Suelo discernir constantemente dentro de mí una serie de palabras complejas, que me interesan en demasía, por las características que otorga su definición, y porque muchas veces he sido testigo de la tergiversación de las aplicaciones de estas, lo cual luego de bastantes reflexiones provoca este azas e intrépido coloquio en mí.
Una de ellas es la palabra tolerancia, que causa en mí tan altos niveles de discrepancia que hace el sonido de sus vocablos perteneciente a la repugnancia.
Empiezo dando mi propia definición, a juzgar o no, si estoy en yerro o acierto, tengo para mí que la tolerancia es aceptar, respetar y enmudecer, en cierta manera, no solo ante los gustos, decisiones, azares, orientaciones e inclusive defectos del colectivo social, sino que es a su vez escudo de la inmoralidad, de lo retorcido, de lo incorrecto, el haz bajo la manga de muchas conductas aborrecibles, grotescas y por demás deshumanas, pero ya hablaremos de eso.
Por otro lado, la Real Academia Española (RAE), la define, de esta manera: " f. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias".
Enuncio lo anterior porque quiero hacer aquí dos reflexiones importantes sobre la anterior definición:
- La primera, que la cataloga como un sustantivo, dándole a esta el carácter de cosa concreta, siendo totalmente abstracta. Me permito volver a la RAE y traer la definición de sustantivo: "adj. Que tiene existencia real, independiente, individual". Desde su origen como categoría podemos ver una tendencia a lo retorcido, lo paradójico, lo improbable.
- La segunda es que su construcción es demasiado subjetiva, como el resto de las palabras de categoría axial, es decir que se expresa en métodos diferentes en cada concepción moral y carece de parámetros que le limiten, es dueña de una ausencia fantasmagórica de sentimentalismo y empatía social, se descalifica como un valor y se torna a una nostalgia ligada al sincretismo.
Es por lo anterior que me he animado a preguntarme: ¿en qué punto roza la tolerancia con la negligencia?, ¿cuándo por respeto o ética renunciamos a proclamar los derechos o dolencias que nos corresponden? Es inquietante saber que no existe una respuesta a dichos interrogantes, y por el contrario nace una lúgubre certeza: son hijos tácitos de la tolerancia el antagonista de la justicia en El tratado de la tolerancia de Voltaire, la impunidad que ha otorgado la ONU a algunos países que han bombardeado Siria (entre ellos, por supuesto, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido y Francia (Actual “Beau champio du monde”)), la proclamación de un presidente vinculado al paramilitarismo, el doloroso y punzante silencio de innumerables masacres en los territorios colombianos, la alcahuetería del patriarcado católico con la Alemania nazi y muchos ultrajes más.
Y puesto que todo ha de llevar a una conclusión, a una síntesis, es concerniente mencionar que si la tolerancia se basa en el hecho de ser negligente frente a las situaciones sociales que nos afectan, si es de por sí un arma de manipulación social y una mentira empedernida circuncidada por lo amoral he de ser indolente, insolente e intolerante.