En honor a la verdad me fue difícil hacer corresponder aquella imagen que yo tenía de Jairo, un eximio jugador de fútbol de los grandes, auténtico e indiscutible verdugo de los arqueros, en los tiempos en los que hacer piruetas con un balón, sobre todo en el área de las 18, no era tomado con burlas al rival sino como una manifestación del más auténtico y legítimo encuentro del hombre con el juego, hasta ver hoy a la persona que construye lentas jugadas maestras en un monótono y escueto tablero de 64 cuadros que se conoce como el juego ciencia: el ajedrez.
Y ahí lo encuentro, dispuesto a abrir una próxima partida con el rival de turno, pero siempre atento a evocar los recuerdos de lo que alguna vez significó vestir, no solo una camiseta hecha de popelina o de franela de su sector Bijao, el más central y el primero que se conoció en la corta historia de El Bagre, sino el de su legendaria Selección que tantos triunfos le trajo a esta comunidad que hoy apenas vive de aquellos cuentos, porque el presente de este deporte deja poco menos que desear.
Basta decir que por cuestiones ajenas a esta disciplina, su equipo se vio privado, una vez más, de llevar sus colores en lo que se conoce como el Mundialito de los Pueblos, que no es otra cosa que la gran Final Departamental del Torneo Intermunicipal de Fútbol, cuyo galardón se cansó de cargar por más de siete ocasiones, y que este 2021 se juega en el municipio de Andes, el bello pueblo que es el eje del Suroeste antioqueño.
Al tratar de encontrarle una explicación a lo que sucede con las nuevas generaciones de futbolistas bagreños, cuyos sueños vienen aplazados desde hace un buen rato, con lo único que me tropecé fue con una disculpa que se resume en esta frase: “Tira tú la piedra que a mí me duele la mano”.
En realidad no sé cómo ni cuándo fue que todos lo empezamos a llamar Jairito, a quien bautizaron como Jhon Jairo Guerrero Cárcamo, nacido en el entonces corregimiento de El Bagre el domingo 20 de septiembre de 1964, pero así se quedó para siempre, al menos para el círculo de amigos que lo recuerdan de vez en cuando.
Ellos mismos me dijeron que no olvidan las destrezas de este jugador de fútbol, las mismas que le hubieran posibilitado abrirle las puertas al entonces profesionalismo cuando todavía faltaba mucho tiempo para que aparecieran los Asprilla, el Tino, digo; los James, así hoy atraviese el Niágara en bicicleta; los Cuadrado y muchos más.
La verdad era que en esos años se solía tener como referencia a la Selección Colombia con Pedro Antonio Zape Jordán en el arco, Jesús María ‘Toto’ Rubio Hernández, Osvaldo Calero, José del Carmen ‘El Boricua Zárate Zamudio, Alfonso ‘el Maestrico’ Cañón Rincón, Henry ‘La Mosca’ Caicedo González, Ponciano Castro, Víctor Campaz Rengifo, Eduardo Julián Retat, Diego Edison Umaña Peñaranda, Fernando ‘el Pecoso’ Castro Lozada, Ernesto Díaz Correa, uno de los primeros que cruzó el charco para jugar con el Standard de Lieja en Bélgica, y, por supuesto a la estrella de todos los tiempos, Willington Alfonso Ortiz Palacio, a quien todavía no hemos sabido ponderar lo que le entregó al fútbol en tanto saberlo hacer con el balón y con la entrega en cada uno de los equipos en los que prestó sus servicios profesionales.
En esas andaban muchos de los pelaos en El Bagre, fantaseando con llegar a ser incluidos en los equipos locales, en los que jugaban en las ciudades capitales, y cómo no, en ser llamados a la Selección de Mayores para disputar las finales en el Atanasio Girardot, que para muchos es un espejismo a juzgar por la mala calidad que muestran los titulares de ese equipo que una vez más vio negada la posibilidad de viajar a Andes para las finales, luego del desastre que se observó en las eliminatorias con Caucasia, que a la final será el equipo que lleve la representación del Bajo Cauca. Otra vez será, dijo la ñata.
