Cuando Jairo Calderón tenía 12 años no pudo seguir estudiando en la escuelita rural de Almeida, un pequeño municipio en el sur de Boyacá. Pasaba al bachillerato. Huérfano de padre a los ocho meses, su abuela Trinidad Daza se ocupó de criarlo. No había dinero ni para sus cuadernos ni mucho menos para un par de alpargatas necesarias para andar la hora y media de camino que había entre la casa y la escuela. De niño conoció el hambre y necesidades.
En la cabecera del municipio, un pueblo de tres cuadras por otras dos, buscó qué hacer para ayudar a doña Trinidad, quien tenía a su humilde cargo cinco nietos más. Aristóbulo Aguilar le dio el cargo de ayudante en su camión. Trabajó cinco años cargando y descargando en las plazas de mercado de Bogotá y a los 17 tomó el timón y se convirtió en el conductor del camión.
Con 25 años, una esposa y una hija a cuestas, llegó a la gigante Bogotá en busca de futuro. El sueño de ser conductor de bus en la ciudad no se logró. Cargó bultos como cotero en la famosa Industria Harinera, hasta que lo sacaron por ser una amenaza para sus coordinadores por buen trabajador.
A comienzos del 89 juntó sus ahorros y compró media camioneta de estacas modelo 46 que aún conserva con orgullo en el garaje de su empresa, que queda ubicada en Madrid, Cundinamarca. En Corabastos se parqueaba para cazar clientes a quienes hacerles acarreos. Así conoció el juego de la compra y venta del mercado campesino.
Entre acarreo y acarreo para una empresa mayorista de la central de abastos que exportaba papa hacia Venezuela fue atrapando los secretos y estrategias del negocio. Sin tener empresa, ni tan siquiera un bulto comprado, los viajes a Venezuela los usaba para mostrarse como empresario y exportador de papa. Ya había entendido que el negocio no estaba en Corabastos sino en las grandes industrias.
Para el año 96 llenó de bultos de papa el garaje y la sala de la casa donde vivía en el barrio Boita, en el sur de Bogotá. Era su primera bodega. La llamó JC. Les compraba la papa a campesinos de Boyacá y él mismo se la llevaba a sus clientes venezolanos, que con rapidez fueron creciendo.
En el año 2000 a Jairo Calderón ya todos lo llamaban don Jairo y lo reconocían como papero de importancia, pero aún no había logrado su éxito. Buscó músculo financiero y lo halló en Luis Alfredo Sánchez Coy, otro papero, pero con mucho más dinero y entre los dos crearon la que hoy es una de las empresas más grandes en el sector de la papa en el país: Productora y Comercializadora Sánchez y Calderón. Consiguieron grandes clientes Fritolay, Papas Margarita, Colelagro, Mccain, Yupi y otras más. Entre el año 2001 y 2007 Jairo Calderón y su socio fueron los mayores exportadores de papa de Colombia, etiqueta que Jairo menciona y recalca con evidente orgullo.
Este, como casi todos los productos del agro, no es un negocio fácil ni estable. El clima, las plagas o una mala suerte en las cosechas, deja pérdidas irreversibles tras seis meses esperando que el producto salga de la tierra, pero este pandémico año, asegura Jairo Calderón, ha sido el peor de todos desde que está en el negocio de la papa, hace 30 años.
Y no solo lo dice el gran productor, varios pequeños y medianos paperos, ya se declararon en quiebra. Otros tantos que aún aguantan los golpes de la pandemia aseguran que levantarse de esta crisis va a ser muy difícil. Las pérdidas del sector son millonarias y los campesinos y empresarios no ven la ayuda del gobierno, que, aunque ha impuesto aranceles a las importaciones, no ha puesto medidas más drásticas para que la papa de Bélgica que es barata y de mala calidad termine por arrastrar la producción nacional que se está pudriendo en las puertas de las fincas.
Mientras que desde que comenzó la pandemia Jairo Calderón lleva perdidos unos $3.000 millones que representan cuatro años de utilidades de la compañía, Gilberto Rodríguez, un pequeño papero de Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá, ha perdido los únicos $40 millones que tenía como capital y que invirtió a comienzo del año con la esperanza de recuperarlos en los meses de agosto. Gilberto tiene costales de papa sin saber que hacer porque se los quieren pagar a $10 mil, cuando sembrarlos y sacarlos de la tierra vale $60 mil.
Las grandes empresas y supermercados, clientes de Jairo Calderón han reducido los pedidos. Las centrales de Abastos, clientes de Gilberto, también. La crisis de la papa le ha tocado a todo el gremio.
Hasta el año pasado Calderón vendía en promedio 17.000 toneladas al año, que sembraba en 900 fanegadas de tierra que le arrendaba a unas 30 familias en Boyacá y Cundinamarca. En lo corrido del 2020, con la llegada del virus chino, no ha logrado entregar ni 5.000. A parte de que los pedidos se redujeron, el verano que azotó el comienzo del año les causó daño. Ha tenido que entregar 350 fanegadas que tenía en arriendo porque no hay pedido para sembrar.
La empresa de Jairo Calderón, aunque puede resistir, está golpeada. Tiene créditos por $5.000 millones con los bancos y otros $3.000 con proveedores. Según sus cuentas ha perdido $3.000 millones y sus utilidades en un año normal eran de unos $300 millones. Aunque la matemática muestra su saldo en rojo, él dice que llegado el momento, que puede ser pronto, preferirá pagar la nómina de sus casi 500 empleados que pagar una cuota a los créditos en los bancos, que han sido indiferentes con la situación.
Aunque a Jairo Calderón la vida le sonrió y se le cruzaron en el camino oportunidades que supo aprovechar, el orgulloso estudiante de quinto de primaria dice que se siente más papero y campesino que nunca y que por el gremio, que lo conforman más de 100 mil familias campesinas, va a dar la pelea, porque hoy todos, grandes y chicos, están en el mismo costal.