El 7 de agosto de 2018, con toda la pompa y gastos que ello implicaba, los colombianos de todas las vertientes políticas fuimos testigos del juramento realizado por el actual presidente, Dr. Iván Duque, en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Ernesto Macías lanzó el respectivo interrogante que fue respondido con toda formalidad y con el gesto serio y ceremonioso de Marlon Brando en su famoso film: Juro por Dios y ante el pueblo colombiano defender la constitución y las leyes de Colombia. Seguidamente, Macías: Si así lo hiciereis que Dios, esta corporación y el pueblo de Colombia os lo premien; si no, que él y ella os lo demanden. Por último, los colombianos, escépticos algunos, complacidos otros e indiferentes los últimos, aceptamos una realidad, teníamos un nuevo presidente, y era para todos, atrás quedaron las discusiones innecesarias. Pero para no dejar sin soporte la anterior afirmación, es pertinente una anotación sin que ello implique proselitismo político. Su más grande opositor, el ciudadano Gustavo Petro, pese a las discrepancias ideológicas, le ha aceptado como mandatario. Prueba de ello son dos gestos que se resaltan aunque deberían mirarse como normales: en 2020, cuando comenzó la pandemia, fue él uno de los colombianos en opinar que era necesario rodear al presidente, y recientemente rechazó el ataque de que fue víctima la comitiva presidencial que se transportaba en helicóptero por los alrededores de Cúcuta. Son acciones que, sin duda, muestran todo el peso de la afirmación del gran Héctor Rojas Herazo, recordado en estos días por Juan Manuel Roca, en el sentido de que ninguna idea, por grandiosa que sea, merece un cadáver. No sospechaba la ciudadanía colombiana que ese juramento del Dr. Duque se semejaba al inicio de un estupro, que es considerado delito en la mayoría de los países, el cual ha sido definido jocosamente como el acto de, mediante artimañas o artificios engañosos a menores de edad, “prometer y meter, y después de haber metido no cumplir lo prometido”.
Para comenzar, es necesario demostrar por qué el Dr. Duque viola su juramento. Mediante el Decreto 575 de 28 de mayo del presente año, previo trino de Álvaro Uribe, el presidente autoriza recurrir a la “asistencia militar”. Además, anuncia sanciones para gobernadores y alcaldes que no actúen en consonancia con la norma. Al respecto, el Director de la Comisión Colombiana de Juristas, Dr. Gustavo Gallón Giraldo, después de un serio y concienzudo análisis, opina que dicha “asistencia” es una especie de militarización camuflada. En el mencionado Decreto, el presidente inicia con enumerar las disposiciones que le facultan para tomar decisiones, continúa a lo largo del texto, un poco más de cuatro páginas, con 19 disposiciones entre artículos, leyes, sentencias y otros, incluida la ley 1801 de 2016 por la cual se expide el Código Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana. Lo curioso de toda esta normativa relacionada es que en su primer Considerando se diga “Que de conformidad con el artículo 2 de la Constitución Política, las autoridades de la República están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares”, y que, paradójicamente, sea este mismo artículo una de las disposiciones que no se cumplan, eche por tierra el juramento y haga estruendoso su absoluto fracaso como gobernante.
En pocas palabras, se sugiere con sumo respeto, al señor presidente hacer un rollito inútil con sus 19 disposiciones legales anotadas en el Decreto porque, por mucho que apriete, no le alcanzan para tapar el cielo de la verdad, pues en ningún país que se diga democrático se puede utilizar la fuerza contra la población civil. Por el contrario, “están instituidas para proteger a todas las personas”. En ese sentido, el Estado falla cuando, en lugar de detener la acción de los vándalos (no sabemos si son paramilitares, guerrilleros o delincuentes comunes), atenta contra los pacíficos manifestantes, jóvenes en su mayoría, que han utilizado hasta expresiones artísticas para comunicar su sentir. Ya es de dominio público que algunos de los ciudadanos han caído en el camino por la acción de las fuerzas del Estado. En consecuencia, queda demostrado que el Estado no protege a todas las personas, en su vida, honra, bienes y creencias. Ese es el fundamento del derrumbe de un gobierno que ha sido inepto desde sus inicios. Para nadie será un secreto el pronunciamiento de organismos internacionales que tengan como misión la protección y defensa de los derechos humanos pues hasta miembros de esas instituciones han sido víctimas de estas fuerzas estatales. Más vale que el Dr. Duque no apriete tanto porque el paro, aunque no cuente con la difusión que tuvo en sus inicios, no ha terminado, continúan también las masacres, derrumbes de estatuas y asesinatos; y los incendios, que lo sepa bien, no se apagan con gasolina.
