Desde muy pequeño, tal y como lo confesó su padre adoptivo Juan Carlos Restrepo, James leía la biblia por influencia suya. Doña Pilar, su mamá, si se confesaba con los curas. Nunca hubo una pelea pero el niño se decantó por el cristianismo. De pronto el estelar volante colombiano es uno de tantos muchachos que, motivados por un pastor evangélico enardecido, decidió creer que si se votaba por el Sí en el Plebiscito todos nos íbamos a volver homosexuales y un rayo salido desde La Habana despertaría de su tumba a Hugo Chávez Frías. Estoy seguro que creyeron esas estupideces o si no escuchen a uno de esos predicadores de pacotilla afirmando que Dios creó al universo hace 26 mil años, justo cuando, según estudios científicos, el hombre ya hacía sus primeros dibujos en cuevas y se inventaba el arte.
James no tiene la culpa de su talento. Dios le dio la sensibilidad en su pierna zurda, la inteligencia para mirar, como un mariscal, las dimensiones del terreno de juego como si fuera un campo de batalla. Lamentablemente, como ocurre con la mayoría de deportistas, es incapaz de trasladar esa sabiduría a la vida real. Por eso cada vez que el muchacho habla uno siente pena ajena, por eso es que ni Rafa Benítez ni Zinedine Zidane lo soportan: el pelado es incapaz de quedarse quieto en una charla táctica, tiene problemas de concentración, es díscolo y poco dado al trabajo. Claro, como es cristiano –y no Ronaldo- cree que siempre tiene la razón, que él es el bueno y sus técnicos le tienen bronca. Claro, su estructura mental de fanático le impide la autocrítica.
Conozco otros cristianos que son muy queridos, tienen una sensibilidad por el país donde nacieron y además son futbolistas. Falcao fue un caso claro. Sabiendo la coyuntura en la que atrevasaba el país decidió salirse del molde y opinar a favor de la salida negociada. James es un producto en las manos de su patrón, Florentino Perez, quien tiene muchos negocios en Colombia, negocios que no le han servido al país y que, además, se hicieron con los expresidentes que aparecen en la foto.
James se calla y obedece, no le queda de otra, pero de pronto también es uribista como buena parte de los 10 millones de personas que profesan ese credo en el país, casi una tercera parte. A Florentino, como al Real Madrid, un equipo ligado al franquismo y a la derecha recalcitrante, personajes como Pastrana y Uribe son bienvenidos, aplaudidos y admirados.
La foto es muy triste para los tres: A James se le nota el fanatismo y Uribe, incapaz en refugiarse en intelectuales que no sean Claudia Gurisatti o Plinio Apuleyo, recurre a James Rodriguez que aunque nunca dice nada importante tiene más poder que los líderes de opinión de Semana, El Tiempo, El espectador o cualquier ciudadano corriente que escriba en Las 2 orillas.
