Jaime, el Sánchez Cristo de la rumba

Jaime, el Sánchez Cristo de la rumba

Ha cosechado lo aprendido con su hermano Julio en los programas radiales de los 80 y se mantiene arriba, ahora con el programa Los Originales de la FM

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mayo 17, 2019
Jaime, el Sánchez Cristo de la rumba

A los 13 años ya tenía un programa de radio en Emisoras Eldorado, la empresa que creó su papá, el pionero Julio E Sánchez Vanegas, en el centro de Bogotá. En esa época ya llevaba a sus compañeras del colegio a que lo vieran al frente del micrófono. A los 15 ya estaba a la vanguardia de los comentaristas musicales. No le bastaba la potencia de su voz, los suyo era todo: control de sonido, la producción, volver perfecta una idea.

En la Bogotá de 1976 no pasaba mucho en la radio. Sonaba siempre lo mismo: Alberto Beltrán, Leo Marini, los Panchos. Obsesivo, el joven Jaime Sánchez Cristo aprovechaba el suelo de su papá para empezar a las once con Alan Parsons, Barry White y su amado Steve Wonder.

A los 15 años fue a su primer concierto. Lo coló su mejor amigo, su hermano Julio, tres años mayor. Era un húmedo verano de 1976 en Miami. En el Hotel Fontainebleau tocaba la Salsoul Orchesta, bajo la batuta del maestro Vincent Montana Jr. Su edad era una barrera que Julio logró superar. Tomaron whisky revuelto con cerveza. Salieron borrachos y felices, repletos de música.

Los Sánchez Cristo son ante todo melómanos. Con cualquier centavo siempre han comprado discos. Y el lugar ideal al final de los 702 era el local vecino a la pastelería Panquiaco. El nombre se recuerda, pero los discos 45 evoluciones por minuto que compraba por $ 25 los conserva como una reliquia. Era feliz.

El éxito radial le llegaría en 1977. Y fue gracias a Enrique París Sarmiento y Otto Greiffenstein, los dos mejores amigos de su papá, quienes le dieron el espaldarazo decisivo. París fue el creador de las emisoras de F.M en Colombia, Caracol Estéreo en 1973. Una escuela andante que graduó a gigantes como Manolo Bellon, Armando Plata, Lina Botero y los hermanos Sánchez Cristo quienes llenaron de rock la radio nacional.

Greiffenstein fue conocido en los 41 años que duró su carrera como la Voz de Colombia y sus programas televisivos La hora Dinners y Shows de Shows marcaron época.

Jaime se consolidó en Caracol con Los 20 mejores de la semana. Chicas y rumbas interminables.

Los ochenta fueron locos y la fama en Panorama, el mejor programa de la televisión nacional donde fue presentador, fue el imán para convertirse en un sofisticado personaje del mundo de la farándula. En ese lugar consolidó su amistad con Otto, el querido Otto.

Cuarenta años mayor que él y sin embargo tenían tanto en común. Cuando las ideas se acababan se iban al carro de Greinfestein y destapaban la media de Brandy Domecq y los problemas y la carraspeadera desaparecían al instante.

Con Ottico y el Turkito, como llamaba cariñosamente a París, cumplieron un sueño en común: ver en vivo a Frank Sinatra. Era 1993 y acababa de salir el primer volumen de sus duetos. El Jack Daniels –dos dedos y un cubo de hielo por favor- y el cigarrillo habían acabado con su voz, pero los dúos con Barbara Streisand y Bono habían vuelto a poner de moda de nuevo al viejo de los ojos azules.

Había furor en Las Vegas. Los tres amigos se quedaron en un hotel. Jaime jura que no durmió los tres días que compartió cuarto con el Turquito: sufría de apnea y sus problemas respiratorios se reflejaban en unos ronquidos estruendosos, insoportables.

El día del concierto Sinatra no se podía tener de lo borracho. La nostalgia tapaba toda su decadencia y, aun así, el
entusiasmo no se había mermado un ápice en la admiración que sentía París por La Voz. Tanto era su arrebato que cuando la leyenda le extendió su mano estuvo a punto de tumbarlo sobre el escenario. Cuando los dos amigos murieron, un año después, producto del cáncer, Jaime los lloró con la intensidad que uno puede llorar a los compañeros más queridos del colegio.

Si hubiera nacido en otra familia él no habría estudiado Administración de Empresas. Le tocó porque su papá quería hacer de la productora familiar, JES, una empresa organizada.

Fue un espectacular vendedor comercial pero hubiera sido un cineasta destacado, como seguro lo va a ser Emilio, su hijo mayor. Su desquite fue haber entrevistado a Bernardo Bertolucci, conocer a Ennio Morricone, el genio que creó las partituras de los Spaguetti Western de Sergio Leone, ver todo el Neorrealismo italiano.

Si hubiera nacido en otra época nunca hubiera salido en televisión. Aunque tuvo un éxito incomparable –todos los cuarentones recordamos Locos videos y Star, los programas que hizo junto a su amada Carolina Gómez- cada vez se veía más gordo, cada vez se fastidiaba más por la cantidad de maquillaje que llevaba encima y aprovechó el fracaso del último programa que presentó, Propuesta indecente, para desaparecer de la pantalla.

Sin embargo nunca se alejó de la televisión. Ha producido series tan exitosas como Corazón Abierto.

Si existiera la reencarnación le gustaría probar ser brasilero, una tierra que adora desde los 17 años, cuando, junto con su familia, conoció Rio y de paso los bossanova de Elis Regina y Tom Jobim, o japonés, un país del que quedó cautivado desde el día que lo conoció: cubriendo Miss Universo para un programa de su papá.

En todos los universos que le tocara vivir siempre sería un rumbero amante de la música y el cine, un bohemio que deja escapar cada tarde su sabiduría en Los Originales, uno de los diez programas más escuchados de la radio nacional en donde sigue manteniendo sus canciones, su bonhomía, su voz cautivadora. En todos los universos y reencarnaciones volvería a ser el amigo de su hermano Julio, su cómplice de rumba y de gustos musicales.

Jaime ya no cree en la reencarnación, en lo único que cree es en la música, una obsesión que lo ha hecho aparecer en medios solo para tener la excusa de vivir pinchando discos.

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