Al presidente ya se le nota un cansancio antiguo de tapete pisoteado. A sus pasos sosegados de animal pesado, se le suma una agenda incierta, errática y confusa que no le sale del alma sino de alguna parte misteriosa de su cuerpo invadido.
Además, el joven presidente da la sensación de que todo le parece extraño, percepción similar a la que experimenta alguien que se viste con la ropa de alguien más alto, más grueso y menos ágil. Un insomnio de muchos días, sumado a unos movimientos lentos de oso confundido, lo hacen parecer desadaptado y lejano.
No es normal pero debemos admitir que todo en él es y fue ajeno: los cargos que tuvo en el extranjero siendo más joven, las palabras y los argumentos que esgrimía siendo senador de una curul donada por su autoritario vecino en el Congreso, los votos que lo llevaron a la presidencia y la agenda de épocas pasadas y sin correspondencia con las nuevas realidades que le impusieron como una cruz de metal infame que su espalda no puede cargar, todo ello le imprime un aire confuso que obliga a pensar que el señor presidente no es él, no sabe qué es y no entiende qué hace.
Un hombre que se abandonó al desamparo de lo que no es y nunca será es la persona que nos preside. Un programa que no es de él, una agenda que no es de él, unas convicciones en las que no encaja y una venganza y un odio que no siente han sustituido al presidente y nos han dejado a un muchacho confundido, que está sentado en un lugar que no le corresponde.