armado que ha presenciado en los más apartados territorios heridos donde por su cuenta y riesgo ha arribado primero que las autoridades y los organismo de rescate, el país se habría perdido de su valioso testimonio, del registro más completo y conmovedor de la crueldad y la barbarie que ha azotado a Colombia en los últimos veinticinco años.

Gracias al coraje y a la habilidad del reportero antioqueño, hijo de un matrimonio campesino que tampoco se escapó de los rigores de la persecución, la amenaza y el desplazamiento, nos asomamos hoy estupefactos a su reveladora exposición de 500 fotografías en el Claustro de San Agustín, en Bogotá, paradójicamente a escasos metros del poderoso complejo donde se aprueban y se imparten las leyes, y se administra la justicia.

La foto de la niña de la Comuna 13 de Medellín (que encabeza este artículo) que observa por el orificio de la ventana rota de su vivienda tras un enfrentamiento a plomo entre la policía y militantes de las AUC, resume el enorme testimonio gráfico de Jesús Abad Colorado, o Chucho para sus amigos y el colegaje, porque esa ha sido su visión del país detrás de su cámara fotográfica que, como buen Jesús, también ha sido su cruz: un espejo fragmentado por una infame y absurda guerra que ha dejado a su paso, desde distintos frentes, 261.619 víctimas —214.584 civiles—, además de miles de secuestrados, desapariciones forzadas, masacres, desplazamiento, violencia sexual, cientos de víctimas de minas antipersona, entre ellos niños y mujeres: un panorama siniestro y desolador.

La exposición El Testigo: Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado, 1992-2018, del Claustro de San Agustín (producida por la Universidad Nacional de Colombia, curaduría de María Belén Sáez de Ibarra) (dividida en cuatro salas (Tierra callada, No hay tinieblas que la luz no venza, Y aun así me levantaré y Pongo mis manos en las tuyas), es un claro y contundente testimonio que el fotoperiodista nos ha puesto ante nuestros ojos como punto de reflexión para que esta barbarie no se repita en las futuras generaciones, también lo es el documental El Testigo: Caín y Abel, de la directora británica Kate Horne, profunda y reveladora narrativa de su quehacer como reportero de guerra, de su periplo sin treguas por los hechos trascendentales del conflicto armado, sus protagonistas, sus víctimas inocentes, los verdaderos perdedores, como él las ha llamado, y las miles de imágenes que ha capturado.

En este documental, la historia gráfica y la narración oral del fotoperiodista, van de la mano. La una entrelaza a la otra, y van conduciendo al espectador como en una suerte de vasos comunicantes para ilustrar el paso a paso, con lujo de detalles, nombres, fechas, espacios y acontecimientos que, de tanto nombrarlos en conferencias, charlas universitarias, aulas de escuelas y colegios, y en su retorno a los territorios heridos, se sabe de memoria.

Hoy en día, cuando la palabra testigo está tan devaluada en las salas de audiencia, en los procesos judiciales, en los portafolios de prestigiosos abogados y en el poder corrupto y amañado que los compra al mejor postor, sin el más mínimo reato de conciencia, y sin medir consecuencias de los daños y perjuicios de diversa índole que pueda desencadenar, el testigo en la voz y el documento de Jesús Abad Colorado nos remite a recapitular que con su honrado testimonio nada se ha perdido en la memoria de la injusticia y la crueldad, porque gracias a él, ahí está retratado, nítido, imborrable; tal como cita el escritor Ricardo Silva Romero en su columna de opinión de El País de España: si no hubiera sido por él, por su cámara piadosa y firme, los políticos cínicos seguirían jurando por Dios que este horror es discutible.

Solo quien ha presenciado ese horror ostenta la justa propiedad de narrarlo y exponerlo de primera mano. Y en esa labor se ha consagrado Jesús Abad desde que se apartó de su trabajo como reportero del periódico El Colombiano para registrar el drama de los campesinos desterrados de sus parcelas; el llanto de las madres que han perdido sus hijos, de cualquier bando, en el campo de batalla; las niñas y mujeres utilizadas, ultrajadas y violadas en los campamentos de la insurgencia y en las filas nefastas del paramilitarismo; escalofriantes masacres como las de El Aro, El Salado o Bojayá, con sus cristos mutilados, que en otras latitudes civilizadas creen que es producto de la ficción garciamarquiana o de la creciente ola de la cinematografía nacional.

En cada foto de Chucho hay una narrativa propia, que no es la de la imagen impresa que ya es un documento imperecedero, sino una disertación de cómo se logró, en dónde se originó, y que vino después de los hechos. Es decir, el epílogo de los protagonistas o las víctimas que refieren las gráficas, la mayoría en blanco y negro.

Oírlo contar (¿o cantar como un alabao?) es un ejercicio alterno: el de la nobleza y la sensibilidad de un incansable obrero en el oficio latente de registrar la memoria de estos caínes y abeles en el intrincado sangriento de ríos que cursan pesados y cansinos como fosas comunes, de hornos crematorios enclavados en el esplendor de la manigua, de los inconcebibles desmanes de la brutalidad humana, de la que no se salva ni la naturaleza ni los animales, como atestiguan sus gráficas: árboles y animales marcados con la tenebrosa sigla AUC en festines macabros y delirantes de motosierras y descuartizados, de partidos de fútbol con las cabezas de las víctimas, que superan cualquier película de terror

De ahí que en el recorrido por las salas de la exposición se encuentren frondosos bosques de papel y de cartón que redimen los escenarios donde se cometieron crímenes atroces, y en consecuencia la huida en rama de indígenas y campesinos con sus corotos y sus animalitos a cuestas, perros, gatos, cabras, gallinas, porque en este horrible trance de la guerra, para el testigo, hasta los cerdos sufren.

