“No saque el celular a la calle”, sería lo primero, siguiendo la sabia solución que el alcalde concibiera como remedio al hurto. Cuidado se saca un ojo con la punta de ese parasol de esa venta ambulante de calzoncillos. Cuidado se quema con ese asador de mazorcas. Pilas derriba ese medio maniquí que exhibe tangas. Hable duro porque la guerra de megáfonos no dejan oir. Ojo con pisar esos sombreros porque a lo mejor, se vea obligado a llegar a su casa luciendo un tocado rosado con plumas a los lados que le resta credibilidad a su humilde pero digna condición de peatón.
Ni lo piense: nadie gana en el juego con las tapitas y la bolita. Esa señora que gana y gana es calanchína (cómplice) de la estafa callejera. Cuidado se estrella con ese trapiche ambulante de caña. Cuidado derriba los mangos a la mujer manguera. No crea que lo están confundiendo con Robert Blake, el de la serie policíaca, si frente a la Terraza Pasteur le dicen “¡Baretta, Baretta!”, tampoco vaya a creer que le están ofreciendo un restaurante naturista si le susurran: “vegetariano, vegetariano”. En ambos casos le están ofreciendo maracachafa.
Es evidente que, desde que el alcalde tomó la alternativa como primera autoridad del distrito, el centro de la ciudad, a ciencia y paciencia de su administración está siendo tomado por vendedores ambulantes y los llamados habitantes de calle en todos los olores, sabores y colores.
Se necesitó mucho tiempo para que se recuperan y ampliaran los andenes de la carrera 10, la Avenida Jiménez y la calle 19, y se recobraran espacios como el Parque de San Victorino, se retiraran las casetas fijadas en el piso, para que ahora veamos otras desarmables y en mayor número que dominan más de la mitad del trecho que la multitud de peatones tiene para circular.
En esa gran plaza de mercado sin orden ni concierto, que se ha convertido el centro de la ciudad, el usuario de la vía tiene que torear toda variedad de productos que obstaculizan el camino: zapatos (¿de dónde salen tanto zapatos?), chancletas, cobijas, correas, pantalones, lociones, radios, bisutería, juguetería, “lleve los de moda” se vocifera, cañas para pescar en el río Bogotá, guadañadoras, toda variedad de frutas, jugos, masato avena, carretas llenas de dulces importados y las inevitables sancocherías móviles, impulsadas por un triciclo engallado con luces sicodélicas y altavoces estridentes. Uno de ellos ofrece al paladar, callo, bofe y jeta además de otros platos propios de la gastronomía vernácula, y ostenta el imperial nombre de “Cayo Julio César”.
Es que, mientras los premios nóbeles de economía, así con los asalariados se rompen la cabeza inútilmente, buscando la formula de erradicar la pobreza, nuestro alcalde la encontró a la vuelta de la esquina: se llama ósmosis económica y consiste, por una parte, en hacer enclaves (o guetos) de los que él llama descastados (“la estratificación social en Colombia es un sistema de castas…”, aseguró) en exclusivos sectores de la ciudad y por la otra, consentir que los vendedores ambulantes armen sus estanterías frente a los almacenes formalizados, vendiendo mucho más barato, para acabar de una vez por todas con el capitalismo salvaje de la burguesía (o acabar con el mediano comercio formal. Lo que sea)… El burgomaestre no acepta reparos a sus geniales ideas de inclusión social porque se pone como un toro.
El caso es que lo poco o mucho que se había ganado en recuperación del espacio público a favor del desprotegido peatón recibió un puntillazo de parte del edificio Liévano y debido a esto, el centro se encuentra descuidado a su propia suerte donde se solazan los drogadictos agresivos del parque Santander convertido en mingitorio colectivo y de ahí para abajo no se salvan ni el palacio de San Francisco (antigua Gobernación de Cundinamarca) cuya fachada es el evacuatorio común de los habitantes de calle, un poco más allá, la estatua de Carlos Lleras Restrepo mira desde su pedestal a los mercaderes de chucherías que están a sus pies; a la vuelta, la Iglesia de San Francisco es un catálogo de hombres que exhiben sus vísceras y ancianos enfermos que no saben qué es eso de la Bogotá Humana. Mientras por la carrera séptima transita un desfile de altoparlantes integrados a carriolas de todos los tamaños, atiborradas de mercancías en venta.
Quien tenga que concurrir al edificio Hernando Morales Molina, sede de los juzgados civiles, en la décima con catorce, debe que ganarse a codazos con otros peatones el poco espacio que dejan los armazones que hacen las veces de vitrinas.Casi a las puertas de la Fiscalía de la carrera 13 con calle 19, así como en el parque de San Victorino se ejerce la prostitución abiertamente ante los ojos de la autoridad.
La calle 16 entre carrera 9 y octava es un templo a la piratería donde se promociona música, películas y libros en escaparates y mesas en donde no cabe un vendedor más en la calzada. La intersección de la calle 13 con carrera 10 es cruel para los peatones de movilidad reducida, los andenes otrora recuperados, ahora son un enjambre de toda variedad de expositores callejeros. Y ni hablar del ingreso a la atestada estación de Transmilenio de la Jiménez con Avenida Caracas.
