Detrás de la masificación de las noticias, transcurre el drama o la comedia humana que pocas veces se comenta o se publica de no ser por las anécdotas contadas alrededor de la familia o de un pequeño círculo de amigos. Ahora que —ojalá y por mucho tiempo— se levanta el paro del magisterio tras los acuerdos logrados que se espera sean duraderos y cumplidos, entre tantas situaciones que se narran está esta que refleja una de tantas vivencias en las que se busca un mejor estar social y económico que pocas veces, siendo honestos, se logra con firmeza. Esta es la historia....
Después de varios intentos infructuosos, en los que la necesidad acosaba los sentidos, un Licenciado en Educación logra acercarse en audiencia privada al Gobernador de turno, para hacerle presuroso la siguiente propuesta:
—Señor Gobernador: con el respeto que usted se merece, quiero pedirle, si no es mucha molestia, se sirva ayudarme a conseguir un traslado a una población más cercana a la capital; llevo ocho años trabajando como profesor en Puebloperdido, y el salario que percibo es insuficiente para mantener a mi familia en la ciudad, mientras yo vivo solo y alejado, pagando por aparte todos los servicios, obligado a desentenderme de los cuidados que merecen mi mujer y mis hijos.
— Gravísima situación, pero con mucho gusto lo tendré en cuenta— responde el funcionario. —Basta que seas hermano de mi gran amigo Eloy Guerra, a quien Dios tenga en su Gloria, para ordenar inmediatamente tu reubicación.
— Gracias, Doctor, muchas gracias – responde emocionado el maestro, ostentado en los ojos un nuevo brillo de satisfacción y orgullo.
— Faltaría más— complementa el Gobernador — Conozco perfectamente las precarias condiciones de transporte, la pobreza del corregimiento, y todas esas circunstancias que obligan normalmente a salir a la capital sólo una vez cada seis meses. De manera que el próximo lunes vienes directamente a esta oficina para hacer la disposición correspondiente; tráeme eso si los documentos personales y demás certificados que acrediten tu experiencia.
Tras la efusiva despedida, el profesor corre hacia la casa familiar, pleno de optimismo en el logro definitivo de sus aspiraciones; busca y rebusca diplomas y certificados varios; escribe a máquina mil y una notas explicativas; saca fotocopias a documentos públicos y privados; hace las autenticaciones respectivas; paga impuestos por los derechos causados; busca fotografías recientes y logradas; deja a su familia algún otro dinero para los tramites restantes, y al día siguiente, con la responsabilidad que lo caracteriza, marcha a su escuela remota, utilizando los medios de trasporte sometidos a la buena voluntad de los conductores de vehículos, y a las disposiciones vigentes entre los propietarios de cabalgaduras.
A la semana siguiente, y sólo para cumplir la cita acordada con la máxima autoridad gubernamental, regresa nuevamente a la ciudad con el tiempo justo para cambiar de vestuario y estar de alguna forma presentable, encaminándose presuroso al despacho del Gobernador, quien lo recibe muy atento después de una corta y tranquila espera.
—Aquí estoy, Doctor, como lo ordenó— dice quedamente el Licenciado, apretando la mano que le ofrece el gobernante.
—Ah, si… ¿Mmmm?... ¿Para qué era? — interroga sonriente el mandatario, envuelto en un aire de inocencia que no podría confundirse con olvido, sino más bien con el exceso de trámites atendidos y múltiples compromisos afrontados.
— Para lo de mi traslado como profesor a una población más cercana — le dice angustiado el maestro, sintiendo como el corazón le late aprisa ante la percepción de una negativa a su propósito.
— ¡Ya, ya, claro! —dice entonces el Gobernador golpeándose la frente para que acudan los recuerdos, que por un instante parecieron extraviarse en los vericuetos de todos sus archivos. —Inmediatamente te hago una nota para que la lleves al Secretario de la Rama Educativa, quien hará el traslado conforme a lo acordado; así que vete de una vez a su oficina y habla con él sobre el asunto.
El profesor recuerda entonces el tiempo empleado hasta ese día solicitando el cambio; el dinero gastado en los trámites rigurosos del sistema establecido; las invitaciones a funcionarios de segunda categoría que le aseguraban la ventura, (sin que tuvieran en realidad ninguna injerencia valedera), y todas esas circunstancias difíciles de la gestión, que ahora, según la voluntad del mandatario, y por obra y gracia de su hermano muerto, parecía que se cumpliría.
Entretanto, el Gobernador había extraído de su pulcra chaqueta un bolígrafo plateado, y en una pequeña tarjeta donde figuraba en caracteres especiales su nombre y su rango, escribía con rapidez:
‘’Eduardo: el portador de la presente es hermano de Eloy Guerra y necesita un traslado urgente de su plaza de profesor a otra más cercana, por problemas que tú comprenderás. Él te explicará la situación. Espero lo atiendas inmediatamente como se merece. Gracias por la voluntad. Edmundo’’.
Con la certeza del mensaje en su agradecida mano, el profesor se dirige entonces al despacho del Secretario de la Rama Educativa, donde paciente pero eufóricamente espera una hora y cuarenta y seis minutos, hasta que se abre lentamente la gruesa puerta que separa el recinto, y un señor alto, de gafas doradas y vestido elegante, aparece en el umbral diciendo secamente sin mirar a nadie:
— Haga pasar al siguiente y no más por hoy; tengo junta a las tres en el Directorio—.
El siguiente, que no es otro que el Licenciado de la historia, al sentirse señalado por la mano de nieve de una secretaria impasible, se incorpora penetrando en la oficina del ejecutivo, quien tras los saludos y presentaciones de rigor lee detenidamente la tarjeta enviada, amparado en el pedestal en zancos de su lujoso escritorio. Luego dice secamente:
—Muy bien; haré los tramites respectivos; entretanto usted seguirá en su sede; regrese por aquí el mes entrante.
Sorprendido con la última determinación, que altera la certidumbre del traslado inmediato, el Licenciado no tiene más remedio que seguir con la carga asignada a su rutina, siendo sometido a un círculo vicioso de idas y regresos mensuales al Palacio Gubernamental, hasta el día inesperado en que el Gobernador amable abandona su posición, para pasar a la administración honrosa de cargos más elevados.
Es entonces cuando uno de los funcionarios que había logrado ubicarse en la Secretaría con el esfuerzo constante de su actitud de mendigo, curioso por las visitas del profesor y compadecido ante su fracaso, le explica crudamente la razón verdadera de su destino entre rieles.
—Mire — le dice — el Gobernador saliente enviaba tarjetas de recomendación escritas a dos tintas; en azul, cuando el caso presentado debía tramitarse efectiva y rápidamente; y en negro, cuando se quería distraer al visitante el tiempo necesario para que nunca se ejecutara la solicitud descrita.
Todo estaba claro. Se habían completado de esta forma nueve años tratando conseguir el cambio de la plaza de trabajo, sin haber logrado el propósito pese a los esfuerzos y ahorros invertidos.
Un día, a la plaza del pueblito donde el profesor prestaba sus servicios, llegaron unos hombres vestidos de camuflaje, barbados y con armas. Hablaron con el atribulado maestro que entonces se mostró alegre y decidido, y desde el día siguiente al inesperado encuentro, los niños de la escuela se quedaron asombrados, esperando que su viejo profesor apareciera…