Javier Marulanda, el protector de los colombianos en las cárceles gringas

Javier Marulanda, el protector de los colombianos en las cárceles gringas

Este pereirano proveniente de una familia raizal pasó injustamente 30 años en una prisión y ahora a sus 78 años busca que Petro traiga de regreso 14 mil colombianos

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enero 05, 2023
Javier Marulanda, el protector de los colombianos en las cárceles gringas

Es 1982. Javier Marulanda tiene treinta años. Proveniente de una familia tradicional de Pereira con Don Alberto Marulanda y doña Gilma Gomez, reconocidos patriarcas de la región con una tropa de once hijos  Oscar, Javier, Carlos, Ivan, Jaime, Diego, Eduardo, Jorge, Andrés y Mónica, la única mujer.

 Vivían en una casa amplia en Maraya, uno de los barrios residenciales de la ciudad. Estudiaban en el Liceo de los Andes. Oscar, ahora un reconocido economista era el mayor, y entre ellos estaba también Ivan, el político de la familia que muy joven fue alcalde de Pereira, pero también fundador del Nuevo Liberalismo junto con Luis Carlos Galán y hasta hace un año senador por el Partido Verde.

Terremoto, es decir Javier, era lo que su apodo lo dice: imparable. Simpático, activo, pequeño e incisivo, como una pulga anfetamínica. Doña Gilma no sabía qué hacer con él. Buscando frenarlo lo mandaron a estudiar al internado de los jesuitas del Colegio San Ignacio de Medellín. Necesitaba mano dura. Tenían que buscar meterle disciplina y enrutarlo. Gobernado por los jesuitas, en el colegio habia muchachos de todo el país que se formaban en las lecturas de TheirLard de Chardin Javier, rebelde y místico, quiso ser cura pero justo le dio un ataque de epilepsia que lo desvió de su camino. Aparecieron otros males físicos; problemas en los riñones.

Del Vaticano llegó la negativa a aceptarlo en el camino religioso y terminó entonces en Estados Unidos. Montó un negocio de compra y venta de cosas. A Javier los tratos con plata se le daban bienSe relacionó con hispanos, sonaba la salsa y dolía el racismo. Javier, blanco, alto, rubio y de ojos azules. Bien plantado. Aunque él no parecía colombiano se solidarizó con los suyos y crearon el Club Hispano para enfrentar las discriminación  y las ofensas. . La lucha era contra ellos, los gringos que no los veían como persona. En 1982 le ocurrió lo que a tantos colombianos:  Javier Marulanda era acusado de transportar  1.000 kilos de cocaína a los Estados Unidos. Él quien nunca se pasó un semáforo en rojo estaba siendo condenado a 30 años de cárcel por un crimen que no cometió. El margen de defensa frente a la justicia norteamericana es casi nula.

Se le fueron treinta años de su vida en una prisión en la Florida, una historia injusta que no quieren que más colombianos la repitan. Y en esas está en su tierra, ya de regreso a Pereira.  Otra vez los amigos y el tango, pero también  Imagine de John Lennon. Pero cuando estaba todo listo para emprender su cruzada para defender a los coterráneos abandonados en Estados Unidos, se le atravesó su propio combate personal, el definitivo, por su vida. Las nubes toldaron el cielo de Pereira. Cuando tenía 68 años, Javier Marulanda fue diagnosticado de cáncer. El diagnóstico fue oportuno gracias a una colostomía. Templado en las dificultades, tiene el ánimo arriba.

Víctima de un entrampamiento, Javier Marulanda, como buen paisa,  era buen vendedor. Era capaz de vender hasta un avión. Eso estaba haciendo mientras la DEA, en un operativo, lo detuvo. Dentro de la nave estaban varios kilos de coca. En esa época, si alguien denunciaba a otra persona por narcotráfico, tenía derecho a una parte de la plata incautada. El chileno que denunció a Javier Marulanda se llevó el 35% de lo incautado, es decir, USD 350 mil dólares.  Lo juzgaron en la Florida, nunca le tocó, en ninguno de los tres jurados que dictaron su sentencia, una sola persona latina. En su juicio apareció 173 veces la palabra colombiano. Tenía 43 años.

El recibimiento que le dieron en la cárcel estuvo lejos de ser cálido. Lo agarraron entre cuatro presos y le molieron la espalda con una barra de hierro. Aguantó lo que pudo, como si fuera un árbol, como si fuera un santo.

Uno de las pocas distracciones que tenía, sin derecho a libros, a ver televisión, con esa maldita luz encendida todo el día, era escribirle a Doña Gilma, su mamá, una matrona pereirana, convertida en figura publica por su interés en la política. Dos de sus gestas aún perduran, la creación del departamento de Risaralda y la fundación del Hogar del Anciano de Pereira. Una rica correspondencia entre madre e hijo en la que halaban de todo menos de la cárcel. El no estaba para lamentos.  Ella lo tenía claro: esperaría su regreso libre. Quería darle un abrazo en libertad. Pero no alcanzó. Faltando pocos meses para que Javier lograra salir por pena cumplida, el 11 de octubre del 2015, a los 90 años, doña Gilma murió.

Javier Marulanda conoció las entrañas del monstruo. Supo lo que era ser despreciado dentro de una cárcel gringa. Además sabía las cifras: la proporción del consumo de drogas en Estados Unidos es este: el 75% de las personas que son adictas en ese país son blancas. Sin embargo el 80% de los prisioneros por droga son negros e hispanos, todo lo inverso a la proporción.

En las detenciones gringas todo es indignante para la persona que no existe como ser humano. Pero a esto se le suma las dificultades físicas. El helaje del envierno, el sofocante calor en verano. Las luces encendidas que no permiten distinguir el dia de la noche. Esto enloquece, tanto como la imposibilidad de relacionarse con parientes, de recibir visitas conyugales.

Los guardias  miran de reojo, con desprecio, porque eres hispano, porque no eres gringo. Los presos colombianos necesitan regresar a su país y por eso esta decidido a hacerse escuchar eme ñ alto gobierno. Entiende el momento y por esto le ha escrito al Presidente Gustavo Petro.Su llegada a la Presidencia su propuesta de Paz Total, a la que quiere se acojan todos quienes han violado la ley. Y porque no los que están en Estados Unidos, muchos de ellos sin haber tenido a una defensa, a un juicio; Condenados simplemente porque un narco mayor los ha señalado. La propuesta de Marulanda, ahora convertido en el protector de los detenidos en presidios es buscar permitírselas que concluyan la condena en su tierra, en los presidios colombianos, cerca a los suyos.

 

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