Por ventura que no son pocas las cosas buena que ha traído este maldito coronavirus. Y una de ellas es la oportunidad de darle jaque mate a la cocaína, la primera y mayor fuente de nuestras desventuras.
Los astros se alinearon para traernos esta magnífica oportunidad, que hasta ahora desaprovechamos. Los mafiosos la están pasando mal, y es llegada la hora de que la pasen peor.
Los mercados se angostaron en el mundo. La gente no puede salir a la calle de compras de alucinógenos y la capacidad de gasto es cada día más estrecha. Los mercados que subsisten son los de bienes imprescindibles. Y la cocaína no lo es. La gente de Nueva York, valga el doloroso ejemplo, está dedicada a sobrevivir y no a drogarse. Y lo mismo pasa con los mercados europeos y asiáticos.
Si eso ocurre por el lado de la demanda, con la oferta pasan cosas dignas de tener muy en cuenta. Los raspachines la tienen muy en su contra. Los campesinos que se dedicaban a la cocaína tienen en esta escasez alternativas plausibles y atractivas. Y las faenas ilícitas son cada vez más visibles y peligrosas.
Y cuando las cosas van por un plano inclinado, nada las ataja. Bien que sea para tumbar a Maduro o por el genuino afán de poner a raya la oferta de cocaína, los Estados Unidos desencadenaron lo mejor de la operación Orión, que tiene contra la pared a los traficantes. En estos días se hundieron e interceptaron más sumergibles que nunca. Los buques cargados de droga son más visibles, fáciles de interceptar y de capturar que nunca lo fueron. Y pasa lo mismo con las avionetas de la mafia. En suma, están contra la pared.
El mercado interno venía creciendo en proporciones absurdas. Y se dañó el mercado interno.
Las “ollas” no pasan desapercibidas a poco que se las busque y los compradores andan en cuarentena forzada. Las universidades y los colegios, que los mil veces malditos jíbaros mantenían asediados, tienen cerradas sus puertas. Y la gente con mayor capacidad de rumba y compra, no puede salir de casa, mucho menos en las noches.
________________________________________________________________________________
El narcotráfico es el combustible que alimenta todas las hogueras, y es el momento de golpearlo de muerte
________________________________________________________________________________
Es la hora de golpear y no entendemos la inactividad desesperante y pasmosa del señor ministro de la Defensa. Cuando se vio acosado, hace varios meses, aseguró que a más tardar en este pasado enero estaría fumigando a fondo. Y termina abril y no ha dejado caer un litro de glifosato. ¿Por qué? Y lo más grave es que no se sabe de un solo preparativo que adelante para cumplir su palabra. Mala manera de respaldar sus legítimas aspiraciones presidenciales.
Comprendemos el millón de problemas y desafíos que el Gobierno enfrenta. Pero este no es un tema menor. El narcotráfico es el combustible que alimenta todas las hogueras, y es el momento de golpearlo de muerte.
Dice un viejo proverbio chino, que las cosas que nunca vuelven son el agua al cántaro roto, la flecha disparada al viento y la oportunidad perdida. Una como ésta no volverá. Desaprovecharla sería, más que un crimen, una equivocación, diríamos parodiando al perverso Fouché.
Muchas cosas cambiarán en el mundo cuando el mundo logre derrotar esta pandemia. Y una de ellas será la estructura, el trafico y el consumo en el negocio de la droga. No parece que alguien estuviera estudiando el asunto.
Nos anticipamos al argumento baladí de que la Corte Constitucional está estorbando la acción contra la droga. Esa Corte lo estorba todo, pero este es el momento preciso para ponerla en su sitio. Primero, porque no ha prohibido el glifosato, y lo segundo, porque las condiciones que fijó para su uso son de muy fácil cumplimiento, más en estas horas de cuarentena.
El Presidente Duque tiene la gran ocasión de no mostrarse, como hasta ahora, inferior al desafío de la coca. Y si el Ministro no le camina, que sea la hora de encontrar el apropiado para esa empresa.
Que la estamos pasando muy mal, nadie lo duda. Pero que nuestros enemigos la pasan peor, es evidente. Y los más funestos enemigos de la Patria, los empresarios de esta producción y tráfico malditos, andan de capa caída y rasgada. Para comprobarlo, baste oír los quejidos y lamentos de sus eternos alcahuetas en el Congreso contra la operación Orión y sus efectos. ¿Qué tal que estuviéramos atacando en los campos contaminados, fumigando a derechas, extraditando sin pausa, extinguiendo los derechos de dominio o de propiedad mal habidos. ¡Qué tal!
Hay tiempo. Para nuestra desgracia, este virus nos tendrá acorralados otro largo trecho de nuestras vidas atormentadas. Es la hora solemne. En las tragedias es donde se prueba el temple de los hombres de Estado. Por eso Bolívar siempre se reservó el título glorioso de hombre de las dificultades. ¡Claro que era Bolívar!