De otra parte, no es solo el atentado contra la vida de los colombianos lo que lleva a hablar del rotundo fracaso presidencial y de golpe de Estado sino la concurrencia de un sinnúmero de hechos patéticos que, en sinergia, provocan la triste, lamentable, dolorosa y vergonzosa situación del país. Sin embargo, se hace necesario explicar objetivamente algunos fenómenos que se están moviendo permanentemente en medio del caos reinante para relacionar y asociar los hechos y, asimismo, pasarlos por un cedazo humanístico y filosófico.
A sabiendas de que la cantidad de lupas a través de las cuales se puede observar la situación del país es enorme, la hipótesis del golpe de Estado descansará solo sobre tres elementos. En primer lugar, se tiene presente la afirmación de Heráclito: En los ríos entramos y no entramos, somos y no somos. En este caso, el cauce sigue siendo Colombia. De otra parte, la hipótesis tendrá piso también en el concepto de “modernidad líquida” del filósofo polaco Zygmunt Bauman, desaparecido hace algo más de cuatro años, el cual se fundamenta sobre las categorías de fluidez, cambio, flexibilidad y adaptación aplicadas a los tiempos actuales. Según este concepto, la sociedad sufre cambios continuos e irrecuperables; lo que se acaba de lograr deja de serlo en el mismo instante o puede ser su contrario que se transforma, varía o diversifica de inmediato, líquido. Por último, el más importante de los elementos sobre el cual se soportará esta hipótesis, la existencia y tenencia, en manos de las poderosas mafias que se han adueñado del poder, de un sistema sólido y muy bien estructurado de la desinformación y la mentira. Como es sabido, la mentira y la desinformación influyen en las democracias hasta llegar al colmo de crearse agencias que prestan el servicio de desinformación y se lucran billonariamente de ella; y no se alcanzan a contar con los dedos las que existen. Pues bien, dadas las anteriores puntadas, es momento de agarrar las lupas.
Teniendo como primer elemento la violación del juramento hecho por el Dr. Duque, en los párrafos a continuación se enumerarán otros que inciden notoriamente en el desastroso panorama del país. “A calzón quitao”, quedarán muchos aspectos por fuera de esta subjetiva mirada; sin embargo, el lectorado tendrá en sus manos la potestad de añadirlos. Al final, tendremos una imagen menos difusa del golpe de Estado y en las manos de quién o a los pies de quiénes está el poder.
Para comenzar, una Operación de Falsa Bandera es una acción o conjunto de acciones llevadas a cabo por algunos gobiernos o corporaciones con el fin de mostrarlas como si fuesen ejecutadas por otros. Colombia no es ajena a este tipo de operaciones. Las generaciones actuales han sido testigos de los falsos positivos, de los atentados contra figuras públicas como Álvaro Uribe Vélez y otras tantas acciones que, finalmente, han terminado al descubierto y judicializadas. Todos recordarán el caso de la mujer a la cual le pusieron un cuello-bomba. El crimen fue atribuido a las Farc, pero después se descubrió que no era así. Entre lo más reciente, con fundadas sospechas, se encuentran los carro-bombas en Cúcuta. Nadie quiere tragarse el cuento de que, con tanta inteligencia y bajo tantas las medidas de seguridad de una organización de tal naturaleza, hayan podido ingresar a esas dependencias. Por último, también se cuenta el atentado contra el presidente Duque. En el informe sobre los elementos encontrados se dice que hay un arma de fabricación rusa, otra iraní o iraquí y otro elemento, se dice, ensamblado en Venezuela. Faltó que dijeran que por allí cerca también hubiesen encontrado el quepis de Chávez, el registro civil de Maduro y las barbas de Fidel.
