Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelandia, ha dado ejemplo de liderazgo sin par en esta sombría época de intolerancia y supremacismo blanco. Su reacción frente a la masacre de 50 fieles musulmanes en Christchurch, NZ, el pasado 15 de marzo, contrasta con la de líderes en otras latitudes, particularmente Trump, un sujeto tolerante con el racismo y la xenofobia.
En Estados Unidos el antisemitismo está en alza, incluyendo asesinatos en sinagoga y profanación de cementerios. La muerte de afroamericanos y de musulmanes en la categoría de los llamados “crímenes de odio” está a la orden del día. También, los silencios y las flojas condenas a tales delitos que, finalmente, alientan a los perpetradores.
Parejos de la mano van los hechos violentos de racismo, por un lado, y el grado de permisividad de los líderes, por otro. No hay manera mejor de medir su talla de estadistas que la manera en que estos reaccionan. Ardern y Trump: las dos vías. La de Ardern perdurará.
El video de las dos masacres de 50 fieles musulmanes en mezquitas en Christchurch fue transmitido en vivo a través de Facebook. Millones en todo el planeta pudieron ver la enferma manifestación de odio de un supremacista blanco australiano de 28 años, como si fuese un videojuego, tan solo un eslabón de una cadena que promueve el racismo y la xenofobia. Y que parece un reguero de pólvora que une a los Estados Unidos, Europa y países como Australia y Oceanía. Un político australiano excusaba prácticamente el crimen culpando a quienes expidieron las normas migratorias vigentes.
La primera ministra Ardens, que no tiene aún 40 años, no tardó en emprender lo debido.
En primer lugar, la muestra inmediata de solidaridad con las familias de las víctimas, en una muestra de empatía sin paralelo.
Segundo, la condena irrestricta del terrorismo, en este caso, del supremacismo blanco. No hay lugar para ellos, no cabe el racismo en NZ. Ante la gestión viral de redes sociales del asesino, la publicación previa de un manifiesto racista, la relativización de la gravedad del hecho por parte de un congresista australiano, Ardern se negó siquiera a la mención del nombre del asesino. Si busca publicidad, no la tendrá de parte nuestra, dijo.
Tercero, emprendió la prohibición del uso de armas automáticas y semiautomáticas, algunas de cuyas partes pueden ser reconvertidas en verdaderas ametralladoras al poder utilizar proveedores con alto número de proyectiles. La diferencia no puede ser mayor con los Estados Unidos, en donde el abuso de la Constitución y el cabildeo de la Asociación Nacional del Rifle hacen que cualquier pretensión de limitar el uso de armas al público equivalga a meterse con la aparición de la Virgen María en Fátima, como lo mostró Michael Moore en Bowling for Columbine.
Inició la campaña para que las redes sociales no puedan, en el futuro,
ser el altavoz de los crímenes de odio
Cuarto, inició la campaña para que las redes sociales no puedan, en el futuro, ser el altavoz de los crímenes de odio. Tarea esta compleja en la medida en que no se cruce con la libertad de expresión. Lo que es cierto es que la reacción de los administradores de la red social fue muy tardía.
Ardern es una luz en estas épocas de populismo ramplón, carente de propuestas y, sobre todo de humanidad. Hay que reconocerlo: el señor Trump, que ha minimizado el fenómeno del supremacismo blanco y que, en general, es tolerante frente a racistas y xenófobos, ha hecho que el contraste sea más dramático.
El actual es un mundo cada vez mas diverso. El mensaje de Jacinda Ardern es de respeto a la diversidad y, a la vez, de inmensa compasión frente a las víctimas, y de mano muy dura frente al terrorismo, particularmente el del odio del supremacismo blanco.