Una polémica desató el presidente de Colombia, Iván Duque Márquez, al ser fotografiado junto a un grupo de indígenas durante la celebración de la PreCOP, una convención desarrollada en Leticia en el mes de agosto cuyo propósito era abordar los temas cruciales para deterner y revertir la pérdida de biodiversidad en el ámbito mundial. La imagen, ciertamente desafortunada, muestra al mandatario en el centro, detrás de una mesa con mantel blanco mientras un grupo de indígenas se encontraba acurrucado delante de la mesa fuera del área de diálogo. La tormenta no se hizo esperar y la escena se convirtió en el arma que usaron los opositores para arreciar su arsenal crítico hacia el gobierno. Quizá haya sido un problema de los asesores de imagen de la presidencia, que posiblemente estaban entretenidos con lo exótico que resulta el Amazonas y sus nativos habitantes para personas de la capital; probablemente estaban escasos de presupuesto para cubrir los viáticos de dichos funcionarios, pues este es el gobierno de la austeridad, y tuvieron que quedarse en Palacio; tal vez el presidente no se interesa por lo simbólico que puede subyacer a una simple imágen, pues su propuesta de gobierno es la economía naranja y no la historia.
Sea como fuere, la imagen nos permite traer a colación una discusión de fondo que está pendiente no solo en la sociedad colombiana, sino en la latinoamericana en general, incluso en la estadounidense. Dicha discusión pasa por la comprensión efectiva del pasado colonial y los impactos significativos que sigue teniendo en el presente. La foto de Duque puede pasar como una puerilidad si en el terreno de lo histórico no se estuvieran jugando tantos elementos que representan lo que han sido los 500 años de consolidación del proyecto de la superioridad occidental sobre los distintos pueblos del planeta. Recientemente, los jefes de Estado son muy propensos a reproducir esas imágenes apológeticas de los periodos coloniales de forma incluso inconsciente, como le sucediera hace algunos meses al argentino Alberto Fernández al asegurar que "[...] nosotros los argentinos llegamos de los barcos".
Precisamente es esta la función de la historia en sociedades tan complejas como la nuestra y rescatar el pasado no solo desde la visión del vencedor debe ser una apuesta a propósito del 12 de octubre. Al respecto, el pensador alemán Walter Benjamin recuerda con extrema sagacidad que "articular históricamente el pasado no significa conocerlo "tal como verdaderamente fue". Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro..." (p. 22). Son las circunstancias actuales las que nos llevan a apoderarnos nuevamente de este recuerdo que relumbra, pues la situación de las sociedades latinoamericanas en el momento no podría ser más propicio. No es fortuita la recurrencia de los manifestantes, durante los estallidos sociales, a derribar muchos de los monumentos que hacen apología al pasado colonial, como ha sido el caso de las figuras de Colón, Jiménez de Quesada, Belalcázar, entre otros. Este es el síntoma de la necesidad de restituir en la historia a aquellos grupos poblacionales que quedaron excluidos de la narración oficial y realizar actos de reparación simbólica de los pueblos que fueron exterminados en los procesos de conquista y posterior colonización. Son los herederos de las formas de pauperización y segregación quienes marchan en las calles, alzan su voz y exigen un reconocimiento como interpelantes.
Esta necesidad se ha expresado incluso en los discursos de algunos mandatarios latinoamericanos que manifiestan la intención de realizar una reivindicación de estos pueblos y sus respectivas culturas que quedaron marginados u olvidados por la construcción de una historia hegemónica en la que se puso al mundo hispánico como la máxima realización sobre aquellos grupos de bárbaros, infieles y atrasados. Una historia de los vencedores. Es el caso de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien en el marco de la conmemoración de los quinientos años de la caída de México-Tenochtitlan planteó la necesidad de resignificar las fechas que se han establecido como "patrias", pues contienen una carga simbólica que oculta los horrores en que se soportan los procesos históricos, para darle reconocimiento a aquellos pueblos que fueron sometidos. El primer mandatario de los mexicanos exhortó a la corona de España y a la iglesia católica a pedir perdón por los excesos cometidos durante la conquista. Sólo el papa Francisco respondió a la solicitud a través de una carta en la que pidió perdón por los "pecados" cometidos por la iglesia durante la conquista.
