Ocupan las primeras bancas, frente al altar. La ceremonia transcurre con normalidad, la niña, a pesar de mostrase inquieta, de caminar de aquí para allá y cambiar de posición, no genera ningún desorden mayor, no hay gritos, llantos, ni carreras. Es más, la pequeña es muy graciosa y parece disfrutar del ambiente religioso, se sabe varias canciones y oraciones de la liturgia.
Sus padres la vigilan de cerca y tratan de tenerla controlada. Le dan una moneda para que la chiquilla dé la limosna, algo que la llena de emoción. Llegado el momento de recibir la comunión acompaña a su madre y contempla en silencio ese acto solemne.
Cuando la misa llega a su fin, dice: "muchas gracias, padre" y algunos feligreses sonríen.
La familia se dirige a la puerta para continuar su domingo, pero antes de salir la detiene una de las mujeres que ayudan al oficio.
El padre la recibe con una sonrisa, piensa que la mujer va a recordarles algo especial, pues es la primera vez que ve a la familia completa en la misa. Pero lentamente la sonrisa se desdibuja, pues la mujer está muy enfadada y viene a hacerles un duro reproche.
Empieza a cuestionar la educación que le están dando a la niña, pues no tienen ninguna autoridad sobre ella, y esa pequeña los está manejando a su antojo. Luego viene la amenaza: “La próxima vez les voy a llamar la atención en público delante de todos”.
Dejad que los niños...
Los padres no salen de su asombro ante lo que está diciendo esa mujer bajita, que los mira con ira. “Pero ¿qué es lo que hizo la niña?”, pregunta un poco amedrentado el papá. La enérgica sacristana le clava una mirada. “Pues que se la pasa saltando todo el tiempo. Yo he sido docente y no sabe cómo es dar clases con un niño saltando”.
El papá replica que no está de acuerdo, no ha hecho ningún daño y en términos generales tiene un comportamiento normal para su edad. Pero parece que está equivocado. "Si quieren volver tienen que disciplinar a esa niña". La niña se siente aludida y se asusta.
El hombre se contiene porque no es plan discutir en una iglesia, con una mujer vestida con una bata blanca. La mujer da media vuelta y se aleja con aire de satisfacción.
El hombre casi nunca puede acompañar a su mujer a la misa, además no es un creyente fervoroso. Este domingo hubiese querido quedarse en cama descansando, viendo fútbol todo el día, pero finalmente cedió.
Y al principio se alegró de haberlo hecho. Halló mucho sentido en las palabras del sacerdote y en algún momento sintió una profunda paz interior.
Pero no volverá más. Echa una mirada al interior. Las bancas están vacías. Contempla por última vez ese espacio sombrío y acogedor. Carga a su hija, toma de la mano a su mujer y salen en silencio hacia la mañana luminosa.