Ganó Duque y quedan sinsabores y alegrías, queda, más que nada, la satisfacción y las ganas de seguir dando la lucha por una Colombia plural y en paz.
Se puede decir que estas elecciones dejaron ver lo peor y lo mejor de nosotros. De un lado, se mostró la clásica idea de que el fin justifica los medios, y a eso se debe la unión de toda la cúpula implicada en escándalos, en corrupción y demás naturalidades de la política colombiana. Del otro lado, hubo un menjurje raro que dio más o menos con la idea de que los medios justifican los fines y que no acudió a la amenaza para hacer política. No hace falta decir quién es quién. Dos visiones de país muy distintas que dejan al legislativo, al ejecutivo y al judicial, un verdadero desafío.
Y ahora, ¿qué hacer? Después de las cinco de la tarde del domingo, las calles quedaron solas y la inquietud se transformó en amargura, algo parecido al sentimiento de aquel octubre de hace dos años ya. Y bien, hay al menos dos caminos a escoger: el primero es seguir la idea de muchos de encarnar el odio y llegar al punto de dividir aún más el país y, de carambola, a los ocho millones que votamos por Petro. El segundo me parece más razonable, es agarrar un pañuelo, secar lágrimas, tomarse un tinto, leer un libro de García Márquez y seguir dando la lucha.
¿Qué es dar la lucha? Dar la lucha es, para mí, prepararnos para ser oposición, pero más que oposición, para hacer resistencia a los próximos cuatro años de una cuasi dictadura grisácea, comprometida con la repartición entre algunos, de la cosa pública.
“¡Basta ya!”, volveremos a decir como si la historia se repitiera, como si leyéramos una y otra vez el mismo cuento que tenemos al lado de la cama, como si viviéramos en un país que parece no cansarse, como un molesto estribillo.
¿Qué le depara al país?, ¿serán capaces de unir fuerzas los representantes de la contrahegemonía en Colombia? Esto apenas comienza, se requiere unidad, acuerdo y defensa de la vida digna y la democracia multicolor.