“Las imágenes sirven como mapas y se convierten en pantallas: en lugar de representar el mundo, lo desfiguran, hasta que el hombre finalmente empieza a vivir en función de las imágenes que crea" — Vilem Flusser, 1990
Ante la moldeable percepción de un público familiarizado con la espectacularización irrespetuosa de sus dolores más íntimos por parte de los medios masivos de información, surge una profunda inquietud sobre cuál podría ser el método apropiado al aspirar retratar un contexto damnificado por la banalización mediática. La osadía de Jorge Forero, un director colombiano consciente de nuestras dificultades representacionales, se manifiesta al determinar cuál sería su postura frente a una de las más robustas lesiones culturales de América Latina. Con Violencia (2015), su ópera prima, Forero aborda el conflicto colombiano desde su humanidad, sin justificar ni pretender establecer lo correcto o incorrecto, una aproximación imprescindible en medio de tanta polarización política e intereses de por medio entre los gobernantes del flujo informativo en el país.
Suele hablarse del peligro que podría llegar a correrse si un pueblo, un personaje o una comunidad no estuvieran visibles ante los medios. Una fuerte convicción sentencia a desaparecer a los objetos cuyas realidades no cuenten con una amplia luminosidad. En el contexto de la circulación industrial y mecánica de las imágenes, este temor parece ser justificado. Pero poco se habla de lo que sucede en el caso contrario, no es común considerar nociva la sobreexposición a los medios, se concibe como afortunado un grado superior de aparición y resonancia. Sin embargo, Jorge Forero, por medio de un tríptico estructuralmente planeado según el escalamiento social de cada uno de los individuos, proporciona rostros y humanidad a una guerra de la cual creíamos saberlo todo. Somos partícipes de la incomprensión hacia la violencia por parte de un hombre en cautiverio; un adolecente con sueños y aspiraciones; y el combatiente de un grupo armado que se ve obligado a cometer atrocidades. Forero abre la ventana hacia tres historias, tres seres humanos; facultando al espectador para acercarse a los personajes desapegado de cualquier prejuicio o sesgado bajo las peligrosas reducciones lingüísticas que cobijan a términos como “víctima”, “victimario” o, aún más simple, “bueno” y “malo”.
Georges Didi-Huberman (2014), quien entra en la discusión sobre la exposición a medios de diferentes problemáticas y realidades, explica que los pueblos en efecto corren el riesgo de ser olvidados si no están bajo la atención de las influencias comunicacionales. En el caso colombiano, los estereotipos, tanto visuales como filológicos, se deben a esta generalización que posiciona a los actores del conflicto en una esfera altamente expuesta pero débilmente encarada. El éxito de Violencia (2015), como un intento sincero y humilde de figurar una situación preocupante, se logró al no seguir el homogéneo sistema de edificación representacional.
Quizá como nos demostró Claude Lanzman en Shoah (1985), documental de más de nueve horas de duración en el cual, en lugar de constituirse por cantidades desconsideradas de material de archivo o realizar una frívola exposición informativa de lo sucedido, lanzó al espectador al abismo de lo irrepresentable; reconociendo las limitaciones de no haber vivido en carne propia Auschwitz o Treblinka, pero permitiéndole al público, por medio de testimonios, imaginar y revivir en un presente permanente el más grande e inagotable dolor de humanidad. Lanzman nos enseña que la poesía, como rechazo a la aproximación directa hacia aquellos hechos en los cuales nuestra mente no logra agotar su comprensión, resulta el único mecanismo efectivo para amortiguar un trastorno que carcome las bases de la comunicación.
Un sofocante afán por interpretar a cabalidad la violencia nacional rebosa los intereses de, sobretodo, el periodismo. Inútiles resultan aquellos intentos por generar representaciones de una realidad tan compleja. Pero tal desacierto no corresponde necesariamente a inconsistencias representacionales, recae también en el sinsabor resultante al no culminar un acercamiento efectivo y en la pasividad un pueblo aletargado. Esa estéril posición crítica frente a los productos mediáticos llevó a Vilèm Flusser (1990) a reflexionar sobre el carácter supuestamente no simbólico pero sí sincero de las imágenes técnicas, el cual lleva al contemplador a considerarlas, no como imágenes, sino como ventanas al mundo real. Según Flusser, las creemos como nuestros propios ojos. Consecuentemente, no las criticamos como representaciones, sino como cosmovisiones.
Violencia (2015) demuestra cabalmente la acertada deserción a toda representación llana y superficial. Forero comprende que en la incapacidad del cine al procurar una apropiación total del fenómeno recaen sus infinitas posibilidades. Con mesura en el uso de los recursos audiovisuales, el director colombiano propone una narrativa fuera de la tradicional, generando conexiones emocionales desde la cotidianidad, sin tomar partido ni juzgar a las personas inmersas en el conflicto. Violencia (2015), en lugar de proponerse recrear la tragedia de manera trillada o irrespetuosa, analiza y expone la humanidad de quienes realmente la viven.