Islandia, ese pequeño pedazo de tierra insular enclavado en mitad del Atlántico Norte entre Europa y Groenlandia podría haberse convertido, según una encuesta desarrollada en noviembre de 2015, en el primer país poseedor de una generación completa de no creyentes.
La encuesta, desarrollada por Icelandic Ethical Humanist Association, arrojó un dato sorprendente: ni uno solo de los encuestados menores de 25 años consideró válida la idea de que el mundo fuese creado por un dios.
No menos llamativo es que, según la información arrojada por el estudio, el 77,7 % de los islandeses en el rango de edad entre 25 y 44 años considera plausible la teoría del Big Bang como explicación del origen del universo y un 93,99 % de ellos asumen que se presentó sin ayuda divina alguna.
Ni uno solo de los encuestados menores de 25 años
consideró válida la idea de que el mundo fuese creado por un dios
Hablamos de Islandia: el país con las más altas valoraciones en el tema de equidad de género (ver: El secreto de Islandia, el mejor país del mundo para ser mujer), el elegido por la ONU en 2007 como el mejor lugar del mundo para vivir, el país más pacífico del planeta según el Índice de Paz Global 2015 (allí la policía regular no porta armas), la nación con menor desempleo en el 2015 (3,3%) y el lugar con uno de los sistemas educativos gratuitos más admirados del mundo.
No cometeré la ligereza de adjudicar los indiscutibles logros de la sociedad islandesa a su creciente indiferencia frente a la creencia en un dios. Aunque en mi fuero interno esté por completo convencido de que el alejamiento de la superstición religiosa redunda siempre en mayores cuotas de civilidad y humanismo, una afirmación de ese calibre requiere estudios más profundos y meticulosos.
Lo que sí me permite afirmar la elemental comparación entre los resultados del estudio y la realidad de Islandia es que el apocalipsis ateo anunciado por las religiones no es más que una babosada paranoica.
“Si no se tiene dios, no se tienen parámetros morales”. “Cuando una sociedad se aleja de dios, cae en la decadencia y se autodestruye”. “Solo creyendo en dios una sociedad puede alcanzar el progreso para sus habitantes”. “El ateísmo destruye los cimientos de la sociedad”. Todas esas afirmaciones y cientos de otras que refuerzan los prejuicios en contra de los no creyentes, se hacen polvo frente a la realidad de una nación como Islandia.
Estoy por completo convencido de que gran parte de los logros de los islandeses se fundan en su capacidad de alejar las creencias de la esfera estatal. Pero puedo estar equivocado.
En lo que sí no existe error es en afirmar que el haberse convertido en una nación mayoritariamente atea no condujo a Islandia al infierno que profetizaban (y siguen profetizando) muchos de los creyentes.