Por estos días Iván Duque, el hombre que escogió Álvaro Uribe para mantener su opaco legado político, está sufriendo una crisis gubernamental nunca antes vista. Su falta de tacto, ante una situación como la de la pandemia, le ha ocasionado el desprecio de la ciudadanía, que le ha hecho saber en las calles que su reforma tributaria no va a llegar a ningún Pereira. Dicha insensibilidad, resultado de su inexperiencia y negligencia, solamente demuestra que no estaba preparado para gobernar; que fue con la ayuda de su mentor, Uribe, que pudo llegar a un cargo que por sí solo le era imposible de conseguir; y que va a ser muy difícil que su colectividad, el Centro Democrático, salga victoriosa en los próximos comicios presidenciales, los cuales, dicho sea de paso, ya se ven en manos de su mayor opositor, el senador Gustavo Petro.
Realmente, ha sido este senador el que le ha generado todos los escollos que como mandatario no ha podido superar. A través de la canalización de todas las frustraciones colectivas, le ha aguzado el caos social que con voluntad política fácilmente pudo evitar. Si hubiese escuchado el clamor de un pueblo hambriento, desempleado, cansado de tanta corrupción, en fin, mamado de tanta burocracia y politiquería, no estaría tambaleando como tambalea hoy, dando muestras de un cansancio y desespero que cualquier experto en política puede reconocer. Sinceramente, le ha faltado mucha inteligencia: la pericia del buen gobernante para tranquilizar a la población en medio del sufrimiento. Ahora, por más que quiera echar para atrás su reforma tributaria, no puede contrarrestar el enejo de todos sus opositores, por lo que va a terminar su gobierno sin pena ni gloria.
Debe quedar claro que sus copartidarios tampoco le han ayudado a gobernar como debe ser, puesto que han estado más preocupados favoreciendo a los grandes empresarios y atacando a los enemigos de su jefe político. Bajo ese panorama, su gobierno siempre estuvo en otro planeta, desconociendo que su obligación estaba aquí en la tierra. Se olvidó de la pandemia, y el pueblo, agitado por Petro, tenía motivos suficientes para no dejarlo gobernar. Si no fuera por esta crisis sanitaria, lo más seguro es que hace rato lo hubiesen tumbado. Es en medio de la dificultad que se conoce al verdadero líder, algo que no ha sido porque ni siquiera tiene don de mando y la capacidad necesaria para generar confianza. Está totalmente perdido.
Cuando se vaya, repito, se va a ir sin pena ni gloria. Se le va a recordar como Iván el terrible, el peor presidente que se tuvo después de Andrés Pastrana. Le va a entregar el país a sus opositores –por supuesto, liderados por Gustavo Petro–, viendo como ellos, a través de un gobierno populista o socialista, nos terminan de arruinar y llevar al país a su total destrucción. Por eso creo, siguiendo la sentencia de Balzac, que “el socialismo, que presume de juventud, es un viejo parricida. Él es quien ha matado siempre a su madre, la república, y a la libertad, su hermana”. Que nadie espere nada bueno de un gobierno así, ni mucho menos de la gente que hoy protesta. Solo nos queda creer que esta triste patria, pese a sus peligros, encuentre a una persona sensata que logre interpretar el futuro por fuera del paradigma dañino de la izquierda.
