La carrera de Jackson Martínez cambió una noche de febrero del 2009. Independiente Medellín, su club de ese momento, jugaba por un cupo a la zona de grupos de la Copa Libertadores contra Peñarol, el tradicional equipo uruguayo. Martínez a sus 23 años amenazaba con ser una de esas promesas que nunca logran consolidarse. Algún sector de la hinchada y del periodismo adicto al exitismo, decidieron colocarle el remoquete de tronco y ya se hablaba de que podía irse a préstamo a otro equipo.
Esa noche el arco se le abrió al delantero chocoano: cuatro goles acallaron las dudas que habían sobre él. Ese año fue el más feliz de su carrera, no sólo porque consiguió el título con el DIM marcando dos goles en el partido final sino porque Eduardo Lara lo convocó tres veces a los partidos de la eliminatoria mundialista marcando dos veces, una de ellas en el mítico estadio Centenario de Montevideo. Su pase se tazó en cinco millones de dólares y fue vendido rápidamente al Jaguares de Chiapas, un emergente equipo mexicano en donde rápidamente se consolidó como el máximo ídolo de la afición. Gracias a sus jugadas y sobre todo a sus 30 goles cifras que lo convirtieron en el segundo mayor goleador del club.
En su primera participación en Copa Libertadores Jaguares pasó con afugias la primera fase y se enfrentaba con el Junior en octavos de final. En Chiapas empataron a un gol y todo apuntaba a que en el Metropolitano los tiburones devorarían al felino. Rápidamente los de Barranquilla se pusieron arriba en el marcador. Para el segundo tiempo Jaguares perdía tres goles por uno y el sueño parecía terminar. Faltaba un cuarto de hora y apareció la ferocidad de la pantera. Dos de sus zarpazos catapultaron a Jaguares a los cuartos de final del campeonato. Jackson volvía a tener una noche inspirada.
Ese año fue escogido como el mejor extranjero de la liga mexicana. No sólo demostraba ser un temible goleador sino que tenía un extraordinario manejo de pelota. Era un delantero potente que además sabía armar una pared y jugar por fuera del área. Sus días en México estaban contados.
Los mejores equipos de Europa se interesaron por el popular Cha-Cha-Cha. Cuando todo parecía listo para que se fuera al Liverpool, el Porto lo compró en 11 millones de Euros. Había sido contratado para la difícil tarea de hacer olvidar a la afición del Dragao a Radamel Falcao García. Las expectativas fueron superadas ampliamente: Jackson marcó más goles en su primera temporada en el Porto que los que había hecho su compatriota en su debut en la liga Sagres. Incluso se dio el gusto de anotar tres goles en la Champions League.
Hace un par de días, antes de que se cerrara el mercado de pases, se especulaba con que iría a hacer pareja con el pipita Higuaín en el ataque del Nápoles. Se llegó hablar de una cifra cercana a los 45 millones de dólares. El Porto consideró que era muy poco dinero por un jugador de las características de la Pantera. Después de jugarse tres fechas en la liga de Portugal, Jackson ha hecho un gol por partido. Su nivel lejos de decaer se mantiene en constante ascenso.
Hoy su fama ha llegado a tal punto que no solo sus goles se ven en la red. Ahora se puso de moda las canciones de rap que por allá en el 2010 había grabado en Medellín y que en su momento pasaron sin pena ni gloria. En sus declaraciones a la prensa se ve la evolución intelectual que ha tenido. Poco queda ya del muchacho tímido que a duras penas podía hacer un comentario después de cada partido. El delantero chocoano parece no tener techo.
Martínez sería titular indiscutido en cualquier equipo del mundo, menos en la Selección Colombia. La sobrepoblación de delanteros nacionales que se destacan en las ligas más exigentes de Europa impide que Cha-Cha-Cha arranque los partidos. Sin embargo el esguince que sufrió Falcao el domingo mientras su equipo jugaba con el Marsella, le abre la posibilidad a Jackson de comandar el ataque tricolor en el partido contra Ecuador. Quien quita que un gol suyo el viernes nos abra las puertas a un mundial después de 16 años de ausencia.
Sería un premio justo para un jugador que ha sabido aguantar en silencio la frialdad de un banco de suplentes.
Esta es la canción que el popular grupo Choquibtown le dedicó a su paisano el delantero Jackson Martínez, el “Cha Cha Cha”, sobrenombre que heredó de su padre Orlando Martínez que jugó en la B del fútbol colombiano y que gracias a sus bailes y piruetas para celebrar cada gol, le valieron por parte de la hinchada y compañeros el apodo.
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