La noche no podía ser más oscura en Milán. El juez español había bajado el telón. La grada se quedó en silencio, pasmada, alelada al advertir la realidad que afrontaba. Buffon, que ha tenido un año terrible —ni Champions ni mundial—, no pudo ocultar las lágrimas. Tal vez, el más grande de los arqueros de la historia del fútbol, se marchaba por la puerta de atrás. Los demás: Belotti, Bonucci, Chiellini, estaban derrumbados. Italia, después de 60 años, regresaba al infierno de Dante.
En el juego de ida, allá en Estocolmo, ya se notaba la debilidad de esta Italia. Apenas con Buffon y los tres zagueros. Los demás, del montón. Sin ideas, sin fútbol, sin esa fiereza tan natural en otras selecciones. Allá en Estocolmo, un parpadeo de los italianos los llevó a la derrota, originada en un saque lateral y en una paquidérmica reacción de jugadores en el área que facilitó el remate de Jakob Johansson, la trágica pierna italiana que se atravesó en la trayectoria del balón y el desconcierto y la descolocación del gran Buffon.
Italia pensó que en Milán todo sería diferente. Pero no. Volvimos a ver a las tres aguerridas defensas y a Buffon. El técnico Ventura apostó por dos hombres abiertos, Darmian y Candreva, y por Jorginho por la mitad como filtrador de pases. Juego externo por ambas bandas, era la idea primordial. Italia, salvo escasas escaramuzas, fue frágil, perdió en el juego aéreo contra los enormes suecos y solo en los 10 minutos finales de la primera parte se acercó con peligro. Sería distinto en la segunda mitad, pensaban los italianos. Mundial sin Italia, imposible, decían por ahí.
El libreto no varió. Italia, encima y casi toda Suecia defendiendo a como diera lugar. De pronto, Ventura movió el banco. Los dos de las bandas, que estaban generando algo de peligro, abandonaron la cancha. Entraron El Shaarawy y Bernardeschi, e Italia cayó en la ingenua idea de penetrar por el centro. Los que entraron no abrieron el campo. Jugaron a favor de la idea defensiva de los suecos. ¿Acaso no hubiese sido mejor conservar a los actores de las bandas y ubicar en la mitad a Insigne, que trata bien la pelota y sabe jugar en corto y en espacios reducidos?
Pasaron los minutos e Italia, angustiada, a trompicones, empujada por sus tres zagueros y el mismo Buffon, vio pasar el tiempo, las oportunidades y fue entrando a uno de los nueve círculos del infierno de Dante.
Pero no fueron Ventura o los jugadores de hoy los culpables. Después del título mundial de 2006, Italia ha estado en declive. En Sudáfrica 2010 fue eliminada en la primera vuelta. No pasó, y los rivales eran Paraguay, Nueva Zelanda y Eslovaquia. En Brasil 2014 volvió a quedar eliminada en el grupo de Inglaterra, Uruguay y Costa Rica. Además, en su torneo juegan cada vez más extranjeros y menos italianos. Italia no ha vuelto a producir grandes creadores, ni grandes delanteros. Fútbol sin renovación, venido a menos.
Tenía que ocurrir su despojo del mundial de Rusia. Tenía que llegar esta oscura noche de Milán. Tal vez, los italianos permanecían en el pasado, en sus cuatro títulos mundiales, en sus jugadores de antes y no se daban cuenta de su caída inatajable. Tenía que venir el estrépito, el golpe seco de la caída de las cosas, para que fueran conscientes de su realidad.
Italia ha llegado a uno de los nueve círculos del infierno. Ahora, en medio de la tristeza, de la ira del hincha, de la decepción de la prensa, de la mirada extrañada del mundo, debe comenzar de nuevo. Le espera un largo recorrido por el purgatorio y la promesa de elevarse a las alturas que la han llevado a sus cuatro títulos mundiales. Dante, desde algún lugar del universo, observa expectante el curso de la historia.