El libro escrito por Iván Márquez recoge la travesía desde su partida el año pasado en abril hasta cuando volvió a dar señales de vida en enero de 2019 desde las selvas del oriente colombiano. Según advierte Jesús Santrich en el prólogo, se revelan importantes documentos internos de las Farc e incluso los últimos años de vida del comandante Manuel Marulanda Vélez hasta su muerte, el 26 de marzo de 2008. Pero algo más las dificultades de poder, en medio de los combates y cerco de las Fuerzas Militares en tiempos de la seguridad democrática de Álvaro Uribe Vélez, para darle tranquila sepultura en las selvas.
Jesús Santrich aprovecha el prólogo par atacar duramente la versión de la negociación en La Habana que dieron en sus libros La vida que me tocó, de Enrique Santos, Revelaciones al final de una guerra, de Humberto De la Calle y La batalla por la paz, de Juan Manuel Santos. Pero la confrontación más drástica es precisamente contra el expresidente Santos, a quien se refiere en estos términos:
"[...] el mamotreto de Juan Manuel Santos es la tergiversación descarada de medio siglo de violencia política impuesta por el régimen, en la medida en que se escamotea la responsabilidad primerísima que tiene el Estado en la generación del conflicto y en su permanencia, y es la muestra de la utilización del anhelo de paz para el logro de intereses políticos partidarios y de clase en circunstancias de una guerra de la que se lucran sin pudor, lo cual hace del libro La batalla por la paz el manifiesto de la mayor farsa de este siglo, en la que aunque aparezcan como adversarios, santistas de entraña y uribistas de hígado son cucarachas del mismo calabazo. Y ahí si, como dice el mismo alias Juampa “el veredicto lo dará la historia”.
Este es el Prologo completo de Jesus Santrich:
Iván Márquez habla con la voz de la selva y de las convicciones.
Adentrarse en la lectura de La Segunda Marquetalia es comenzar el tránsito por rumbos increíbles y casi impensables de la Colombia profunda; paso a paso, abriendo trochas insólitas entre la manigua, surcando ríos, quebradas, cañadas y selva que se nos va presentando de manera magistral como el retrato de una realidad que tiene la contradicción de ser remota y desconocida para la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, pero que está ahí presente, palpitante clamando a gritos la atención institucional negada durante décadas; sin duda más, mucho más que el tiempo que ha durado la confrontación política, social, armada, porque en últimas es la realidad generalizada de la Colombia rural que tanta riqueza natural y humana nos ha prodigado, pero que tan desatendida ha sido y sigue siendo por quienes gobiernan mirando hacia esos rincones inhóspitos de la patria solamente para saquearlos y someterlos a la miseria y a la desigualdad que atizan una guerra de no acabar.
Es este relato, la crónica de una marcha monte adentro, describiendo las vicisitudes del asedio a un puñado de hombres y mujeres que habiéndose aventurado a emprender el rumbo de la paz y de la lucha sin el tronar de los fusiles, se vieron traicionados y empujados a retomar el camino del legítimo derecho a la rebelión armada. Por lo que entonces se convierte en la constancia histórica también de las razones que conllevaron a asumir tal determinación, puestos ya en la circunstancia de los sueños frustrados y en el deber decoroso de no dejar morir la esperanza en la Colombia Nueva, pese a tantas adversidades que son precisadas, en síntesis, pero con suficiencia, en esta pintura de la selva y de los hechos políticos que rodearon la más deplorable y vulgar perfidia de lo que han sido los tratados de paz en el mundo.
La presentación de los hechos aquí consignados se da con el rigor secuencial en que se suscitaron, mostrando la transparencia de los esfuerzos y angustias que sus protagonistas vivieron tratando de evitar lo que evidentemente ya era una realidad: el naufragio de un proceso de reconciliación nacional en el que tanta fe y expectativas cifraron las mayorías para poner punto final a un desangre impuesto por décadas a los más empobrecidos y vilipendiados.
