En un fatídico vuelo aéreo con rumbo a Panamá, un 28 de abril de 1983 fallece un caribe universal, un hombre capaz de sentarse con el más humilde vecino de su natal Santa Marta hasta entablar una clara conversación y disertación política con la connotada intelectualidad latinoamericana.
Jaime, o el Flaco como se le conocía, fue el fundador y máximo dirigente del M-19, un movimiento alzado en armas que contó con los mayores niveles de simpatía y aceptación popular, tanto en medio de la confrontación como cuando tomo la más sabía decisión de apostarle a la paz.
Bateman fue un revolucionario salido de todos los estereotipos ortodoxos del mundo de la izquierda tradicional, donde las ideologías y tendencias orbitaban en el mundo soviético con figuras de la talla de Lenin y Stalin, y por el lado oriental con líderes como Mao Zedong y Ho Chi Minh.
El Flaco tenía una personalidad arrolladora, con un verbo alegre y persuasivo, combinado con ideas audaces e innovadoras que lograron cautivar a una juventud comprometida por trasformar el país. Cómo no recordar esas propuestas como la del sancocho nacional, haciendo alusión a la imperiosa necesidad de juntar nuestra diversidad y trabajar unidos para sacar adelante a Colombia.
También es imposible olvidar ese llamado de asumir la revolución como una fiesta, pues ahí está la alegría y el folklore nacional, naturales de nuestra identidad.
Bateman Cayón tuvo la visión de proponer un diálogo nacional, invitando a todos los sectores sociales, económicos y políticos del país, con el propósito de buscar una salida a la crisis de aquel entonces, que no es muy distinta a la actual; donde la violencia sistemática imperaba con un modelo bipartidista corrupto y excluyente. Eran los tiempos de terror legalizados en el nefasto Estatuto de Seguridad Nacional.
Viejo Bateman, siempre te vamos a recordar con tu pelo afro y tu eterna sonrisa. Hasta siempre.