Antes de mi análisis, aclaro que estoy en desacuerdo con el aborto. Ahora bien, la ley de salud estadounidense conocida como Obamacare promulgada por el antecesor de Donald Trump incluyó en sus artículos la cobertura de anticonceptivos en los planes de salud cuyo costo asumen los empleadores.
La controversia se genera porque varios empresarios y sectores afines alegan objeción de conciencia por sus posturas religiosas. Ante esto el primer mandatario de EE.UU. promulgó otra ley que extiende a exentos de esta norma no solo a congregaciones religiosas y cultos, sino a todas las organizaciones en general. Esta decisión, según organizaciones médicas y de derechos civiles, es a toda luz un retroceso en el acceso a la salud y en programas de control de natalidad, además de ser sexista.
Para abordar este asunto trataré de ser lo más conciso posible.
- Trump al promulgar la ley invocó la fe en Dios, olvidando la separación entre iglesia y Estado.
- Replicó que se estaba defendiendo la libertad religiosa, en cuyo caso vulnera aquellas doctrinas que permiten la anticoncepción.
- No tuvo en cuenta las millones de personas que se afectan con la medida y los costos que acarrearía una sobrepoblación.
Desde el punto de vista del dogma muchas organizaciones se oponen a pagar por anticonceptivos por dilemas morales. Sin embargo, no todas las organizaciones empresariales tienen esta mentalidad, pero buscan en esta ley desligarse de un costo en salud.
Fui enfático en advertir anteriormente que estoy en contra del aborto, pero hay que respetar la conciencia de aquellos que opinan que planificar no es abortar.
Además, esta medida afectará la calidad de vida de aquellas personas que dependen de estos métodos.
Respeto a todo aquel que valore la vida así como aquel que piense lo opuesto a mi concepción espiritual, pero no sé puede gobernar para un solo sector de la sociedad.
Si yo fuese empresario cumpliría con el Obamacare sin remordimientos, pues mis empleados tienen derecho a vivir de acuerdo con sus creencias y no por ser cristiano tengo que obligar al otro a tener mis propias convicciones.