Neoliberalismo es una palabra polisémica, es decir, tiene varios sentidos según desde dónde y para qué se aplique. Otro cuento es su propuesta económica, filosófica, y religiosa, que rechaza la seguridad absoluta porque, en su opinión, castra la iniciativa y la responsabilidad.
La realidad de la Guerra Fría y el apartamiento de las políticas publicas encaradas mediante el Estado social europeo y el New Deal (Keynes) estadounidense, propició colocar en la agenda económica latinoamericana los principios acuñados en 1947 en una localidad suiza— Mont-Pélerin— por Friedrich von Hayek que, resumidamente, proponían cambiar la estructura social; articular un nuevo consenso ideológico-político; y obtener otra forma de ejercicio del poder político.
El neoliberalismo fundamentado niega todo colectivismo que vaya contra la libertad. Su valor reposa en la libre competencia, en el mecanismo de los precios, en la propiedad individual. De ahí que monopolios y sindicatos sean mala palabra. Los primeros, por impedir la competencia al intervenir sobre los precios; los segundos, por impedir la rebaja salarial con lo que bloquean el sistema económico, siendo, para los teóricos neoliberales los principales responsables de la desocupación.
Los postulados neoliberales pretendieron imponerse a los países dependientes en los cuales los procesos de acumulación y distribución de riqueza diferían de la peripecia vivida en los países desarrollados.
La experiencia más cercana al neoliberalismo en Latinoamérica se vivió en la década de 1980 y especialmente a comienzos de los años 90.
Fueron años de dictaduras latinoamericanas en el Cono Sur seguidos por recuperación de la democracia. Hubo desmantelamiento de estructuras productivas y conculcamiento de derechos humanos y sociales. En promedio, los indicadores sociales latinoamericanos entre 1980 y 1999 —según los críticos de las medidas económicas de esa etapa— evidencian un aumento en los índices de pobreza; la tasa de desempleo abierto pasó del 6,7% al 8,3%; la informalidad urbana aumentó del 40,2% al 59,6%; el salario real de la industria decreció del 100%, en 1980, al 89%; y el salario mínimo real equivalía al 87% del existente en 1980, con un aumento del porcentaje de familias más pobres del 35% al 43,2% en el período.
Javier Milei se construyó un personaje mediático con el que ganó la presidencia argentina desplazando al gobierno peronista-kirchnerista que en lo que va del siglo XXI impuso una gobernanza viciada de corrupción. Un solo botón de muestra: Cristina Fernández, viuda de Kirchner, ha sido procesada en diferentes causas por delitos vinculados al lavado de dinero y malversación de fondos públicos. Y condenada por corrupta.
Cierto es que Milei en 2015 formó parte del tanque de pensamiento «Fundación Acordar», que asesoró a Daniel Scioli candidato peronista opuesto a Mauricio Macri. Nada que ver con el pensamiento de Hayek o Milton Friedman, Nobeles de Economía. Tiempo después, se convirtió en lector de los autores de la Escuela Austriaca. Derivó en crítico, tanto del peronismo, como de Macri, y se autodefinió como «anarco-capitalista», «ultraliberal», que en algún lenguaje periodístico —a veces carente de análisis— le etiquetaron como «ultraderechista». En realidad, se mostraba como un demente.
No abundaré sobre los delirios de Milei en su campaña electoral. «Viejos meados», llamó a los adultos mayores. Se asesoraba económicamente con su perro Conan ya muerto. En fin.
Inflación de tres dígitos; brecha cambiaria; caída de reservas, riesgo país que llegó a 2.700 puntos básicos que le impide al país acceder al mercado internacional de capitales; déficit fiscal financiero de 4 puntos fruto del gran incremento del gasto público nacional en los últimos veinte años,—23,5%— cuya reducción prometida por Milei es un gran desafío —en opinión del economista argentino Iván Carrino—, alta regulación económica que ubica a Argentina en el lugar 144 en el mundo, son los múltiples retos que enfrenta Milei.
Hoy, el equipo económico convocado por Milei y el apoyo que le da el arco opositor al peronismo— imprescindible para el presidente dado su escaso respaldo legislativo propio— difiere notoriamente de la «motosierra neoliberal” empuñada para llegar a la Casa Rosada.
El equipo económico designado por el flamante presidente no tiene nada que ver con lo anunciado en campaña electoral. La política económica la orientan economistas ex funcionarios del expresidente Mauricio Macri, salvo dos de ellos. Paradojalmente en entrevista reciente calificó a Macri como «alguien con buenas intenciones que se rodeó de las personas equivocadas». Patricia Bullrich, la «montonera asesina» de la campaña electoral es su ministra de Defensa.
El ajuste fiscal anunciado —inevitable cualquiera fuera hoy el gobierno en Argentina— también es gradual y no tan radical. Milei mantiene el impuesto a las ganancias quitado por Sergio Massa previamente a las elecciones votado por el entonces diputado Milei. Se ha reducido la brecha entre el dólar oficial y el dólar paralelo. Hoy la inflación es de 140 % y podría trepar a 350% en enero-febrero 2024. El riesgo país cayó un 20% y los mercados reaccionaron positivamente, por ahora.
Las eventuales privatizaciones anunciados en campaña electoral dependen del Congreso, donde Milei no cuenta con el apoyo necesario y necesita acordar con Juntos por el Cambio y con el PRO, además de algunos legisladores peronistas con quienes mantiene diálogo.
La reciente historia económica regional obliga.
Entre 2004 y 2013, Latinoamérica vivió un ciclo de crecimiento económico, y progreso social, con impacto beneficioso sobre los más pobres, en un contexto de un desempeño económico insatisfactorio, sostiene el ex ministro colombiano José A. Ocampo, donde en el período 1990-2019 «América Latina apenas creció al 2,7% anual, la mitad del 5,5% alcanzado en 1950-1980». No obstante, hubo significativas reducciones en los índices de desigualdad económica del continente. La población en situación de pobreza pasó del 34 por ciento al 21 por ciento, —logro donde la primera administración Lula aportó para esas cifras— formándose la clase media más numerosa que ha tenido América Latina.
Luego llegó el covid-19 que aparejó la peor recesión de su historia y la peor en el mundo después de la de Europa occidental. La Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) estimó en marzo 2021, que el total de personas pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior. Dos años después, la CEPAL informó que la mayoría de los países latinoamericanos habían recuperado los niveles de pobreza a niveles previos a la pandemia.
Lo del principio. La polisemia de determinadas palabras: en setiembre de 2007, Fidel Castro acusó, sin mencionarlo directamente, a su hermano Raúl, por entonces al frente del gobierno cubano, de aplicar «las fórmulas más típicas del neoliberalismo», que eran a su juicio «veneno puro» contra «la Revolución». ¿De qué hablaba el dictador desplazado por la biología?
Se trataba de los «cambios estructurales y de conceptos que resulten necesarios» para evitar el colapso del país anunciados por Raúl Castro en su discurso del 26 de julio de ese año. Crisis que, por cierto, se ha agravado en los diecisiete años posteriores.
No la tiene fácil Milei ni los argentinos. El paro general realizado el miércoles 24 de enero por la CGT copada por el peronismo, fue aprobado por el 53.3% de los encuestados por la consultora Zuban Córdoba; y no aprobado por un 45.4%.