Confieso que, en contra de mi pronóstico, ayer sí prendí el televisor a las 6:00 p.m. y escuché a Duque. Lo vi acabado, agotado, melancólico, descontextualizado, sin argumentos, vendiendo su imagen, lleno de falacias y hablando por hablar.
Por primera vez sentí pesar, no por él, pues el señor don inepto sabe en el fondo que hace tiempo el país se le salió de las manos y también sabe que ya nadie le cree. Por ahí en las redes y en los grupos de Facebook a lo máximo tres masoquistas excitados babean aún por el bobo del tranvía o, mejor, de la Casa de Nariño. Hoy sentí lástima porque sus hijas son menores de edad y ellas no tienen la culpa de tener un papá tan imbécil, que solo ahora lo único que recibe es burlas y sentimientos de lástima.
¡Qué pesar que un hombre tan joven acabe su vida política enterrado en un mar de estiércol! Ahora solo serán sus seguidores quienes con su silencio en las redes, ya resignados, lo entierren con todos los kilos de la mierda que habló y les salpicó...
Tal vez sí el otrora joven, hoy decrépito viejo, se hubiera desmarcado en los inicios de su gobierno de su mentor o, siendo más sinceros, de su abusador y manoseador ideológico, hubiera podido plasmar algo de su proyecto político personal, pero no, al bailarín rockero, tal vez preso del pánico por su inexperiencia como presentador de farándula en horario triple A, le dio por obedecer y no por autogestionar; es lamentable que un político seguidor de Maluma, quien para muchos prometía ser la esperanza del Centro Democrático, termine con los pañales manchados de vergüenza e impunidad.
Duque, en contra de todos los pronósticos mundiales, logró en 2 añitos lo que no pudo hacer Petro, el Partido Verde, el Polo Democrático, el Mais y toda la oposición "unida" durante 15 años: ¡enterrar al uribismo con las botas al revés, en una fosa común y para siempre!
“El señor de las moscas”, como todo ser humano, antes de dormir y en sus momentos de reflexión y soledad, que deben ser pocos, porque un títere no se maneja solo, debe sufrir y naufragar en un mar de confusión, en el cual la única certeza que le queda, en medio de la burbuja en la cual lo tienen encerrado para distraerlo y hacerlo sentir un poquito útil, es contar regresivamente para saber a ciencia cierta cuántos días le quedan para acabar con la farsa más grande de la historia, de un gobierno que terminó siendo ¡un falso positivo!