Parece de no creer, pero de él todo puede creerse. Para Iván Duque nunca fue suficiente el tiempo: de presidente se desempeñó como presentador de televisión, columnista de periódicos, esporádico guitarrista y animador de actos oficiales en los que acostumbraba solicitar aplausos para sus viceministros (a él mismo puede recordársele aplaudiendo emocionado, micrófono en una mano y los papeles en la otra, como lo hacía Pacheco).
Hizo también de transformista, por lo que de acuerdo a la ocasión, según el desastre, según la conmoción, la protesta social o la pandemia, Duque fue versado en encarnar desde un disfraz de utilería a algún personaje, por ejemplo, fue piloto heroico de una cuatrimoto, vestido unas veces de policía, otras de miembro de la Defensa Civil, otras de aviador, o ya como vaquero al estilo Cocodrilo Dunde si la situación por atender tenía ocurrencia en los Llanos Orientales.
Se cuenta que Moisés era tartamudo, lo superó, y en cierto modo de allí se simboliza la figura del abogado, aquel que tiene la capacidad de hablar por otro. Así es que, de paso, pese a que Duque no se la llevaba bien con la gramática o los conceptos, encontró espacio para actuar de abogado defensor de oficio de otro expresidente, al igual que lo fue de funcionarios y ministros suyos acusados de serias culpas. Cuando el veredicto nacional resultó adverso, Duque que por si fuera poco trascendió como buen empleador, halló cualquier grieta para compensarlos en tal embajada, ya una consejería o cualquier otro escritorio de los que nunca faltan en la burocracia.
Para él, sin embargo, no fueron suficientes cuatro años de administración, cuatro años de informes mágicos en los que Colombia fue el país más feliz del mundo, con la mejor gente del mundo, con las tierras más ricas de la tierra, con las mejores cifras y logros frente a la violencia, el narcotráfico, la guerrilla, la pobreza, la educación, el medio ambiente o la salud, todo un arquetipo de éxito; y como no fueron suficientes, Duque da ahora a la historia una obra publicada por Villegas Editores: el título, Duque su presidencia (2018-2022); el prólogo, de Mario Vargas Llosa.
Duque da a la historia una obra publicada por Villegas Editores
el titulo, Duque su presidencia (2018-2022)
el prólogo, de Vargas Llosa
Cuando niño Duque quería ser presidente; de adulto parecía querer serlo todo, menos presidente; un conquistador de caprichos, tener un micrófono, un balón, uniforme, barba, una alfombra roja, bártulos, colecciones de distracción. Un libro en el que él sea actor, protagonista y titán, sería infaltable.
Quien haya pasado por el deleite del Elogio a la locura, el mismo Elogio de la necedad, se encontrará con renglones como estos: …nunca alabaré bastante al famoso gallo de Luciano, el cual, habiéndose transformado primero en filósofo, bajo la figura de Pitágoras, y luego sucesivamente en hombre, en mujer, en rey, en simple particular, en pez, en caballo, en rana, y creo que hasta en esponja, juzgó que no había animal más desdichado que el hombre, porque todos los animales se contienen dentro de los límites de su condición, y solo el hombre es el que intenta franquear los límites que le ha impuesto la naturaleza.
Oliver Sacks, neurólogo cuestionado y escritor encantador, cuenta que cuando recibió un reconocimiento del Imperio Británico disfrutó con las formalidades, “que me dijeran cómo tenía que hacer la reverencia, caminar hacia atrás ante la reina, como esperar a que me cogiera la mano o se dirigiera a mí. Me daba un poco de miedo hacer algo desastroso, como desmayarme o tirarme un pedo justo delante de la reina, pero todo fue bien…. Fue como si me dijeran has hecho un trabajo útil y honorable. Vuelve a casa. Todo está perdonado”.
La ciencia revela que al ser humano, tras miles de años de caminar erguido desde el pariente homo sapiens, tras aprender a hacer fuego, a cultivar la tierra y, más tarde, a elaborar microchips para computadoras, sigue acosándolo el colon que es ni más ni menos otro cerebro. Paradójicamente, oxigenar la mente, disparar ideas, a veces se obtiene con un laxante.
Mirando a una larga carretera y volviendo al libro de Duque, acerca de Duque y en cuanto a la memoria de Duque, recordé aquellos textos. Pensé en el título de esta columna que es el de una obra de Benito Pérez Galdós, di vueltas al hecho de que Aquiles al menos tenía un talón, pero Duque se fue creyendo que de haber sido posible lo hubieran reelegido.
“Si no se puede mejorar el silencio es mejor callar”, también recordé eso, consciente de que nada está necesariamente mejor, pero mucho estuvo peor.