A estas alturas, es importante recordar el rol del sólido sistema estructurado de la desinformación y la mentira en la concreción de las pretensiones de la mafia.
Bien, de otro lado, uno de los aspectos que más contribuye a la desestabilización y al golpe de Estado es la clara intención de debilitar algunos entes de control, fortalecer o anular otros mediante mecanismos, legales o no, constitucionales o no, y la consecuente concentración de poder en algunas instancias que, de una u otra forma, son complacientes con el ejercicio, fuera del orden, de los deberes de los gobernantes. Del mismo modo, la puesta en marcha de disposiciones que lesionan los intereses de los más necesitados no generan sino ese hervidero de la protesta social a la que nadie puede ser indiferente ni ignorar. La lluvia de reformas es una buena muestra de ello. La tributaria fue la chispa que encendió las movilizaciones sociales, pero a ella se suman otras: la pensional, a la salud, a la justicia, agraria, al régimen de control fiscal, a la Constitución… Todas ellas, algunas en marcha, otras en trámite y otras archivadas o reformadas, sumadas al nombramiento de funcionarios con intereses partidistas o con favores pendientes, no hacen más que adecuar al Estado para el ejercicio de la corrupción. Una especie de Laissez faire, laissez passer que, viniendo de la economía, se aplica al ámbito jurídico y administrativo pero en el sentido de la permisividad absoluta de acciones deplorables. Y esta, como lo ha demostrado la historia en todas las latitudes, es la que desestabiliza sociedades y hace caer los más sólidos imperios. Una mirada a las causas de la caída los imperios más poderosos bastará para comprenderlo todo. Colombia no es un imperio sino de corrupción. ¿Cómo no hablar de golpe de Estado? Entonces, ¿cómo pretender que un país como Colombia, eminente de vocación agrícola y ganadera, pueda desarrollarse si hasta al campesino se le niegan las más elementales posibilidades de vivir dignamente?
De otra parte, el juego, la burla, el vaivén de mentiras y el engaño permanente a las comunidades, es otro de los factores que influye fuertemente en el desequilibrio y el desgobierno. Por ejemplo, va la matrícula cero; mentira, eso no se puede, no hay plata para eso, se trataba era de amainar la movilización de los jóvenes. No al sistema de aspersión con glifosato; mentira, que se mueran de cáncer los raspachines, los campesinos y los pobres que viven en los pueblos cercanos. No al Fracking; mentira, ¿cómo van a dejar de favorecerse las familias de la alta élite de esto? Mejores condiciones de vida para la clase trabajadora; mentira, para la clase trabajadora era la ley 100, el desconocimiento del porcentaje por horas extras y dominicales. Menos IVA; mentira, eso era para las multinacionales petroleras y mineras, los pobres que lo paguen hasta en el papel higiénico. Beneficios tributarios; mentira, hablaba del sector financiero. Prisión para Álvaro Uribe Vélez; mentira, eso era para liberarlo del Congreso y para que ejerciera el poder sin tener que pensar que pensar en tantas cosas… Y siguen más numerales. En resumidas cuentas, ¿quién puede creer en gobiernos como estos?