El verbo crudo y el de las metáforas, se turnan presencia entre mensajes epistolares de todo orden, dirigidos a dignatarios y veedores nacionales e internacionales llamando la atención sobre la manera cómo los incumplimientos gubernamentales estaban asfixiando el sueño más entrañable de los colombianos, al tiempo que clamaban por medidas y soluciones, que antes que aparecer fueron reemplazadas por más y más actos de felonía gubernamental y partidaria, por parte de desalmados que se centraron en hacer trizas “ese maldito papel” de La Habana -como lo llamó Fernando Londoño-, hasta dejarlo convertido en una ilusión más sin realizar. Y son precisamente personas que están entre quienes mayor empeño pusieron al anhelo de concordia, quienes como perseguidos de manera absurda, personifican esta nueva leyenda -como diría Narciso Isaconde- de rearme de utopías.
Todo lo que se dice en este escrito tiene un acento profundamente franco y directo, con giros literarios de énfasis tanto en la descripción del mundo material como del espiritual, pero también de análisis calmado y sesudo de la coyuntura política a la que se asiste, vislumbrando el futuro de la resistencia a partir de la triste tragedia de la condena bélica que se le impone tanto a los protagonistas de la larga marcha de la perseverancia hacia la Segunda Marquetalia, categoría del renacer constante, como a las inmensas muchedumbres de desposeídos que una vez más se ven traicionados por la oligarquía mezquina que ha secuestrado el poder para beneficio propio.
Y aunque la temporalidad de esta crónica está bastante circunscrita a los cinco meses que duró la caminata de los protagonistas principales del viaje desde El Pato hasta las honduras del oriente colombiano, al mirar de conjunto encontramos la explicación de lo que fue el inicio y desenvolvimiento de las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP, incluyendo su fallida implementación y las causas del desmoronamiento de uno de los sueños más preciados del pueblo colombiano. Ahí están dibujados los responsables del fracaso, las consecuencias y el impacto que a corto y mediano plazo significa el hecho histórico y político de la burla a lo pactado, el irrespeto a la palabra empeñada y el aniquilamiento de la confianza en el diálogo como instrumento de soluciones cuando una de las partes pisotea los principios que rigen una negociación de tal calibre.
En una guerra, se suele decir, la primera víctima es la verdad. Pero en este intento de paz también lo fue cuando el primer gran atentando contra la verdad y la transparencia fueron los cambios unilaterales que el gobierno le imprimió a lo acordado con solemnidad y frente a garantes de alto nivel. Y aquí el crimen de la perfidia gubernamental aparece como la fiera más terrible que con sus garras y sus colmillos destrozó lo pactado, y con ello la más avanzada posibilidad de acabar con una guerra de más de medio siglo que tantos lutos ha dejado a lo largo y ancho de Colombia.
Pero si bien he dicho que estamos frente a una crónica de la marcha por la selva de árboles, de animales, de ríos, de hechos políticos y sentimientos profundos, no por ello carece de una metodología propia de la historiografía rigurosa en la medida en que recoge la cara oculta de la moneda de los sucesos de la vida nacional, documentados y comprobables, en lo que concierne al proceso de paz; esa cara que los grandes medios no dejan ver porque cada día y a cada minuto presentan su visión- la de los poderosos- sesgada y demonizante del ser insurgente, adelantando la profundización de lo que, concretamente se denomina la guerra de baja intensidad. Bastante agresiva y vulgar, por cierto; pues a muchos de esos medios que actúan al servicio de las trasnacionales o corporaciones de la información, nada les importa tener que descender hasta lo más hondo de la degradación periodística con tal de subir el rating.
