La larga caminata nos ha llevado al borde del precipicio. Después de la erosión eterna los hombres de ciencia son obsoletos, ahora solo se necesitan granjeros que sepan sembrar el maíz, único alimento que da la tierra, y sementales que repueblen el mundo. El apocalipsis se manifiesta cada vez que desde la montaña, una inmensa nube de polvo ataca a las pocas personas que han sobrevivido al calentamiento global.
Cooper es uno de ellos. Otrora brillante astronauta y científico, ahora se ocupa de su parcelita como un granjero más. Su hija, Murphy, conserva en su cuarto una amplia biblioteca en donde no solo se da el lujo de leer sino que intenta, infructuosamente, comunicarse con un fantasma.
En medio de una feroz tormenta de arena, Murphy y su padre descubrirán lo que desde una dimensión desconocida el poltergeist les quiere decir: Son números, coordenadas, un lugar a donde ir. Ya no hay nada que perder, así que lo mejor es subirse a la camioneta, andar unos cuantos kilómetros, llegar a un vallado, ser cegado por una luz blanca y empezar a darse cuenta que se está frente a una de las más grandes películas de todos los tiempos.
La verdad no entiendo muy bien la frialdad con la que los comentaristas de cine colombianos han recibido el noveno largometraje de Cristopher Nolan. Todos han adoptado la actitud de arquear la ceja, cruzar la pierna, chupar su pipa y dejar claro que para ellos, con sus gustos refinados y su implacable exigencia, esto no alcanza a ser una obra maestra. La sola comparación con 2001 los sonroja y les hace cambiar de acera, como si la monumental y soporífera película de Kubrick fuera algo inaccesible, un Everest al que ningún mortal vivo fuera capaz de plantarse en su cima.
Yo no sé qué tan interesado estaba el director de Memento de hacer su Odisea Espacial para congraciarse con el maestro. A mí, Interestelar, a pesar de su espectacularidad visual me parece más emparentada a Solaris, la novela de Stanislaw Lem, que a la filosofía new wave de Arthur C. Clark. La fría inteligencia de Kubrick no tiene nada que ver con las oleadas de emociones que levanta esta película.
Sin duda que para escribir el complicadísimo guión los hermanos Nolan necesitaron la ayuda de especialistas como Kip Thorne, un astrofísico que le ha dedicado buena parte de sus 74 años a estudiar los agujeros negros y con quien intercambiaron una veintena de algorítmicos mails, pero no solo de ciencia se cosió el complejo argumento de esta película sino que el motor que mueve a los protagonistas y que ayudará a salvar el mundo es el amor, aquel viejo y siempre efectivo ingrediente tan propio del cine de cualquier género.
Océanos de tiempo separan a Cooper de su pequeña Murphy, galaxias enteras tendrá que recorrer la doctora Brand para reencontrarse con Edmunds: el enamorado en el espacio tiene más de una razón para llorar. La soledad se siente más fuerte cuando flotas en una lata de sardinas por el universo, el ansia de ver al objeto amado se multiplica cuando el mensaje llega con 20 años de retraso, la angustia crece cuando sabes que, por obra y gracia de la relatividad, cada hora en un planeta ajeno equivale a 7 años en la tierra. Por más racional y fría que pueda ser la mente de un científico, da un poco de escozor saber que corres el riesgo de encontrar, a tu regreso en la tierra, el cadáver de tu especie.
Sí, es precipitado y hasta de mala educación decir que Interestelar es una de las mejores películas de todos los tiempos cuando hace tan solo un par de días fue estrenada. Pero yo creo que es peor no decir la verdad, reprimir lo que sentimos por parecer prudentes y sensatos. Las tres veces que la he visto me han servido para descubrir su alma. Sí, todas esas ecuaciones, paradojas y mitos borgianos estimulan la imaginación, pero en este viaje a través del tiempo y el espacio a lo que apela Nolan es al sentimiento. Por eso, cuando menos lo imagines, estás en tu butaca, nadando en la sopa que tus propias lágrimas han hecho. Para emocionarnos, el director londinense apela a todos sus recursos, la estremecedora música de Hans Zimmer, la avasallante actuación de Matthew McConaughey y la edición precisa ayuda a que las imágenes entren en lo más profundo de ti y te sacuda. En la clase de física cuántica no solo se piensa con la imaginación sino también con el corazón y por eso entendemos todo y por eso, al salir de la sala, ya no miraremos las estrellas como lo hacíamos antes.
Sí, es un privilegio ser contemporáneo de Cristopher Nolan, saber que apenas tiene 44 años y que nos esperan, por lo menos, 20 años de su cine. Con la respuesta que ha tenido en taquilla, algo que siempre sucede con sus películas, el inglés tiene garantizada su absoluta independencia creativa. En un mundo en donde el cine se hace en serie, como las salchichas, esto es un privilegio que muy pocos autores pueden darse.
Los críticos, desconcertados y rabiosos, han contratado detectives para descubrir sus errores. Que Casey Affleck está desperdiciado, que Anne Hathaway demasiado contenida, que Jessica Chastain aparece muy poco, que es muy larga, incoherente y cursi. El de Semana, con su habitual ceguera, le da tres estrellas y dice que no está mal, mientras otros menos leídos y amargados la llaman pomposa y a su creador le dan el remoquete de “pretencioso”.
Claro que Cristopher Nolan es pretencioso, por eso intenta meter en una misma historia temas tan complejos como el apocalipsis, los viajes en el tiempo, el amor, la esperanza, la quinta dimensión, los agujeros negros, el origen del universo, la muerte, la vida extraterrestre, la teoría de la relatividad y hasta la inteligencia artificial y de todos sale vencedor absoluto. ¿Cuántos naufragarían al abordar tal cantidad de temas, uno más fuerte que el otro? Celebremos el advenimiento de un nuevo genio dentro de la historia del cine. Celebremos que todavía existen estudios a los que no les tiembla dar 180 millones de dólares para que un director plasme su sueño en la pantalla, celebremos que el cine, lejos de estar muerto, puede dar en un año dos obras maestras imperecederas como Boyhood e Interestelar.
Celebren viéndola en IMAX, una y otra vez, vayan después de verla y al calor de unos tragos, jueguen a ser Stephen Hawkings. Los hipsters y nerds de todo el mundo estamos felices: el cine ha vuelto a ser ese lugar en donde dos enamorados se toman la mano.