Las relaciones internacionales son una velita más en el pastel. Aquí también entra en escena el sistema de la desinformación y la mentira pues no se trata solo de la manipulación hacia el interior del país. ¡Muy triste que Colombia vote en favor del bloqueo a Cuba! ¡Qué desafortunada intervención la de la canciller al referirse a la intervención de Michelle Bachelet! Fuera de Colombia, esto es un paraíso. Sin embargo, solo se mostrará un botón para tener una idea de cómo se manejan los asuntos para otros países. La canciller, otra vez, quien ejerce la vicepresidencia del país, tiene o tuvo parientes (¿el hermano o algún fantasma?) involucrados en delitos en el extranjero; el nombrado Embajador en Estados Unidos, un señor de apellido Pinzón, tuvo un pariente (¿el tío?) condenado a cadena perpetua en Estados Unidos. Pare de contar, mejor se pasa a otro tópico. El lunes 28 de junio, a las 10:27 am, se dio la primera conversación telefónica entre Joe Biden e Iván Duque. El gobierno de Estados Unidos dona dos millones y medio de vacunas a Colombia. ¡Qué coincidencia! Al momento de escribirse este artículo, está sonando la canción colombiana ¿A quién engañas, abuelo? justamente los versos que recomiendan dar de lo que hace falta y no lo que está sobrando. No obstante, en la conversación sostenida, Joe Biden hace una especie de llamado de atención sobre la forma como vienen operando las fuerzas del Estado colombiano respecto a la protesta social. Todo esto con el fondo del fallo de un tribunal norteamericano donde se condena a más de veinte años de prisión al policía que asesinó al joven afroamericano George Floyd. El pueblo colombiano está en ascuas por saber qué va a pasar con los integrantes de los cuerpos del Estado que están involucrados en muertes; por el momento no se sabe, o no se ha difundido, qué ha pasado con el caso de Dylan Cruz. En síntesis, el panorama de las relaciones internacionales en cabeza de Martha Lucía Ramírez (canciller y vicepresidenta) tampoco es alentador.
Pasando a otro terreno, donde se necesitará más de un párrafo, es ineludible el abordaje de figuras públicas de gran influencia que inciden con mucho peso en la política colombiana como es el caso de Álvaro Uribe Vélez. Su importancia para la interpretación de la actual realidad es de tal magnitud que la gran mayoría de sus seguidores, de sus opositores y de indiferentes o neutros tiene la convicción, y lo afirma públicamente, de que quien gobierna en Colombia no es Iván Duque sino Álvaro Uribe Vélez. Para este análisis habrá, en principio, una invitación a la transparencia; más adelante, se dará una mirada, a vuelo de pájaro, sobre su gestión; después, se presentarán algunas características y hechos de su accionar en el presente para, al final, concluir con el golpe de Estado.
Iniciemos con afirmar que si cada colombiano, al momento de firmar un contrato de trabajo con el paupérrimo salario ofrecido por los empresarios y refrendado por el gobierno tiene la obligación de firmar una declaración de los bienes que posee, lo mínimo que debe hacer el presidente es poner el ejemplo. En ese sentido, tanto el ciudadano Uribe como sus hijos, deberían mostrarle al país cuáles son sus posesiones y de dónde salieron las fuentes para adquirirlas, por eso es imperiosa también la publicación de sus declaraciones de renta. Sin sombra de discusión ni de duda, habrá transparencia. De otra parte, es pertinente y necesario que igualmente se pronuncie sobre algunos cuestionamientos relacionados con su gestión pues la ciudadanía no deja de asociarlo con narcotraficantes, y mucho menos cuando se ha demostrado que en sus periodos de gobierno se disparó el accionar de los mismos. Por ejemplo, se afirma que tras el asesinato de Fernando Uribe Senior por no doblar rodilla ante el Cartel de Medellín concediéndoles licencias, Álvaro Uribe fue nombrado Director de la Aeronáutica Civil. Se dice que en su corto periodo (1980-1982), Uribe concedió más licencias que las otorgadas por el Estado en los 27 años anteriores. Además, entre esas licencias, pese a que no aparecen con sus nombres, se cuentan las de Carlos Ledher, Pablo Escobar y Fabio Ochoa. Las operaciones fueron denunciadas por el Consejo Nacional de Estupefacientes dirigido por Rodrigo Lara Bonilla. Sabemos que este último fue asesinado. Un pequeño paréntesis para recordar que los narcotraficantes incursionaron en política: Pablo Escobar fue Senador y Ledher arrancó un proyecto en el Eje Cafetero. También está registrado que por aquellos tiempos se otorgó licencia a Luis Carlos Molina Yepes, condenado por la muerte de Guillermo Cano. Por último se afirma, asimismo, que por lo menos doscientas licencias quedaron en manos del Cartel de Medellín. Como dato adicional, el gobernador de Antioquia de entonces (23 de marzo de 1981 - 20 de agosto de 1982) era Iván Duque Escobar. Sobre estos hechos, pocos colombianos tienen claridad. En ese sentido, el señor Uribe no debe dejar mácula.