Hay aquí un detalle más o menos completo y comprobable, a mi juicio lo más importante, de los sucesos que rodearon el fracaso en gran medida, o la enorme lesión del Acuerdo de La Habana. Sin edulcorarlos ni adornarlos, pues toda la fiereza de los giros expresivos del lenguaje para lo que se usa es para limpiarlos de la maleza de la mentira y el engaño, tomando de entrada los argumentos de la autocrítica frente a las responsabilidades que a las FARC corresponde en el descalabro.
Y al respecto, valga precisar que si bien el narrador habla con la voz múltiple del colectivo que protagoniza desde las nuevas FARC-EP el paso al rearme de las utopías, teniendo claro el principio elemental de que la ropa sucia se lava en casa, y que por ética de revolucionarios hay muchas cosas que quedarán guardadas en el cofre del silencio, atendiendo también a aquella máxima de que el que calla otorga, ha correspondido hacer precisiones sobre asuntos que quienes, siendo viejos compañeros de lucha, pusieron en la palestra pública recargándolos de falsedades. Es quizás la parte más complicada y controversial de los capítulos incluidos, pero al mismo tiempo la parte que el deber impone cuando de hablar con la verdad se trata. Sin dudas los contrastes y constataciones que haga el lector de este, y de los argumentos que otros han ventilado sin pudor, le darán las claves para despejar dudas y precisar “certezas” sobre asuntos de los que quizá no tenía información suficiente para llegar a conclusiones definitivas y sin sombras.
Tiene el material elementos de crónica histórica y de testimonio de quienes han visto y vivido en carne propia los avatares de este cuarto de hora del siglo en el que la luminosidad de la posibilidad cierta de paz se ha visto eclipsada por los engaños del poder.
Pasando por encima de la desinformación y el engaño, tiene este texto valor testimonial e histórico y valor documental, en tanto incluye desconocidas piezas de archivo de la vida interna de las FARC-EP, que dan noticia, por ejemplo de como fueron los últimos tres años de vida del comandante Manuel Marulanda Vélez, sus preocupaciones y proyecciones; su cotidianidad y sus reflexiones políticas…, hasta los días de su fallecimiento, e incluso la odisea que tuvieron que padecer sus restos mortales hasta encontrar un rincón de reposo en las selvas de Colombia.
Y recoge La Segunda Marquetalia, el relato conciso de lo que ocurrió realmente para llegar a la desarticulación del despliegue estratégico, sin garantías. Realidad respecto a la que los “prohombres” de la oligarquía criolla han desplegado en sus libros dedicados a hablar de lo que fue el proceso de La Habana, solo para mostrarse como los grandes estrategas que desarmaron a las FARC-EP. Ufanándose de algo que, en vez de engrandecerlos moralmente, los minimiza, porque develan que más que el interés por solucionar los problemas que generaron la guerra, su propósito era mezquino, apegado en estricto a sus estrechos intereses de clase. Y de este mal no escapa ninguno de los tres grandes escritos que sobre el proceso han hecho desde la orilla de la oligarquía Enrique Santos, Juan Manuel Santos y Humberto de la Calle Lombana. Todos lisonjeros frente al establecimiento, cuidadosos de sus intereses de clase y furibundos y mezquinos en la valoración de su adversario. Ah, y muy sagaces, cada cual más que el otro, incluso en los falsos reconocimientos mutuos llenos de lisonjas babosas y melifluas. Los entresijos del poder abordados con mentirillas.
No es este el propósito del libro, pero de una u otra forma deja al desnudo las muchas mentiras de los mencionados y de los nuevos comediantes de la claudicación, porque es que al fin de cuentas no parece tan complejo poner en evidencia el común denominador de todos: el ego y la vanidad, no solo del Nobel de paz; sino la del frustrado candidato presidencial del partido liberal y el del taimado y malicioso “guerrillero del Chicó”. Ninguna novedad por cierto en la tipificación de estos viejos culebreos del establecimiento, áulicos de Sarmiento Ángulo, beneficiarios de los Panamá Papers y rentistas de los conglomerados comunicacionales y de las corruptelas tipo Odebrecht.