Es que una cosa es la pobreza y otra el desorden, dijo alguna vez dijo Lucho Garzón cuando implantó algunos kioscos en los andenes del centro. Hasta razón tiene. Pero, por lo visto, ésta administración presenta problemas de asociación porque estima que orden es represión social.
¿Este caos era el empoderamiento de los espacios de que hablaba el alcalde cuando salió al ruedo como candidato?.
Con este dejar hacer, dejar pasar se consolida una evidente violación a normas de rango constitucional que amparan los derechos colectivos de los peatones, como aquellos artículos de la Carta Política que apuntan: “la ley regulará el control de calidad de bienes y servicios ofrecidos a la comunidad (artículo. 78)”, “toda persona tiene derecho a gozar de un ambiente sano (artículo 79)”, “es deber del Estado velar por la protección de la integridad del espacio público y por su destinación al uso común, el cual prevalece sobre el interés particular (artículo 82)”. Y eso que el alcalde ha afirmado: “No creo que Colombia necesite una nueva Constitución sino aplicar la que tiene” (El Espectador 12 de marzo de 2011). Siendo así debería comenzar con aplicar estos tres articulitos, o tal vez, leer la Ley del Medio Ambiente que ordena que la comunidad tiene derecho a disfrutar de panoramas urbanos y rurales que contribuyan al bienestar físico y espiritual.
Las cifras hablan que a nivel distrital existen cerca de 150.000 vendedores ocupando los espacios públicos, sin embargo el populismo coyuntural y el discurso conmiserativo han hecho que el fenómeno se vea a diario multiplicado y se filtren dentro de este segmento de población, personas que mal que bien ya tienen asegurada su subsistencia o que ven en el andén una forma opcional de aumentar sus ingresos.
De manera que, si no hace una discriminación detallada y estricta de cuál es la población verdaderamente vulnerable que acapara el andén en provecho propio, la exagerada tolerancia como se ha maneja el problema, puede llevar a que no estén todos los que son ni sean todos los que están.
Es que cuesta trabajo pensar que una persona en condiciones de vulnerabilidad tenga la capacidad de hacerse a doscientos pares de zapatos que son exhibidos en la acera, ocupando más del 50% del espacio destinado al transeúnte, justo al frente de las puertas de un reconocido almacén de calzado, en el costado occidental de la carrera 10 entre calles 15 y 14. Y algo de disonancia legal existe cuando en aras de garantizar el derecho al trabajo de unos, se desconozcan los derechos de autor de otros y se tolere la piratería en todas sus modalidades como ocurre en la calle 16.
O que invocando el mismo derecho cualquiera pueda lanzarse a las calles sin Dios ni ley a vender comestibles preparados saltándose las reglas de higiene y manejo de alimentos, poniendo en riesgo la salubridad pública.
Uno puede coincidir con el alcalde cuando afirma que “el Estado y la tierra están en manos de las mafias”, empero le faltó añadir los andenes a su cáustico aforismo, porque aquellos no se salvan de quienes gobiernan las calles. O que decir de sitios donde se alquilan carretillas con el surtido completo para que cualquiera se estacione en los andenes, o de grupos de personas que han hecho del asistencialismo y de la tolerancia oficial un modo de vida del que no les interesa salir.
Basta leer las afirmaciones que hiciera María Victoria Martínez, funcionaria del Distrito en “Las 2 Orillas” (noviembre 26 2013), quien refiriéndose a un vendedor afirmó: “el tipo empezaba a vender, y la once de la mañana ya había vendido todo. Entonces el señor se iba y llegaba la esposa o alguien de su familia a vender en otro sitio con el mismo carro…”.Cabe preguntarse entonces, ¿cuántos casos más como este existen dentro de ese maremágnum de vendedores ?.
Para hacerle el quite a la anarquía que él mismo, el alcalde se vale de una verónica, no su esposa, sino del Decreto 456 del 11 de noviembre del 2013 de su cosecha y plantea la regulación de la invasión del espacio público mediante la novedosa figura de las ZAERT (zonas de aprovechamiento económico reguladas temporales) consagrado en el artículo 6.25 del mencionado decreto.
En pocas palabras, se legaliza la ocupación de algunos andenes con el sofisma de su limitación en el tiempo. De éste modo una acera pude permanecer invadida todo el tiempo por varios vendedores que se rotan en el tiempo, lo cual a la larga es una ocupación permanente de un bien de uso público que no resistiría un juicio de constitucionalidad. El decreto no es claro. Ahí le queda esa lidia al próximo alcalde, porque Petro no quiere salir corneado cuando tenga que reglamentar las ZAERT.
Así pues, luego no de un año, no ha pasado nada con las ZAERT, a menos que ya estén operando… y no lo sepamos y que “las vías determinadas” hayan sido justamente las mas concurridas por peatón, como son, por ejemplo, las del centro de la ciudad en donde por obligación, transitan a diario ancianos, disminuidos físicos, mujeres embarazadas, niños en coche y toda esa población que también es vulnerable y tienen derecho al espacio público con seguridad, tranquilidad, amplitud, estética e higiene.
No está de más, recomendarle al alcalde que, si dentro de algunos años, quiere llegar a la Casa de Nariño, vaya desde ahora organizando los andenes del centro de la ciudad, para que una vez tome la alternativa como presidente pueda dar su paseíllo por ellos.