En cuanto a su mandato de ocho años, en cuerpo propio, estuvo rodeado por las ejecuciones que siempre serán extrajudiciales, mal llamadas falsos-positivos, esa práctica consiste en el asesinato de civiles, sin importar que estuviesen recogiendo café o en otra actividad lícita, para hacerlos aparecer como guerrilleros (¿operación de falsa bandera?). Asimismo, las chuzadas del DAS con interceptaciones a la Corte, a periodistas y a líderes opositores caracterizaron a su gobierno. Por último, a ningún colombiano, especialmente del campesinado, se le puede olvidar Agro-Ingreso-Seguro; tampoco se borrará que en lugar de beneficios produjo perjuicios. Ahora, pretender caracterizar un mandato con estos tres renglones sería un absurdo. Sin embargo, si hubiera claridad sobre ellos, ganaría mucha credibilidad. Sobre estos tópicos, aunque haya procesos y pronunciamientos judiciales, el asunto sigue siendo difuso. En consecuencia, es necesaria la transparencia.
En lo referente al presente de Álvaro Uribe, el hombre sabe que en las oficinas de los tribunales del país se mueve una serie de procesos a los cuales está por ley obligado a responder. De otra parte, no deja de ser perturbador que la gente quiera saber por qué esa lista de personas a las cuales él ha llamado traidoras tengan similares finales: presos, exiliados, prófugos, extraditados y asesinados. Adicionalmente, lo más importante para él, estar atento al desempeño de su pupilo en la presidencia para orientarle mediante trinos u otros mecanismos. Simultáneamente, no desatender el ajedrez político para poder aprovechar cualquier escaque libre como el ocupado actualmente por el Fiscal. Así las cosas, se conoce el porqué de no ocuparse personalmente de las obligaciones de un Congresista.
Pero las preocupaciones de Uribe no terminan allí. Su enfermiza y demencial adicción al poder es la razón por la cual pretendió, sin éxito, adecuar la legislación con el fin de subirse al trono por un tercer periodo consecutivo. Sin embargo, montó a su pupilo Santos pero “el tiro le salió por la culata”. Más adelante, gracias al uribismo pura sangre de Claudia López y de Jorge Robledo, Uribe volvió a montarse con su pupilo Iván Duque. Atrás quedaron las alharacas, gritos y acusaciones en el Congreso porque, entre otras cosas, parece que ninguna llegó a los tribunales. Actualmente, ad portas de un proceso endemoniado por la pandemia, la crisis y las elecciones, Uribe centra su atención en quién será su próximo pupilo en la presidencia pues sus enredos en diferentes frentes lo esclavizan en el poder porque necesita de él para poder salir triunfante. ¿Estará pensando en que repita Duque? Imposible no es pero poco probable, su desempeño no ha sido el mejor. ¿En su hijo? Tampoco, su talla es apenas la de un peón para llevar mensajes a sus pupilos, y eso no significa que no tenga importancia. ¿Sergio Fajardo? Podría ser pero… quién sabe. Muy seguramente está pensando en una mujer. Entre los nombres a escoger podrían aparecer María del Rosario Guerra, María Fernanda Cabal, Marta Lucía Ramírez e Ingrid Betancourt. Pese a que la población femenina es mayor que la masculina, pese a la fuerza del feminismo y pese a la sororidad, las mujeres colombianas no son estúpidas y no se imaginan votando por quien diga el mismo verdugo. Ellas saben que no son los hijos ni los nietos de Uribe quienes van a exponer sus vidas en la guerra creada por quien dice NO a la paz sino sus propios hijos. El exsenador y expresidente la tiene enredada.
