Todos nos maravillamos con las figuras de los grandes superhéroes estadounidenses. Esperamos al ser sobrenatural, que surge del cielo vestido de azul y capa roja, para salvar a un niño de ser atropellado o luche contra las injusticias. O esperamos, también, a un estudiante con la agilidad de una araña para trepar paredes y salvar vidas.
Hace muchos años, ninguno de estos dos superhéroes pudo librar a Colombia de carros bomba, balas y ataques a aviones. Ninguno pudo salvar las vidas de miles de personas inocentes. Pero hubo un hombre de carne y hueso, con una sonrisa muy particular y con un pensamiento de avanzada: Jaime Garzón, quien sin fuerza sobrehumana o la capacidad de levantar un auto sobre su cabeza, pudo entrar en las conciencias de los colombianos y abrir sus ojos ante a la cruel realidad que se vivía.
Su manera particular de hacer crítica política fue el poder que tuvo para cambiar un poco el país y lograr que los colombianos no tragaran entero. Y la risa fue su herramienta principal salvarlos de la ignorancia.
Su traje no estaba establecido y nada tenía que ver con capas o escudos: a veces era el de un celador, otros días era de saco y corbata y el más representativo de todos era el de un lustra botas con la cara sucia, una sonrisa incompleta pero gigante y coloridas vestimentas.
Jaime Garzón no necesitaba esconder su identidad para salvar esta patria de sus males. Se mostraba tal cual, solo que a veces su mensaje llegaba mejor a través de una peluca y maquillaje porque hacía sentir más cercanos a los colombianos de a pie, al albañil, al celador, al mecánico a las trabajadoras domésticas o taxistas.
A sus “enemigos”, no los enfrentaba con súper fuerza, visión de rayos x o golpes, sino con la palabra. Y no se creía más grande que ellos, más bien se hacía pequeño, se ponía a sus pies y dejaba sus calzados como nuevos.
Y aquellos que motivaron su lucha de realizar cambios, fueron como la Kryptonita a Superman: debilitaron su cuerpo y su corazón, pero aún vive en la memoria de todos los que conocieron sus ideales.
Su mensaje sigue intacto en la mente de todos los que alguna vez lo han visto a través de sus conferencias, su noticiero Quac, las entrevistas a políticos y personajes de la vida pública.
El legado más significativo para los jóvenes que viven en esta Colombia llena de corrupción, de muertes, de delincuencia, de inseguridad, de indiferencia, es ese que en una conferencia en la Corporación Universitaria Autónoma de Occidente en Cali, dio a estudiantes de Comunicación Social: “si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselo”. No podemos esperar a que llegue Superman y acabe con los políticos corruptos y que llegue a las zonas pobres a llevar pan y leche. La realidad de Colombia está nuestras manos.