Ahora bien, el país hoy tiene un presidente que en sus primeros cien días presenta una caída de imagen. Esto debido a su falta de carácter, el manejo que le ha dado a temas tan sensibles como los escándalos de corrupción, el paro estudiantil, el asesinato sistemático de líderes sociales, la desaceleración de la economía y el aumento de la violencia, pero, sobre todo, la falta de autonomía para gobernar, lo que terminará por enrarecer el ambiente político y social en Colombia. Lo anterior, es una combinación de elementos bastante peligrosa, más teniendo en cuenta la historia reciente del país.
Cuando Álvaro Uribe llegó al poder, estábamos sometidos a la expansión y dominación guerrillera de las Farc, gracias a la ausencia de claridad en las expectativas frente a proceso de paz de un perverso gobierno como el de Andrés Pastrana Arango. Uribe Vélez logró entender el miedo, la rabia y el pesimismo del pueblo colombiano y llegó vendiendo la derrota militar de las Farc a cualquier costo. Y qué costo. Perfeccionó y focalizó el enemigo interno como cortina de humo que le daría pasaporte para llevar a cabo cualquier estrategia en pro de la derrota de dicho enemigo, pero, a la vez, el mejor distractor para ocultar todos los eventos de corrupción que posteriormente se destaparían y que aún no lo logran tocar.
Para lograr su propósito, Uribe Vélez conocía del espíritu vengativo del pueblo colombiano, que se ve reflejado hoy nuevamente en la discusión de la Justicia Especial Para la paz, y se aprovechó de ello para vender un formato de paramilitarismo redentor que en principio se logró inocular en lo más profundo de la sociedad, principalmente, en las regiones conservadoras y camanduleras. Pero cuando los interrogantes y la presión nacional e internacional crecían y minaban la legitimidad de su política de seguridad democrática, hizo uso de otra estrategia casi infalible, el concepto de enemigo externo desarrollado por Schmitt y que, en el caso colombiano, le permitió facturar excelentes réditos hasta el día de hoy, cuando todavía enciende al pueblo y lo asusta con esa figura. Primero, fue Venezuela, a mediados de la década pasada, y luego Ecuador y cualquiera que se atreviera a intervenir en los excesos cometidos por un gobierno con alta popularidad precisamente a base de sus enemigos creados.
Hoy estamos ad portas de una situación algo similar pero mucho más peligrosa. Y es que con Álvaro Uribe Vélez todos sabíamos a qué nos ateníamos y qué nos podía esperar, pues era totalmente autónomo, así fuera con su tono tosco y mandón, característico de esa élite rural que representa y que solo con él ha conseguido ostentar el poder político del país. Sin embargo, ahora estamos en una inestabilidad institucional, política y social frente a un futuro incierto con un presidente que no muestra el más mínimo asomo de vergüenza, llevando saludos de puber tímido en visita a casa ajena y solito, y ni qué decir de sus actitudes vacuas ya bien abordadas por cada columnista de este y otros países. Un presidente que se mueve al vaivén de las encuestas y de las directrices del capataz principal, en una finca propiedad de un personaje oscuro y que apenas hoy y gracias al escándalo Odebrecht se comienza a descubrir su verdadero poder e influencia, Sarmiento Angulo.
Nunca, desde sus años en la Gobernación de Antioquia, había visto a un Álvaro Uribe Vélez tan acorralado por los resultados de las encuestas debido a ese efecto boomerang que hoy golpea a su movimiento político con todo aquello que criticaron duramente y sin contemplación durante 8 años de Santos: corrupción, derroche, el nepotismo descarado en el que se ha convertido este gobierno, el descontento generalizado de los grupos sociales como estudiantes, transportadores, sindicatos, líderes sociales y hasta parte de la clase política tradicional que creyeron en la posibilidad de sostener sus privilegios y monumentales cuotas burocráticas. La pérdida de aceptación de Álvaro Uribe Vélez es uno de los aspectos más “asustadores” de esta situación, un hombre que pasó de tener más del 80% de aprobación al 35% en la actualidad, con unas elecciones regionales en la puerta del horno, la creciente inversión en el presupuesto de guerra (defensa) que al igual que ocurrió con la ley de financiación (reforma tributaria) cambiaron el nombre pensando en disminuir su efecto demoledor.
El ELN con secuestros, asesinatos y demás delitos va camino a convertirse en el nuevo enemigo interno de Álvaro Uribe Vélez y su suplente Iván Duque. Eso quedó demostrado con la grosera tirada de puerta que le dio este último a la Comisión de Paz del Congreso al no recibirla en palacio para abordar el tema del grupo guerrillero. Asoma entonces también la peligrosa figura del enemigo externo con Venezuela, con sus abusos, delitos de lesa humanidad y su tremenda crisis interna, con un presidente al mejor estilo Duque, con dos titiriteros como Cabello y Uribe Vélez, sumado al desprestigio internacional y una oposición fortalecida, es decir, gobiernos con necesidad de aprobación y con intereses muy similares de quienes de verdad están detrás del poder.
Esa figura del enemigo externo podría crear un conflicto en las fronteras que permita dirigir el foco de atención de la débil sociedad colombiana y la opinión pública internacional, mientras se reestructura en el camino un gobierno debilitado y sin credibilidad. Yo me pregunto, si la cortina de humo lanzada por Paloma Valencia de 20 millones de pesos en billetes de 5 mil pesos en una tula logró desviar la atención de los medios y de los colombianos frente a un Fiscal General de la Nación desbordado en sus abusos, con múltiples señalamientos y un caso de corrupción como el de Odebrecht que va en más de 50 millones de dólares en coimas y sin avances, mientras en otros países ya están cerrando el caso, ¿ahora qué podrá pasar en una eventual guerra fronteriza con Venezuela?