Por aquello de que no existían las tales redes sociales, eran muy pocos los que sabían de la existencia del Barcelona de España, del Inter de Milán o, incluso, del Boca Junior de Argentina, así que estos sueños bien podían esperar unos 20 años más, pero lo cierto fue que de aquellas generaciones de futbolistas, de los pocos que se recuerdan son los que compartieron equipo en los años maravillosos de 1976, 77 y 78, cuando jugar era más que ganarle al rival, sino convertirse en el espacio para que los vecinos se unieran en un solo propósito, pero eso sí, nada que fuéramos a perder con Zaragoza. Todo menos eso.
El primero que le llega a su memoria es el nombre de Jaime Garcés, cuando de niños estudiaban, jugaban y mamaban gallo del bueno por las calles del pueblo hasta que llegó el día final de su partida, porque para eso la vida se construye no tanto de los éxitos, sino más bien recogiendo las enseñanzas de los fracasos, dice Jairo en una mañana que nos atendió en El Bagre cuando se le vino de pronto la imagen de otros de su edad, diez, once años, cuando al sitio le dieron el nombre de la calle ‘Lito’ por aquello de que a muchos de ellos los llamaban por su diminutivo: Saulito, Jairito, sutanito, perencejito y otros más y entre ellos formaron un equipo en donde todos jugaban descalzos y, sin embargo, se volvió invencible ante los rivales de otros sectores.-
Llama la atención, como me hizo caer en la cuenta un sociólogo, y es que por muchos años en El Bagre el término de ‘barrio’ no aplicaba sino a un sector conocido como de tolerancia donde se ejercía la prostitución a campo abierto, las llamadas casas de lenocinio y de perdición de muchos infantes de aquellos años.
Cualquier día se le dio por aparecer por la cancha de básquet de Pueblo Nuevo en donde estaba reunida la Selección bajo el mando de Gustavo Palacio Polo, con otros jugadores como Carlos Mercado, Jorge Luis Cuesta y el mismo Jhon Fredy Carrillo, que dejó un buen recuerdo mientras estuvo en el arco.
“No sé por qué me llamaron, a sabiendas de que andaba descalzo por esas cosas de la costumbre y me dijeron que jugara y allí mismo le marqué cinco goles y Gustavo me citó aparte para notificarme que en un plazo de ocho días debíamos viajar, pero antes debía hacer unas vueltas en la oficina de don Ruperto Cerpa en la empresa, por aquella del permiso de la familia, llevar unas fotos y dejar mi nombre en una planilla para poder hacer parte de los entrenamientos.- Así empecé mi vida en el fútbol, rememora sin ningún dolor pero con cierta nostalgia por un pasado que sabemos que fue de muchas satisfacciones”.
Claro está que el comienzo tampoco fue un lecho de rosas, porque nuestra primera salida se caracterizó por un rotundo fracaso al que atribuyó a nuestra falta de preparación, no como equipo, sino porque éramos los primeros que salíamos a representar a El Bagre y la novedad nos cobró por taquilla ante equipos que ya contaban con más experiencia que nosotros, o como decíamos entonces, que eran más ‘rejugados’ en esas lides.
Esos equipos eran los de Andes, Envigado y Donmatías y ese primer año quedamos en el último lugar pero con una lección de esas de las que alguna vez subrayó el ‘Profe’ Maturana y es que perder es ganar un poco porque de esa primera salida nos recuperamos y con los años hicimos valer al equipo que en ese entonces era el de Babyfútbol hasta llegar a la Marte número Uno, el máximo escenario de esa categoría.
De esa nómina recuerdo a Fabio Ríos, Jhon Ríos, a Camboró y a Nicolás Londoño, me dice al retroceder en el tiempo. Aunque por esos tiempos la preocupación era la de jugar bien, lo cierto es que desde un principio me dieron la posición del 9 como centro delantero, según lo determinó Carlos Mario Mesa y Raúl Carrillo, quienes eran los mandamases en cuestiones de técnica y de entrenamiento de la mano de la empresa minera que nos patrocinada en todo.
Incluso lucíamos el uniforme verde y blanco y éramos una verdadera familia, pero esos colores nos lo hizo quitar la Liga Antioqueña de Fútbol porque la verdad era que no sabíamos que eran los colores oficiales de la selección del departamento.