Y en esa misma ruta del asombro y del aliento contenido, la poesía en su pureza que nace espontánea de los desgarradores testimonios de las víctimas, resaltada, en negro, como fúnebre salmodia, sobre las paredes pintadas de cal:

Preferimos vivir aquí entre el cielo estrellado y el silencio.

No tenemos ojos ni conciencia para mirarnos en el espejo roto de la guerra. De botas, armas, viudas y huérfanos llenaron esta tierra que muy rápido cambió de dueño. No nos comieron los muertos, tampoco los mutilados ni las lágrimas que inundan los caminos del destierro.

O del mismo Jesús Abad, al caer la noche, con su cámara por cruz, en su retorno a Bojayá, meses después de registrar las imágenes apocalípticas del atentado a su iglesia:

En esa iglesia, a medianoche, en el pueblo, en medio de la soledad, que no lo habita nadie porque lo trasladaron, yo me quedé en silencio para observar las estrellas.

Entre la primera y la segunda sala, el visitante desprevenido también se encontrará con un poema de Hannah Arendt, la filósofa y politóloga alemana de origen judío, nacionalizada en Estados Unidos, que en estos espacios de la tragedia y el dolor no necesita título porque lo resume todo:

No hay hondura donde no resplandece una claridad / ni silencio donde no resuene un sonido. / Despertad lo silente —incluso ahora sigue dormido!— / Alumbrad la oscuridad que nos creó / No hay tinieblas que la luz no venza, / ni silencio que los sonidos no entonen. / Pero esa calma que reposa en lo incierto / oscurece en silencio la postración postrema.

La realización de este documental de Kate Horne se hizo posible gracias al atento respaldo de Gonzalo Córdoba Mallarino, presidente de Caracol Televisión, que ya había acogido proyectos de gran valía en este importante y necesario género cinematográfico como lo fue Gabo: la magia de lo real, de impecable factura.

Un año atrás, Jesús Abad había puesto a consideración de Córdoba Mallarino el machote de su libro Mirar de la vida profunda, y el ejecutivo, luego de varias horas de hacer un recorrido junto al fotógrafo por las historias que contendría la publicación, lo cerró y le dijo que no le ayudaría con el libro, pero que definitivamente quería hacer un documental sobre su trabajo para llevarlo al cine y a la televisión.

Y es aquí donde finalmente el documental empieza a tomar forma y por fin el deseo de destacar el trabajo de Chucho, que bien puede resumirse en una sola pero contundente palabra: perdón, se vuelve una realidad próxima a compartirse en festivales internacionales bajo el nombre de El Testigo.

Horne le apuesta al documental, sobre todo, porque en la propia historia del fotógrafo también hay una historia del país que él se empeña en contar a través de otros: Chucho perdió a su abuelo y a su tío en un asesinato despiadado; su tía había sufrido el ultraje en la violencia, y sus padres fueron víctimas del desplazamiento.

Aun así, siempre hablaba de esperanza, de perdón y de paz luego de caminar por el centro del país con su cámara como única arma. Otro aspecto que atrae del trabajo de Chucho, es que no narra la historia de los vencedores sino de las víctimas, de los perdedores, y jamás lo ha hecho con imágenes crudas sino con ética, sutileza y poesía.

El fotoperiodista no elige lo descarnado, que es lo obvio, sino lo simbólico y metafórico del dolor colectivo, de ese dolor de patria que repercute más allá de las fronteras.

Kate Horne cree que la mejor manera de contar la historia de Chucho era ir en búsqueda de las personas fotografiadas y enfocarse en las imágenes más icónicas de su trabajo:

“El trabajo de Jesús Abad Colorado merece un lugar especial de reconocimiento en nuestra historia. Su mirada profunda, que por veinticinco años ha acompañado y retratado el dolor de las víctimas, nos invita a ponernos en la piel del otro. Chucho, como se le conoce, nos trae el dolor y, a la vez, la esperanza. Esperamos que sus imágenes lleguen al corazón de muchos. Hoy, honramos el trabajo de Jesús, así como la vida de miles de colombianos que han sufrido la brutalidad de la guerra” concluye la directora.

Muy seguro que el poder oficial hará caso omiso de este impactante testimonio gráfico y audiovisual para evitar comprometerse, y no pronunciará una sílaba al respecto; pero también certero que muchos compatriotas de bien, de a pie, gente como uno que no madruga a vivir sino a no dejarse morir, que paga impuestos y que a pundonor se abre campo para lograr el sustento, pero lo más importante, que siente y corea como propio el clamor de los perdedores, se interesará por verlo, por ser un testigo más del testimonio del gran testigo, que con su lente arriba y su poética vibrante hizo posible que la historia nacional de la barbarie no fuera sepultada ni extraviada.

Porque ahí está, a la vista de todos. ¡Para que no se repita!

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Ficha técnica

País: Reino Unido / Colombia / Perú

Duración: 76 minutos

Reparto: Jesús Abad Colorado

Director: Kate Horne

Género: Documental

Idioma: Español

Únicas funciones: 25, 26, 27 y 28 de octubre en salas de Cine Colombia (Gran Estación, Embajador, Titán Plaza)

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