Entonces apareció el Esmad. La refriega que empezó en la loma fue moviéndose por el impulso de la violencia, las carreras y el pánico, hasta acabar en el asfalto crudo de la variante. Y en un instante preciso, en el segundo definitivo, un agente de la ley oprimió el gatillo de su arma.
El gas salió lanzado como una flecha poderosa, luego se deshizo en el aire de una tarde gris y se expandió como una nube.
Lentamente fue cayendo en frágiles espirales sobre el techo de la casa, algunas hebras invisibles, casi ingrávidas, se colaron por la ventana y se posaron sobre el pecho del enfermo que inocente dormía. Sintió un hormigueo, un ligero agobio, un escozor nasal. Eso fue todo.