Por la quebrada de Curubital, más al oriente de La Calera, vive doña Ana Elvira. Tiene una huerta. El que pone un pie adentro, conoce la historia y la vida de su dueña. Hay gente que no tiene buena mano y no puede entrar. A Ana Elvira se le secó una vez la ruda porque una señora se la tocó. Cada árbol frutal, ornamental y silvestre tiene su historia. También su función. Este corta el viento, este otro da buena sombra.
En su huerta, doña Ana Elvira habla tanto de sus plantas, como las plantas de ella. “Dime cómo es tu huerta y te diré quién eres” parece ser la conclusión del trabajo que han hecho Lina Cortés, Stefan Ortiz y Ricardo de la Pava, investigadores del jardín botánico de Bogotá que estudian con los campesinos de Bogotá sus prácticas agrícolas pueden ser compatibles con la protección ambiental.
Los investigadores del jardín han encontrado que a pesar de la expansión de los métodos modernos agrícolas, mucho más simples y homogéneos que el de doña Ana Elvira, muchas huertas de los campesinos todavía son relictos de conocimiento popular sobre la naturaleza. Allí, así como en chagras indígenas, pueden estar las claves para lograr que la protección a los ecosistemas y la agricultura sean compatibles. Esto cambia la visión donde, para conservar la biodiversidad, hay que sacar la gente. También, supera la idea de que donde se siembra, todo lo demás es maleza.
El 11 y 12 de noviembre tienen cita en el Jardín Botánico de Bogotá campesinos de toda la ciudad-región, académicos, chefs y muchos otros para conocerse e indagar cómo la agroecología puede ayudar a restaurar los ecosistemas que se han dañado. Se trata del primer Encuentro de Agroecología en Bogotá Región – “Cocinando el Cambio: Tierra, Identidad y Biodiversidad”. Cualquiera puede ir y es gratis.
Además de ser un encuentro entre campesinos para compartir prácticas, conocimientos y proyectos, y de ellos con chefs de Bogotá, para expandir el mercado, habrá un puesto de semillas que muestra el trabajo que han hecho los Guardianes de Vida de Nariño. Un grupo de Usme tocará Carranga y Slow Food tendrá un laboratorio del gusto, donde la gente probará productos ancestrales, industriales y sus laboratorios artificiales a ojo cerrado. El almuerzo será “biodiversidad a la carta”.
En el trabajo previo al encuentro, los investigadores han hecho expediciones botánicas con las comunidades para comprender la flora y sus usos, sus significados y sus leyendas, y su relación con las demás plantas y con el agua. Es otra forma del Jardín Botánico de cuidar el conocimiento no solo en su propia sede, sino en el área rural de Bogotá, que es, ni más ni menos, que el 75% de su territorio. Ahí viven más de 51 mil personas, campesinos bogotanos.
Con ellos y con los de las veredas aledañas, el jardín está haciendo almanaques. En un formato parecido al Bristol, donde las ilustraciones son grabados, están las indicaciones para sembrar haba, papa, fríjol o alverja. Cuándo cosechar y cuándo controlar las plagas. Entreverados, hay textos sobre las costumbres, la historia y la vida de cada región.
En Usme, por ejemplo, hay 17 veredas, además de sus 200 barrios. “Aquí estamos, trepados como nuestras alverjas a nuestro paisaje de suaves montañas. Nos gusta jugar al tejo, sembrar papa de diversas variedades, mucha alverja, habas, maíz y cebolla”, dice el almanaque. Explica que el nombre de la quinta localidad de Bogotá viene de la princesa Usmenia, la hija del Zipa Saguamachica, que fue secuestrada por el cacique de Ubaque.
Las prácticas agrícolas modernas, cada vez son más lejanas a la conservación de la biodiversidad. Los monocultivos desplazan especies, empobrecen los suelos y sus herbicidas son contaminantes. Si el proyecto del Jardín Botánico de promover la agroecología campesina toma fuerza, Bogotá podría convertirse en pionera en modelos agrícolas respetuosos de la vida y cultura campesina y de la biodiversidad.