Debo decir en contraste con la brevedad y veracidad de La Segunda Marquetalia, y solamente aludiendo a uno de los libelos, que el mamotreto de Juan Manuel Santos es la tergiversación descarada de medio siglo de violencia política impuesta por el régimen, en la medida en que se escamotea la responsabilidad primerísima que tiene el Estado en la generación del conflicto y en su permanencia, y es la muestra de la utilización del anhelo de paz para el logro de intereses políticos partidarios y de clase en circunstancias de una guerra de la que se lucran sin pudor, lo cual hace del libro La batalla por la paz el manifiesto de la mayor farsa de este siglo, en la que aunque aparezcan como adversarios, santistas de entraña y uribistas de hígado son cucarachas del mismo calabazo. Y ahí si, como dice el mismo alias Juampa “el veredicto lo dará la historia”, pero lo que es seguro, es que ni a él, ni a Uribe, ni a Duque ni a sus corifeos, la historia los absolverá.
Quienes guiados por el libro Las batallas por la paz hablan de la sagacidad e inteligencia de Santos para “sentar a la guerrilla” a discutir una agenda definida para terminar el conflicto con la llave de una justicia alternativa, pero al mismo tiempo encuentran que más allá de cualquier buena intención lo que se produjo fue un “engendro”, parten de la cicatera concepción de que en esta historia de “buenos y malos”, los primeros con el ingenio de Ulises llevaron el Caballo de Troya a los segundos, para lograr en la mesa de conversaciones la rendición que no pudieron alcanzar en el campo de batalla, pasando por alto que la perfidia no es estratagema válida dentro de las leyes de la guerra, y no reconociendo ningún papel altruista en el adversario de una confrontación en la que al régimen le cabe la mayor responsabilidad.
Por añadidura siguen repitiendo la cantinela de la “narcoguerrilla”, bastante falsa, encubridora de un problema de mafias capitalistas gansterizadas que carcome la estructura del sistema. Y tal es la desfiguración, que han hecho creer que la política de sustitución era en realidad una perversa política de incentivos a los a campesinos para que siguieran cultivando coca, cuando es el tratamiento militar del problema el que probadamente desde hace décadas opera como factor que incrementa precios y ganancias a los verdaderos beneficiarios del macro-negocio que está engranado al capital financiero. De tal suerte que la falacia de las 200.000 hectáreas heredadas por Duque se cae de la mata con su permanencia numérica, pese a las 95.000 hectáreas que dicen haber erradicado en el marco de una, ya en realidad decrépita “nueva política”, que incluye aspersiones aéreas y más criminalizaciones.
Entonces, engendro no es lo que se pactó sino su premeditado incumplimiento; engendro no es haber acordado verdad, justicia, reparación y no repetición, sino haber pretendido que el banquillo de los acusados quedara designado para una sola de las partes, con el agravante que ningún cambio en los problemas sociales implica la negación institucional de la no repetición. Es en esos detalles donde descansan los nichos de impunidad.
Engendro no fue el pacto de creación de la JEP, sino su distorsión hacia convertirla en derecho penal del enemigo, para volverla fuente de vindicta, de estigmatización y alivio espiritual para aquellos que a toda costa, y violando cualquier principio esencial del derecho como lo son, el de la presunción de inocencia o el de la legalidad, exigían extraditar a Santrich para dejar esa trocha abierta a toda la dirigencia insurgente, al tiempo que cumplir “con decir la verdad, pedir perdón y entregar “bienes” lo tornaron en un asunto solo para insurgentes. Enemigos y camuflados adversarios de la paz hicieron causa común con elementos de este tipo, porque es que no es nuevo eso de fingir y simular la paz y reinventar la guerra.