¿El golpe de Estado en Colombia es un hecho? Rotundamente sí. Después de este recorrido, visión parcial e incompleta de la Colombia observada, la pregunta que surge es ¿qué relación guarda todo esto con un golpe de Estado? No es fácil asimilarlo toda vez que cuando hablamos de golpe de Estado lo asociamos con la acción de militares o grupos armados que súbitamente se toman el poder político de forma ilegal, por la fuerza o mediante la violencia. Ciertamente, Colombia ha sufrido varios golpes por este estilo pero es oportuno recordar que la realidad no es inmóvil y todo evoluciona, y mucho más en esta modernidad líquida en la que somos y no somos, y a los ríos entramos y no entramos. Donde, además, las mafias cuentan con agencias muy eficientes de desinformación y mentira.
La figura de golpe de Estado, desde el siglo XVII, cuando comenzó a utilizarse en Francia, hasta nuestros días, ha sufrido cambios ostensibles. Las medidas violentas tomadas por el Rey de entonces, violando la legislación e, inclusive, las normas morales, se soportaban en el criterio del Rey para, según él, proteger el Estado. Realmente, en su génesis esta forma corresponde a lo que en la actualidad se conoce como autogolpe. Por limitaciones de espacio, no se hará el recorrido completo de la evolución de esta figura. Baste con decir que se ha pasado de esa forma inicial a otras como el golpe de Estado blando, golpe de Estado, golpe de mercado y otras. Así mismo, los roles y actores han cambiado, ya no solo se habla de militares y grupos armados, en el presente las fuerzas civiles que desestabilizan también entran a la escena. En el caso más reciente de América Latina no fue necesario el uso de la fuerza pero sí la intervención de militares. Evo presentó su renuncia a petición de un alto jerarca de la Armada boliviana. Es decir, un golpe de Estado sin violencia. Toda esta disertación para llegar, finalmente, a Colombia.
¿Golpe de Estado en Colombia? Sí, específicamente: golpe de Estado a la colombiana. Los juristas, politólogos, legisladores, abogados, investigadores sociales y otros, tendrán que emprender camino hacia una apertura investigativa y acuñar los términos necesarios para descubrir y describir esta nueva realidad: golpe de Estado a la colombiana. De momento, a grandes rasgos, algunas características. En principio, se mantiene el hecho de que el poder pasa a otras manos pues el mandatario que aparece en los papeles y ante el mundo no hace sino obedecer a su mandante que es Álvaro Uribe Vélez. Para nadie es un secreto que quien manda en Colombia no es Duque sino Uribe, solo se necesita un trino o algo parecido, pasamos de “quien diga Uribe” a “lo que diga Uribe; Iván Duque se olvidó que su mandante es el pueblo colombiano. No obstante, si en el clásico concepto se sostiene un repentino momento para producirse el cambio, en el caso colombiano no es así; aquí ese cambio se da en forma paulatina, como con pasos felinos, casi imperceptibles. De otra parte, el panorama de paro, crisis, violencia y caos en todas las esferas es una radiografía del desgobierno. Asimismo, la hipocresía del mandatario tiene relieve internacional. Afirma preocuparse por el bienestar de los colombianos pero tuvo un ministro que presentó una reforma que generó violencia y muerte. No se necesita tener un doctorado para imaginar cuál iba a ser la reacción de una ciudadanía encerrada que está muriéndose de hambre y por COVID-19. Dice preocuparse por la infancia colombiana pero tiene una ministra que amenaza a los profesores con no pagar si no dan las clases presencialmente. Pregona estar contra la corrupción y más de uno de sus nombramientos tiene su prontuario. Siendo tan joven es el primer enemigo de la juventud. Finalmente, todos estos elementos se disimulan y manejan por un sistema de desinformación. En síntesis, un golpe de Estado a la colombiana.
Posdata. Se espera que quienes emprendan la investigación y configuren desde lo teórico la nueva figura, golpe de Estado a la colombiana, le den el respectivo crédito a este artículo.
* Escritor, Editor, Docente Universitario, Especialista en Pedagogía de la Comunicación y Medios Interactivos.