De estas salidas me quedó para siempre el recuerdo de que fuimos la delegación más admirada, tanto dentro de las canchas como fuera de ellas, por la simple razón de que éramos disciplinados incluso cuando salíamos a las calles de Medellín, a los centros comerciales y al mismo estadio porque siempre debíamos portar el uniforme cuando aquello no era costumbre, ni siquiera en los equipos de alta alcurnia, como eran los de Medellín y los del Valle de Aburrá, reitera Jairo quien sugiere que a quien se le debe aquella sana costumbre es a Carlos Mario Mesa, para quien la imagen debía ir de la mano de los resultados y fue por eso que tengo bien guardado que aquellos tres años cuando fuimos a jugar a Medellín fueron los mejores, si se tiene en cuenta que un técnico de la talla del Tucho Ortiz, Humberto Ortiz Echavarría, un reconocido formador de jugadores de las divisiones juveniles en Colombia.
Tan es así que de cada equipo él escogía uno para la selección Antioquia y de allí salieron Julio Patiño y Jaime Garcés, quienes hicieron parte de un seleccionado junto con Luis Carlos Perea, el de Turbo. Hay que decir de aquella época que talento sí había pero el apoyo era muy escaso. Por fortuna y para el recuerdo hay que señalar que nuestro personaje alcanzó a dar dos vueltas olímpicas en virtud a igual número de campeonatos logrados ya cuando El Bagre fue designado municipio con los nuevos colores que eran amarillo y negro, que luego fue cambiado por el verde por esas cosas de la vida.
Muchos años han pasado y lo mismo podríamos decir del agua que ha bajado por las orillas de este pueblo del Bajo Cauca para decir sin riesgos a equívocos, que fueron los caminos del vicio y de la vida fácil, unidos al escaso apoyo de las instituciones, las que socavaron aquellas estructuras en las que se construyó el fútbol bagreño para ver el panorama que se observa, con más nubarrones que otras cosas y no lo decimos por el invierno que se aparece cuando menos se espera.
Que lo exprese una persona que conoció por dentro y por fuera todo el mundo del fútbol en El Bagre es por decir lo menos un tanto preocupante, pero los hechos lo acompañan y le confieren la razón para ver el vaso medio lleno cuando recuerda que este deporte le enseñó valores que en otras partes no pudo encontrar y como persona le llenó sus aspiraciones así no haya llegado al profesionalismo, como muchos lo daban por hecho.
Es que fue tal su afición por esta disciplina que nunca dudó que cuando tuviera un hijo, en la pila bautismal sellaría su nombre con el del astro holandés Johan Cruyff, considerado en su momento como el mejor jugador de Europa y el segundo mejor jugador del siglo XX detrás de Pelé y Maradona. A pesar de ello, digo yo porque la vida es a veces irónica, su hijo se fue por las ramas del derecho.
Al final de aquella entrevista y por esas cosas que nos unen, desembocamos en otros temas quenada tenían que ver con el juego que desde que hizo su aparición en el mundo se mantiene vigente, pese a las perversidades que hoy se observan de parte de técnicos, árbitros y los mismos jugadores que lo han convertido en un verdadero casino de apuestas y eso me hizo pensar que quizá Jairo alguna vez tuvo que leer una reflexión que hizo el escritor argentino Jorge Luis Borges cuando señaló que “todo lo que le pasa a uno, incluso las humillaciones, los bochornos y las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte y tiene que aprovecharlo”. Razón tenía este intelectual que a los 55 años de vida perdió la visión y así y todo siguió produciendo hasta el día de su muerte, en 1987, con 32 de ellos ciego y sin el premio Nobel.
Ya veremos qué irá a pasar con nuestro fútbol bagreño, lo cierto es que el domingo 29 de agosto se jugó la final en Andes y no tuvimos presencia, y a lo mejor nadie nos echó de menos, al fin y al cabo fuimos eliminados en nuestro propio patio, en la muy respetada cancha de Pueblo Nuevo frente a Caucasia, que a decir verdad no se tenía como un peso pesado en este deporte, pero eso también significa que los pueblos tienen que progresar y mirar hacia el futuro, lo que no hacemos en El Bagre que cada vez más parece que regresamos a los años cuando ni siquiera existíamos para nadie.
Esta lección nos debe acompañar como lo hace la postemilla con la muela y su dolor en las madrugadas lluviosas, me acaba de susurrar al oído un personaje antes de visitar a su odontólogo.