Ha sido desastrosa la gestión de Iván Duque. Desde antes de la pandemia lo sabíamos. Es más, la pandemia sirvió para distraer la atención de la gente que abarrotaba las calles pidiendo un cambio urgente. Los alumnos de clase media baja y los más pobres, que somos mayoría, nos dimos cuenta que estamos solos. Con el maldito cuento del Castrochavismo nos engrupieron diciendonos que un Estado Poderoso, asistencialista, era convertirse automáticamente en Venezuela. Y no.
No puede ser tanta mezquindad. Durante la pandemia, al principio, el autobombo de Duque, dirigido por su escudero, el tuitero Hassam, nos hizo creer que Colombia era el país que mejor estaba manejando la pandemia. Le ganábamos a Alemania, a todos los países del hielo. Eramos potencia mundial. En Julio ocupamos el quinto lugar en contagios en el mundo, un promedio de 5.000 infectados al día y casi doscientos muertos diarios.
Sin embargo Duque sigue saliendo todos los días en televisión diciendo que vamos muy bien, que deberían darle el Premio Nobel de Medicina, que todo está muy bien. Y no, la gente tiene hambre, se dio cuenta que la salud debería ser intervenida por el Estado al igual que la educación, que necesitamos protección si quedamos sin empleo.
La gente se dio cuenta que estos gobiernos sólo sirven para hacer más rico al rico y más pobre al pobre. Por eso, porque los pobres somos mayoría, no debemos permitir que un uribista vuelva en el poder. La imágen del presidente Uribe está cada vez más deteriorada, es tan complicado que incluso perdió tutelas tan fáciles de ganar como la de Matarife. Irrespetado, vilipendiado, Uribe luce desprotegido y sin poder, el poder que le dio Santos, el tonto, al sacar el plebiscito a flote, dándole la oportunidad de salir de sus cenizas usando el odio ancestral y bien justificado a las Farc que alberga cada colombiano en su corazón.
Daniel Samper Ospina se preguntó si Iván Duque sería el último de los uribistas en el poder Y si Daniel, será el último.