Sin dar una referencia ordenada del desarrollo de los capítulos, debo resaltar que al traer memoria de los intercambios epistolares de lo que fueron la X Conferencia y el Congreso Fundacional del Partido, el texto logra tocar la almendra de las contradicciones de fondo entre quienes tomaron el rumbo del rearme y el sector de la antigua Dirección al que llama la “camarilla”, al indicar que el punto de choque no radicaba solamente en la distorsión que se hizo del asunto de la dejación de las armas, entendida como colocarlas más allá de su uso en política, llevándolo a su definición como entrega propia de una desmovilización que jamás estuvo en la agenda marulandiana de las FARC-EP.
Ese de las armas sí que era un punto esencial, pero lo era también el ideológico al cual sin duda está engarzado y que se resume en la explicación del rumbo reformista asumido por lo que abjuraron al apuntarse en la línea del posibilismo. Sin endulzar el verbo, se concluye que, en la línea estratégica raizal, genuina, de las FARC-EP no está previsto aceptar el horizonte democrático liberal, su chantaje consistente en mostrar cualquier perspectiva de cambio radical como un camino al totalitarismo; o como una ruta absurda e inverosímil en su posibilidad de éxito frente a la omnipresencia irremediable del imperialismo.
Y sobre este último tenor, son de público conocimiento las necias diatribas lanzadas, sin que hayamos dado respuesta alguna hasta ahora, en contra de nuestra visión sobre la crisis estructural del capitalismo y la necesidad de la insurgencia global. Ciertamente, La Segunda Marquetalia asoma sin profundizar porque no es la temática a priorizar, convencimientos presentados de forma argumentada a las instancias directivas de la Décima Conferencia y del Congreso fundacional del Partido de la Rosa, en cuanto a que las ilusiones burguesas en una recomposición de la periferia del capitalismo global carecen de fundamento, y que son de esperarse a futuro, muchas crisis periféricas en el marco de la aludida crisis mundial que pueden abrir perspectivas a la negación elevada de la civilización burguesa y el desmoronamiento de la cultura imperialista. Todo en un contexto de lucha, eso sí.
Pero lo más chocante, seguramente, ha sido la identidad de puntos de vista con el ya fallecido maestro Jorge Beinstein – a quien llamábamos “El Fantasma” y con cariño inmenso rendimos homenaje-, en cuanto al cuestionamiento a la retórica engañosa que pretende disociar artificialmente la opresión imperial, el autoritarismo de las élites locales, la concentración de ingresos, o la catástrofe ambiental, de sus raíces burguesas universales. Y es simple, pues con El Fantasma, con quien coincidíamos en su estrategia insurgente para enfrentar al imperialismo y en su teoría marxista de la crisis, cuestionábamos tajantemente las falsas conciencias que se nutren de las “melodías moderadoras”, lo cual era absolutamente “pecaminoso”, en la medida en que con tal cobija se tapan también aquellos que persisten en las falacias de la eterna búsqueda del burgués progresista, del demócrata moderado, de la unidad nacional, del humanismo sensato, que se repiten una y otra vez, reincidiendo en la reproducción del sistema o en apoyarse en sus componentes “menos despiadados” de manera tal que terminan induciendo la postergación de la rebelión y el entablamiento de la conciliación con el verdugo. En fin, blasfemias que se dicen contra el lenguaje “políticamente correcto”, y que lo mejor es etiquetarlas como trotskismo para hacer, cosa por demás absurda, más sencillo su descrédito. ¡Disparates de renegados!
Entonces, claramente, se insiste en que es nuestro papel el de seguir rearmando la utopía, el de seguir exigiendo lo imposible, porque de lo posible se encargan los demás todos los días. El de seguir abriendo el camino hacia la construcción del socialismo; ojalá frente a la decadencia del capitalismo, con una contra-cara que muestre la combinación de resistencias y ofensivas de todo tipo, operando como fenómeno de dimensión global, actuando en orden disperso, expresando diversidad de culturas, diferentes niveles de lucha y de conciencia, con el protagonismo cimero de la inmensa masa de los oprimidos y sufrientes.
Desde las montañas insurgentes de Colombia