Hasta esta semana andaba por la calle sin tapabocas. En las reuniones familiares era el primero en quitármelo. Decía que mi asma, alegaba que la rinitis. Después de ver el oso de Iván Duque con Biden regresé a los meses en los que era un talibán del tapaboca. Biden debió haber adivinado las razones por las que su gobierno apoyó de manera descarada la dictadura de la brutalidad que empezaba a imponer como un elefante Donald Trump. Hasta compartían su precaria manera de combatir el COVID. Duque mostró el verdadero rostro de los que se toman a la ligera las medidas para combatir el virus: no somos irresponsables, también somos estúpidos.
Dicen testigos que, en plena reunión sobre cambio climático celebrada en el Scottish Event Campus en Glasgow, Duque saltó de la silla al ver al presidente de los Estados Unidos y como la propia groupie se le acercó emocionada al ídolo y, después de pedir autógrafo, le soltó el aliento en la cara a un señor de 76 años que ha superado la muerte de su primera esposa, un cáncer y hace todo lo humanamente posible para mantenerse alejado de la amenaza del COVID.
Mientras el incómodo momento para Biden fue sólo una nueva impertinencia del presidente de un país subdesarrollado, para Duque fue un orgasmo de 36 segundos. Alcanzó para tomarse fotos y para hacernos quedar en ridículo. A mí me tiene sin cuidado lo que pueda decir el mundo sobre nuestros monstruos. Pablo Escobar es el demonio que desata la prohibición de las drogas y Camilo es el idiota que estos albañales necesitan para garantizar que en cada esquina haya un mocoso gritando. Yo eso lo puedo entender. Lo que no entiendo y por lo que les vendría bien a estos pueblos resetearse es lo de elegir mal. Por estos lados sólo he visto dos ejemplos patéticos de la ausencia absoluta de inteligencia en un presidente: los casos de Maduro, Macri y Duque son para pasar directamente al museo universal de la infamia. Me centraré en nuestro querido canoso.
Duque no es una persona, es un producto perfectamente diseñado o lo que en el argot político se denomina un cargamaletines. Señor de finca, Uribe sabe agradecer a los que lo sirven sin reparos. El obedece. Cuando Uribe le ordenó ser su hombre para derrotar a Petro en el 18 lo miró a los ojos y le dijo “vos tenés que hacer todo lo que yo diga si querés ser presidente” Tenía el mejor asesor político que candidato alguno habría tenido en este tierrero. Le pintó las canas, le endureció la voz, le puso sombrero aguadeño, lo convirtió en un uribito con elefantiasis. Y, gracias a la ambición de Zuckenberg y su Facebook y a la falta de seriedad de Wasap, el uribismo encontró las autopistas para llevar sus fake news a la cabeza de cada colombiano rezandero, odiador, mezquino, homofóbico y tarado que, hipnotizados, votaron contra la supuesta dictadura homosexual y Castrochavista. Y el hombre, electo, se fue por allá para España a hablar con ese bobo grande del Felipe que es rey de no sé qué cosa y, como un mensajero, le dijo que el Presidente lo quería mucho. Y así se la ha pasado en estos tres años y medios infaustos, protagonizando escenas lamentables, vergonzosas como la felicitación a sus tropas después de la captura de Otoniel, endureciendo su voz, poniéndola gutural, como el vocalista de una banda de Death Metal. Una semana después en Glasgow, demostró esa cualidad que tiene cada colombiano en una reunión de corbatas: el arribismo. Como el propio lagarto se arrastró hasta Biden quien, por educación, le habrá dado la mano antes de preguntar “ala y de dónde salió este filipichín” o la palabra que tengan los gringos para describir lo que significa ser un filipichín.
Ha sido tan malo lo de Duque que Uribe va a tener que apoyar a Fico Gutierrez porque dan pena las opciones que tiene dentro de su propio partido. Ha sido tan malo Duque que es altamente probable que él haya sido el último presidente uribista. Ha sido tan devastador que ya hay físico miedo de que Petro pueda ganar las elecciones presidenciales del próximo año.
Y con todo su cinismo él y su plaga, de la que Jennifer Arias es su más legítimo ejemplo, se ríen del país con su maldito autobombo. La presidenta de la cámara cree que el único que puede juzgarla es Dios y el gobierno felicita y pone de ejemplo del mundo mundial a la Fiscalía de Barbosa en un acto al que yo sólo le puedo encontrar un adjetivo: masturbatorio.
La historia se repite y pilas que acá si se puede dar lo de Venezuela: cansados de los gobiernos obtusos de Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, los venezolanos votaron por Chávez. Fueron los partidos tradiciones, los políticos corruptos de Acción Democrática y la derecha más ramplona del continente, los que obligaron a la gente a votar Chávez. En ese lado vamos a terminar todos por culpa de la sed de Uribe de poder, eligiendo a Petro un personaje inescrutable y que a mí, en lo particular, me da muchísimo miedo.