Jerusalén, la “capital elegida” por Trump

Jerusalén, la “capital elegida” por Trump

"Una vez más David se impone sobre Goliat, pero diferente a la historia bíblica, los papeles se invierten"

Por: Mauricio Alejandro Rios-Molina
febrero 07, 2018
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Jerusalén, la “capital elegida” por Trump

El día miércoles 6 de diciembre de 2017 quedará sellado en los anales de la historia como el día en que, en contravía a 7 décadas de política exterior estadounidense y en oposición al deseo de la mayor parte de la Comunidad Internacional, el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, reconoció a Jerusalén como la capital de Israel.

El motivo o motivos que llevaron a Trump a proclamar esto oscila entre el cumplimiento a su promesa de campaña (de mover la embajada estadounidense a Jerusalén), a una forma de presión para que los palestinos acepten su propuesta (aún desconocida) de paz, a la satisfacción de las demandas del poderoso lobby judío estadounidense (inversionistas de su campaña presidencial), o simplemente a su gusto personal por irrumpir en la política internacional y en los logros de anteriores gobiernos de los EE.UU. (como el acurdo nuclear con Irán).

Ahora bien, más allá de las motivaciones de Trump y su círculo de gobierno, es importante preguntarse ¿qué consecuencias tiene esta decisión para el conflicto palestino-israelí? En primer lugar, el efecto más preocupante es el rompimiento de las negociaciones de paz entre Israel y Palestina. Por más que Trump insista en que su decisión no obstaculizará el logro de un “acuerdo de paz duradero” en el Medio Oriente, su reconocimiento y decisión de trasladar su legación a Jerusalén, probablemente, impedirá avanzar en las negociaciones de paz entre las partes.

Otra de las consecuencias que esta decisión implica es la denigración del Derecho Internacional. Jerusalén, por medio de la Resolución 181 (II) de la Asamblea General, es un cuerpo independiente de la soberanía de Estado alguno. Además, el IV Convenio de Ginebra de 1949, que es el corpus legal que protege a los no-combatientes en época de guerra, prohíbe que la potencia ocupante (en este caso Israel) cambie el estatus político de cualquiera de los territorios que ocupa (Gaza, Cisjordania o Jerusalén).

Así mismo, las Naciones Unidas, en incontables ocasiones y en cabeza de sus dos órganos más importantes (Consejo de Seguridad y Asamblea General), se ha opuesto tajantemente a Israel sobre su intención de convertir a Jerusalén en su capital. Reflejo de esto fue la reunión extraordinaria que mantuvo el Consejo de Seguridad el pasado diciembre; allí se dejó claro que el anunció de Trump vulneraba las resoluciones de la ONU (como la 252 de 1968, y las 476 y 478 de 1980) y amenazaba con desestabilizar la paz y la seguridad del Medio Oriente.

Otra de las consecuencias que se vislumbran (y que ya están pasando) son las protestas multitudinarias y violencia en Palestina y otros Estados árabes y musulmanes. En Palestina se han llevado a cabo demostraciones (que ya representan centenares de víctimas en enfrentamientos con la Fuerza de Defensa Israelí) desde que Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel. De igual forma, se han reportado disturbios en otros países de mayoría musulmana tales como Túnez, Somalia, Egipto, Jordania, Líbano, Yemen e Indonesia.

Ahora que Tel Aviv cuenta con el reconocimiento norteamericano sobre Jerusalén, el destino de los sitios sagrados del Islam en la ciudad, también, crea incertidumbre entre los creyentes. En la parte antigua de la ciudad se encuentran las instalaciones del Haram al-Shariff (que del árabe al español traduce el “Noble Santuario”), y en su interior se ubica la mezquita de Al-Aqsa, que es el tercer sitio más sagrado para los musulmanes. Empero la importancia religiosa de Al-Aqsa, Israel ha irrespetado, en repetidas ocasiones, su simbología: por ejemplo, Ariel Sharon, exprimer Mministro israelí, la invadió con sus tropas en el año 2000 y provocó el inicio de la Segunda Intifada.

Una vez más David se impone sobre Goliat, pero diferente a la historia bíblica, los papeles se invierten: Israel (que sigue siendo David, pero fuerte con el apoyo de EE.UU.) consigue una nueva capital sin necesidad de negociarlo en la mesa (cosa que desincentiva un proceso de paz) y la mayor parte de los Estados del mundo, la ONU, la Unión Europea, la Liga Árabe y Palestina (que son Goliat, pero sin músculo e inofensivos) se quedan revisando la jurisprudencia internacional en búsqueda de algo que impida lo dicho. Sin embargo, como lo demuestra la historia y la práctica en la cuestión palestina, la ley que prevalece al final es la “ley divina” del “pueblo elegido”.

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