En 1950 el célebre Luis Buñuel estrenó lo que para muchos fue su obra maestra, la película Los olvidados. La polémica sobre esta cinta comenzó desde el mismo rodaje y producción, fue saboteada no solo por reconocidos artistas como Jorge Negrete, Pedro Infante y hasta el mismísimo Cantinflas, las más grandes estrellas de la época de oro del cine mexicano, sino también por el personal técnico que trabajaba para Buñuel, incluyendo camarógrafos y maquillistas. De hecho, en pleno rodaje, en más de una ocasión, le dejaron botado el trabajo y hasta uno de sus asistentes de producción, uno muy experimentado y reconocido en el medio, pidió no ser incluido en los créditos de la película. La razón fue bien sencilla: es una película que toca el tema de la miseria y el maltrato infantil.
Para que se hagan una idea, el personaje que más levantó polémica fue el de una madre que maltrata a su hijo mayor, le niega sin ningún remordimiento un plato de comida y hasta su amor de madre. Además, cuando puede lo agrede y encima lo termina entregando a la policía. Esto generó no solo, como ya mencioné, el sabotaje de la película sino que una vez concluida y estrenada que fuera retirada muy pronto de las salas de cine. Era inaceptable mostrar una madre con esas características, esa no era supuestamente la realidad de México, ya que este era un país feliz, tal vez el más feliz del mundo, donde ninguna madre era así con sus hijos, pese a que entonces México D.F, la ciudad escenario de la historia, ya era un monstruo urbano con graves problemas de seguridad, prostitución y miles de niños en situación de calle por abandono.
El caso, hacer la película le trajo amenazas de muerte y varios intentos de agresión a Buñuel. Incluso, se llegó al extremo de solicitar formalmente al gobierno mexicano, en nombre de críticos de cine, artistas y de la sociedad mexicana en general, la expulsión del país de Buñuel (Buñuel era español) y prohibirle filmar en el país, aunque al final nada prosperó: Buñuel nunca fue expulsado, sin embargo eventualmente salió del país por razones de seguridad. Sea como sea, pese a la oposición del país, la cinta representó a México en 1951 en varios festivales de cine, donde arrasó con los premios y con los años terminó como patrimonio no solo fílmico. Ahora es una película considerada memoria de la humanidad y eso es porque la misma cinta desde el primer minuto manifiesta que es una historia universal y muestra cómo se da este fenómeno de la humanidad en la sociedad mexicana.
Pues bien, Iván Gallo se porta más o menos como los críticos mexicanos de 1950: se abraza a una especie de moralismo que le impide ver la realidad de un país que no respeta a ninguno de sus habitantes, sea humano, animal, vegetal, mineral o protista. Justificar el filicidio de un pequeño de 10 años a mano de su madre suicida no solo es perverso, revictimiza a ese niño al hacer lo que han hecho la mayoría de medios de comunicación, decir que su madre era la víctima, pese a ser la victimaria. Aquí la única víctima es un niño que rogó por su vida a la persona que en teoría tenía la responsabilidad de velar por él. Iván Gallo, como varios otros, quita la responsabilidad de la mujer que decide matar a su hijo de forma consciente y la traslada a todo el entorno social, laboral y demás, excusando a quien verdaderamente decidió crear este horror: Jessy Paola Moreno. ¿Y el chico? Bien, gracias. Han llegado hasta a decir que madre e hijo se suicidaron, el colmo del descaro.
Hace muchos años un caso similar sacudió a Medellín, un padre acabó con la vida de sus dos hijos varones, montando un show similar al de Jessy Paola Moreno, solo que el escenario fueron las vías del metro de Medellín. En ese entonces, sin redes sociales ni smartphones, no fue necesario culpar a la sociedad, la culpa fue del hombre que asesinó a sus hijos, fue lo que de verdad sucedió y el repudio social fue implacable, fue lo justo.
Dicen los expertos de red social y psicoanalismo de SITP que no debemos juzgar y los religiosos que eso debemos dejárselo a Dios, pero cuando una persona desquiciada mata a un niño inocente, esto queda bien difícil de hacer. El hombre de Medellín que mató a sus hijos sufría del trastorno de personalidad histriónica y no es difícil darse cuenta de que Jessy Paola Moreno muy probablemente lo padecía. Tristemente estos personajes trastornados logran aun muertos su objetivo manipulador: hacer que las personas sufran para así vengarse de la sociedad, de ese modo obtienen que los demás se sientan mal por no ayudarlos, cuando ellos mismos por su trastorno jamás tuvieron empatía o consideración con nadie. El mismo hecho de que en los comentarios muchas personas justifiquen o digan entender a esa mujer no es más que la victoria de una mente enferma que manipulaba a los demás.
Por cierto, esta noticia no tuvo inicialmente tanto despliegue, no fue un padre trastornado que mató a su hija, no había un machismo al que culpar. Semanas después se sabe que la madre del niño sufría depresión severa a causa de problemas económicos y una ruptura amorosa, no había amenazas de infames pagadiario ni mucho menos, simplemente era alguien con problemas, lastimosamente muy comunes en nuestra sociedad desigual. Con todo esto, el señor Iván Gallo demostró cómo justificar lo injustificable defendiendo a una persona que si bien necesitaba ayuda, tomó una decisión egoísta, macabra, y al final filicida. Mal, señor periodista, sus opiniones y columnas cada vez son más erráticas y faltas de criterio, dar una opinión absurda no aporta nada. Recuerde, señor Iván Gallo, que las opiniones son el escalón más bajo del conocimiento y sería excelente que no luche por quitar la responsabilidad de los actos humanos, ya sean altruistas o criminales, basándose en su género. Hace unos días usted fue el abogado del diablo de alguien que asesinó a un niño al que han invisibilizado y que ni siquiera es reconocido como víctima, probablemente porque su asesina fue una mujer, la madre del niño.