Todo esto nos permite comprender que, aunque no se perciba, la historia juega un papel fundamental en la consolidación de proyectos de sociedad y en la mayoría de los casos es una herramienta para la dominación, ya sea por desconocimiento o por su narración parcializada. Esta última ha desempeñado un lugar central en la construcción de un statu quo, pues toda la narrativa histórica que se enseñaba desde los más tiernos años a través de textos elementales de historia en los primeros grados de formación escolar, presentaba a los españoles, la religión católica y las costumbres por ellos impuestas, como el máximo logro que como sociedad pudimos heredar. En este punto deberíamos preguntarnos ¿A quién favorece este sesgo? ¿Cómo nos impacta como sociedad? ¿Qué efectos tiene en la conciencia colectiva esta historia parcializada? ¿A quién admiramos si todo el tiempo observamos el espacio público lleno de nombres hispánicos, monumentos que horran la memoria de los conquistadores y discursos que los muestran como superiores? De nuevo, Walter Benjamin acerta al asegurar que "la respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento" (p. 23).
Por eso no es extraño encontrar en la imagen del primer mandatario de los colombianos la descripción fiel de lo que ha sido la visión del vencedor, y cuyos herederos son todos los representantes de la clases política y económica de este país que han crecido a costa de la pauperización de los indígenas, campesinos y trabajadores en general. La imagen de Duque expresa un sistema de relacionamiento que aún no ha sido removido de sus cimientos y que a lo largo de la historia se ha intentado eliminar sin mucho éxito, pues siempre logra imponerse la lógica de la dominación que se sustenta en la historia parcializada y el implacable poder la violencia.
A propósito de este asunto, el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez da pistas para la comprensión filosófica e histórica de una imágen como a la que se hace referencia en un texto titulado "La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Para este pensador, la élite de estas tierras se ha consolidado a partir de un imaginario de blancura sanguinea que determinó el relacionamiento de los actores sociales a partir del siglo XVI. Esto quiere decir que la élite se constituyó a partir de la escenificación de toda una serie de rasgos culturales que le permitiera establecer una diferenciación entre las distintas razas de acuerdo con su pureza de sangre. En este análisis destaca la marcada lucha por lograr un distanciamiento con aquellos grupos que se consideraban "impuros", una marcada aversión por el trabajo manual, considerado de manchados y esclavos, y el despliegue discursivo que condujo a los distintos grupos sociales a intentar apropiarse de dichos imaginarios. Si se analiza esta propuesta investigativa y se articula con algunos fenómenos del presente, no es extraño encontrar que propuestas como las de la senadora Paloma Valencia sobre dividir el Cauca resulte del todo descabellada para estos sectores.
En síntesis, la reflexión que nos queda de la imagen del presidente Duque es que hay que darle una nueva mirada a la historia y comprender los alcances que tiene como herramienta de dominación. Esto supone siempre realizar una revisión crítica del pasado para restituir a aquellos que siempre fueron silenciados o, en palabras de Miguel León-Portilla, escuchar la "historia de los vencidos". No significa en modo alguno una romantización del pasado prehispánico o la atribución de perfección a los pueblos muisca, maya, azteca o incas, características que ningún pueblo de la Tierra posee. Se trata de darle lugar en el presente y comprender formas de vida que no tuvieron un contacto pacífico e idílico con el mundo español, sino que fueron procesos que "en cuanto tales deberán estudiarse sin prejuicio. Porque, su examen sereno, más allá de fobias y filias, ayudará a comprender la raíz del México [y de toda latinoamerica, Estados Unidos e incluso la propia España] actual, consecuencia viviente del encuentro violento de esos dos mundos" (Miguel León-Portilla, p. XII).
La imagen de Iván Duque nos enseña que es el heredero de esa historia oficial que por siglos ha sido contada por los vencedores. Esperemos que sea el último heredero y que los grupos sociales que este 2021 han salido a las calles a interpelar por reconocimiento, duramente reprimidos por las fuerzas del orden, comiencen a narrar una nueva historia desde la perspectiva de los vencidos. El camino apenas se abre.
Referencias
Benjamin, W. (2010) Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Bogotá: Desde Abajo.
Castro-Gómez, S. (2005). La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
León-Portilla, M. (2011). Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. México D. F: Universidad Autónoma de México.